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Fútbol Internacional

Julián Álvarez, la sensación de Sudamérica

Hace 10 años, River Plate, Boca Juniors, Real Madrid y Barcelona iniciaron una pequeña guerra por un muchacho pícaro y descarado de 11 años que estaba rompiéndola a base de goles en las categorías inferiores del modesto Club Atlético Calchín, la pequeña localidad cordobesa de la que salió la hoy estrella del fútbol de Sudamérica. “Yo, de River”, respondía ya con arrojo y cero vergüenza cuando un año más tarde le preguntaban, a pie de campo, frente a micrófono y cámaras de televisión, de qué equipo era hincha. Hoy, a los 21, River Plate no se entiende sin él. Ha tardado, pero Julián Álvarez, La Araña, ha llegado ya al fútbol de nivel.

Porque las categorías inferiores son una auténtica verbena de subes y bajas, de jugadores que parece que sí pero que no, de etiquetas que marcan más de lo debido, de encasillamientos impropios para críos que sueñan con ser profesionales y que, por lo general, nunca llegan. Y en Argentina, el país que busca incesantemente al nuevo Maradona, eso se multiplica. Porque con 15 y 16, Julián Álvarez era para el fútbol ese niño argentino que había probado en el Real Madrid, que había negado al Barcelona y a Boca y que se estaba haciendo un nombre en la cantera millonaria. Con 17, era el jugador que enaltecía en rueda de prensa el mismísimo Marcelo Gallardo y que había ido llamado por Sampaoli para ser sparring de la selección y ser la sombra de Messi. “Julián es calidad, generosidad y picardía”, defendía El Muñeco. Y unos meses más tarde, ya con la mayoría de edad, era el chico que había salido en Madrid, con 1-1 en el marcador y todo por decidir, en la prórroga del partido de los partidos, la Final de la Copa Libertadores ante Boca Juniors. Pero también, a los 18, los 19 y los 20, era ese chico que no había roto como se esperaba, ese que apuntaba más a eterna promesa que a estrella, ese al que River se había planteado ya vender porque no acababa de dar el paso adelante para jugar en un equipo grande del continente. Qué rápido cambia todo.

Todo pudo haber sido distinto si, con 11 años, Julián hubiera permanecido en España, jugando para el Real Madrid, o hubiera aceptado la llamada de Jorge Messi para hacerlo en el Barcelona. Entonces, ya había rechazado a River Plate y a Boca Juniors. Aunque el sueño del pibe era jugar con la banda roja, sus padres se habían negado a que siendo tan pequeño tuviera que vivir solo en la pensión del club. Julián había sido aceptado, pero la negativa llegó desde su lado. Entonces tocó Boca Juniors. Y ahí, en un torneo con el Xeneize, un ojeador con vínculos con el Real Madrid que estaba allí casi por casualidad pues había ido a seguir a la selección Sub20 quedó enamorado.

En la capital española estuvo un mes y dejó a los técnicos prendados. Jugó cinco partidos y destacó en todos. Entonces, el Real Madrid tenía una política interna por la cual no firmaba jugadores extranjeros menores de 13 años. Además, la normativa FIFA, que luego persiguió a varios clubes europeos, impedía que ese fichaje pudiera ser legal hasta que el jugador no fuera mayor de edad. A Julián le instaron a esperar casi dos años, pero es demasiado tiempo. Por el camino, su padre desestimó la llamada del padre del que era su ídolo. Jorge Messi le invitaba a unirse y probar con la Fundación Leo Messi y, por ende, con el Barcelona, pero las fechas eran las mismas que las del compromiso con el equipo blanco y la familia Álvarez ya había dado su palabra al Real Madrid.

Así, Julián Álvarez volvió a Calchín, donde permaneció hasta los 15 años (cierto es que durante meses estuvo en la cantera de Argentinos Juniors) y donde es hoy toda una leyenda. Si uno entra en el pequeño pueblo cordobés, por la carretera principal, dos gigantescos carteles se ven a lo lejos: “Bienvenidos a Calchín, la tierra de Julián Álvarez”. Y con 15, al fin, fichó por el equipo de su vida. River Plate. Es extraño que nunca llegara a ir convocado con Argentina Sub17, pues en sus dos primeros años en la cantera de River tuvo registros sensacionales y fue a los 17 donde su nombre volvió a sonar con fuerza. Habían pasado seis años desde que aquel niño pícaro apareciera en prensa por su idílico affaire con el Real Madrid, por su intento de romance con el Barcelona y por su negativa a Boca Juniors. Muchos ni recordaban que se trataba del mismo muchacho. Una Generation Adidas Cup, torneo de la MLS donde varios equipos intercontinentales llevan a sus mejores jugadores menores de 17 años, le consagró. River Plate ganó el título y él fue la estrella del torneo y el goleador de la cita y de la final.

Fue entonces cuando Gallardo comenzó a subirle a entrenar con los mayores, aunque su debut tardaría un año más en llegar, y cuando la AFA apuntó su nombre en una lista de futuribles interesantes. Tanto, que en verano de 2018, sin haber pisado nunca las categorías inferiores de Argentina, Jorge Sampaoli decidió citarle como uno de los chicos sparring que iba a ayudar a entrenar a los convocados al Mundial de Rusia. Ahí conoció a su ídolo, Messi, con quien tuvo que realizar diversos ejercicios a tenor de que se desenvuelven por una posición del campo parecida. “Me tiró un caño y se rio. Me acababa de humillar, pero yo era la persona más feliz del mundo”. Ese subidón de adrenalina y ese impacto mediático generó que, una vez cumplida la mayoría de edad, tenía ya que jugar con River Plate.

