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Jamie Tandy, una fiesta, un cigarro y varios intentos de suicidio

Diciembre de 2003. El Manchester City cabalga con mal paso en la Premier League, en las últimas posiciones de la tabla y a solo tres puntos del descenso. Es la época anterior a los petrodólares, cuando los citizens no eran el equipo millonario que hoy dirige Guardiola y no pasaban de ser un vulgar club que soñaba con acabar en la mitad superior de la tabla. El vestuario, roto, está lleno de egos, de seres terrenales creedores de la excelencia. De tipos duros del fútbol criados en los barrios más difíciles de las Islas. Richard Dunne, David James, Robbie Fowler, Steve McMannaman, Wright-Phillips o el veterano Anelka. Pero sobre todos ellos, destaca la figura de un imberbe Joey Barton con 21 años, un mediocentro recién asentado en el primer equipo al que su ímpetu le hace ganar respeto y cuyo carácter está más cercano del niño-delincuente barriobajero venido del lugar de donde nació.

La cena de Navidad es una cita imperdible, exigida en el contrato, aunque el grueso de la plantilla desearía no tener que juntarse a cenar con esos a quienes ven a diario y con los que la relación a veces no solo es inexistente, sino mala. Junta la situación deportiva, los problemas personales y mézclalos con una noche larga de alcohol y tabaco y tendrás la combinación perfecta para una explosión sonora. Y eso fue lo que pasó.

Jamie Tandy era entonces un muchacho prometedor de la cantera del City que había sido invitado al banquete con los mayores, apenas dos años menor que el propio Barton. Y ambos se sientan en la misma mesa. Tras la cena y un karaoke donde los jugadores más veteranos tratan de ridiculizar a los más jóvenes con canciones variopintas, la fiesta de Navidad termina oficialmente y cada uno es libre de ir donde le plazca. El club ha reservado un área privada en uno de los locales de moda de la ciudad y el que guste, es libre de acudir. Lo hace un gran número de jugadores de la plantilla, aunque van bastante por separado. Entonces, en el momento en el que Wright-Phillips está poniendo a parir a su anterior entrenador, Jamie Tandy aparece por detrás de ellos y prende con un mechero la camisa de Joey Barton.

Barton, sintiéndolo, alarmado también por los gritos de sus compañeros de mesa, se arranca la camisa cual Lobezno, apaga el fuego pisoteándola y activa su radar en búsqueda del culpable. Tandy, a quien la broma se le ha ido de las manos, se arrincona, titubea, tiembla y sabe que ha enfadado a la bestia. Quizás no midió bien qué hacía y a quién. Y en vez de admitir su culpa, trata de excusarse, se da la vuelta y se intenta ir vacilando a quien se acabaría convirtiendo en uno de los bad boys de la Premier. Barton, encolerizado, le quita el cigarro de la mano a su compañero Danny Mills, que está sentado justo a su lado y se dirige a por Tandy como si en su camino hubiera un balón dividido. Va a apagarle el cigarro en la nuca para hacerle una cicatriz y darle un escarmiento cuando el canterano se da cuenta del peligro, se revuelve, se da la vuelta y el cigarro acaba dentro de su ojo. Cae al suelo y Distin, el capitán, corre a socorrerlo, lo lleva al baño. Barton duda de qué ha pasado. Entonces aparece el hermano de Tandy, una mole de más de dos metros, que no tiene más intención que acabar con la vida de Joey Barton a puñetazos. Barton, frío, calculador, criado en la calle, salido del barrio, engendrado entre el peligro, deja inconsciente a semejante mastodonte con apenas un par de ganchos de derecha.

«¿Si fue todo una mala noche? Absolutamente. ¿Si lamento de verdad lo que yo le hice a Tandy? Todos y cada uno de los días. ¿Si me gustaría cambiar todo lo que sucedió? De todo corazón. ¿Si tengo alguna simpatía por él? Ni en un millón de años». (Joey Barton, en su autobiografía No Nosense).

Tras el suceso, Tandy denunció a Barton por daños psicológicos, quien tuvo que pagar multas al club por orden del entrenador Kevin Keegan. El canterano estuvo varios días sin ver por el ojo afectado y nunca llegó a jugar un partido profesional. El club cerró filas sobre Barton, a quien apartó durante semanas y posteriormente cedió a Tandy a un club de Dinamarca, y nunca más se supo nada de él como jugador. Tandy alega que Barton destruyó su vida y que ese incidente acabó con su carrera. Todo lo que le ha pasado desde entonces, para él, lleva el sello de la culpa de Barton. Y no ha sido poco.

Cuentan los compañeros del equipo que Barton trató de aclarar con él en privado el día siguiente todo lo que había pasado sin éxito. Que Tandy trató siempre de buscar venganza física y económica. Que llevaba siempre consigo a su hermano para intentar agredir a Barton y que le contó a todo el mundo su versión sin nunca admitir que él había sido quien empezó todo con una broma de mal gusto que casi acaba en tragedia. O sin casi, porque cuando Tandy dejó de vivir del fútbol, nada más salir del City, cayó en depresión, abusó del alcohol y se destrozó la vida. Aunque para él nunca fuera su culpa.

Perdió su casa a causa del alcoholismo en 2008, acudió a rehabilitación para recaer en la botella un año más tarde. Pasó varios días en la cárcel por delitos menores y ha tratado de suicidarse dos veces. Una de ellas estrellando su pequeño Peugeot contra un árbol. En 2010 le rompió la nariz a un compañero de trabajo (limpiaba ventanas). Ha sido doblemente acusado de agresión a su pareja, quien en 2014 sufrió la cólera y pagó los platos rotos de una reyerta entre los hermanos Tandy. Habían discutido, se estaban peleando y ella logró separarlos y meter a su pareja en casa. Entonces, Jamie Tandy se revolvió contra ella, la agarró por el cuello y la intentó estrangular. Luego la tiró al suelo y la golpeó repetidamente la cabeza mientras le gritaba «¡¿Estás lista para morir esta noche? Porque te mataré justo antes de suicidarme!», según confirmó el fiscal del caso Paul Hodkinson durante el juicio.

Sorpresivamente, Tandy no pisó la cárcel. Tampoco en la segunda ocasión, cuando tras reconciliarse con su pareja, volvió a atacarla. En este caso ella venía de trabajar en un pub cuando, por un ataque de celos, decidió golpearla en la cara y arrojarle varios útiles que encontró a su alrededor, móvil incluido. Esa fue la versión que el ex futbolista le reveló a la policía. El juez entendió que todos sus actos tenían origen en la adicción a la bebida y al juego, que la intención de su novia de volver a reconciliarse era una situación peligrosa pero en la que él no podía mediar y que si se mantenía alejado de todo lo que le provocaba el mal en su cabeza, no tendría oposición en no decretar órdenes de alejamiento. «Sé que usted ha pasado por problemas en el pasado, pero lo que sucede es fruto de sus actos y no de situaciones anteriores», dictaminó el juez, en clara referencia a que la idea de culpar a Barton de todo lo que le había sucedido no era real. Porque Joey Barton no es ni mucho menos modélico, pero Jamie Tandy no parece ser mejor que él. Y la culpa no siempre puede ser de los demás.

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