La empresa no era fácil. El equipo argentino pasaba por el mejor momento de su historia gracias al hacer de Marcelo Gallardo. Se trataba del gigante dominador del continente con una nómina de delanteros importante. Lucas Alario se acababa de marchar, pero Pratto, Santos Borré o Rodrigo Mora estaban delante y Matías Suárez iba a firmar en los próximos meses. Y aquí llegó un nuevo pinchazo. Julián entró poco a poco y nunca cuajó. Además, por fin comenzó a ir convocado con Argentina Sub20 y compromisos como el Sudamericano y el Mundial le privaron de estar varios meses a las órdenes de Gallardo. Julián empezó a perder lustre como delantero y empezó a moverse por zonas más retrasadas. Su capacidad para combinar se lo permitía, pero a un delantero se le termina juzgando por los goles, algo que nunca le había faltado en categorías inferiores y que le estaba mermando en el profesionalismo. Tras entrar en el XI ideal del Sudamericano Sub20, Argentina se pegó un batacazo en el Mundial al ser eliminada por Mali y Álvarez fue de los más señalados.

A su vuelta con River, la cosa no pareció mejorar. En Liga era inexistente, sí disputaba la Copa y en la Libertadores apenas tenía minutos en duelos sin nada en juego o ya sentenciados. Volvió a ingresar en la final de la Libertadores, ante Flamengo, con River ganando por la mínima y fue testigo directo de cómo Gabigol daba la vuelta al partido en el descuento. Otro revés. La película se repitió un año más tarde. La Liga para él era una utopía, volvía a ser titular en las Copas y Gallardo le dio la oportunidad de mostrarse en la fase de grupos de la Copa Libertadores, donde estuvo a un nivel sensacional, pero insuficiente para ser importante cuando el torneo llegó a las eliminatorias o para rascar minutos en el campeonato liguero.

A finales de 2020, con 20 años, Julián Álvarez parecía estar más fuera que dentro de River Plate. Su nivel no daba para representar al equipo más en forma del continente. No había explotado como se presuponía. Con la Sub20 y la Olímpica era uno más y no uno diferencial. Su posición en el campo seguía sin ser fija. Su físico no era ideal para un delantero que tiene que bregar con defensas que le doblan en edad. Estaba más cerca de ser un estrellado que una estrella. Y fue ahí, cuando peor estaba, cuando todo cambió. Porque a mediados de 2021 llegó la llamada de Scaloni. Polémica, controvertida, criticada, el técnico decidió convocar al chico para eliminatorias de clasificación para el Mundial y para la Copa América que Argentina terminaría ganando.

Esa llamada hizo un punto y aparte. River Plate decidió que Julián Álvarez iba a recoger el testigo que dejaba Santos Borré y que merecía una última oportunidad. Por primera vez en su carrera, tras el mercado de 2021, comenzó una temporada con la vitola de delantero titular. Y no ha habido aún defensa que haya sido capaz de frenar al nuevo niño maravilla del fútbol argentino. Julián Álvarez lo hace absolutamente todo. Baja a la medular a generar las ocasiones que no le proporcionan sus compañeros si es necesario. Defiende sin ningún pudor yendo al suelo sin importar que es él quien lleva el peso ofensivo. Cae a banda, juega entre líneas y ejecuta. Le apodan la Araña desde la niñez. El mote se lo puso su hermano porque “cuando jugaba y controlaba el balón parecía que tenía más de dos piernas”, aunque bien podría ser porque, por su forma de jugar, se mueve por todo el césped tejiendo una telaraña y hace suyo todo el frente de ataque. Obvio, además, celebra sus goles con el gesto característico de Spiderman.  

Desde que terminó la Copa América, Julián suma 16 partidos con River Plate y ha logrado 15 goles y seis asistencias. Solo en 1.184 minutos. Es decir, que el argentino genera un gol cada 56 minutos. Una locura. Y no va a menos, precisamente. A Boca le hizo un doblete en el Superclásico. Luego fue capaz de anotarle tres a San Lorenzo y en su último duelo le ha hecho un póker a Patronato. Aquel que mira el calendario y ve que se enfrenta a River Plate tiembla, porque puede ser perfectamente objeto de repóker. La nueva víctima de un argentino que no es más que un asesino con la cara de niño bueno de no haber roto jamás un plato. De ese muchacho de 1’70m que muchos defensas creen poder meterse en el bolsillo sin esfuerzo y acaban sudando la gota gorda y pidiendo la hora.

Julián Álvarez es la nueva sensación del fútbol argentino. El nuevo niño maravilla por el que vuelven a suspirar los grandes, 10 años después. Y claro, Europa ya ha llamado a su puerta, que además no es blindada. Porque en esa tesitura que tuvo River sobre dejarle volar o no, su contrato expira en apenas un año y no es el club el que tiene la sartén por el mango. Futbolista y representante oirán cantos de sirena con ceros a los que el club argentino jamás podrá llegar y su salto a una gran Liga está más cerca que lejos. Pero Julián ya ha demostrado que lo suyo es quizás ir más a fuego lento que a marchas forzadas. Y debe caer de pie en su próximo destino para destrozar Europa como está haciendo hoy con Sudamérica.

Imagen de cabecera: @RiverPlate

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