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Premier League

Imposible

Era en Magnolia donde nos decían que en el cine sucedían cosas que a veces no creíamos posibles, hasta que un día pasan delante de ti y tienes que marcharte quedo. El fútbol sigue siendo esa sucesión de hechos inexplicables e insospechados. Nos tiramos años estudiando sus esquemas y sus complejidades; buscando una respuesta o una pócima del triunfo, pero no encontramos nada. Incluso ni en el Football Manager, que dicen que lo han hecho tan real que es más real que la vida misma. Mientras sigo indagando la respuesta de ese Watford-Leicester que quedó para la historia busco trabajo en el videojuego porque he decidido dar un paso más en mis hazañas en mundos virtuales. Empiezo en el paro con una reputación baja para llevar a un equipo de cuarta a la Champions League, pero de momento no he tenido mucha suerte. Toca esperar. Como sucede en la vida misma.

Quizás todo esté conectado, como decía Paul Thomas Anderson en su filme. El Watford está asociado al FM desde muchos años y vaya, lo que vivió esa tarde de 2013 nadie lo podría recrear porque no lo aceptaríamos si nos ocurriera en contra. Apagaríamos el ordenador, la Playstation o la televisión; lo que fuera. Exclamaríamos a los cuatros vientos que eso es imposible, que no sucedería nunca. Anthony Knockaert, en una de sus clásicas cabalgadas, había vuelto a hacer temblar a Vicarage Road. Se enfilaba el francés contra el mundo, ávido de triunfos y hazañas solitarias como Robinson Crusoe, hasta que se desplomó dentro del área. Penalti.

No hemos empezado por el inicio. El Leicester se jugaba el ascenso a la Premier League en el campo de los londinenses. Era la semifinal de esos playoffs que se alargan hasta la saciedad, que dejan a los futbolistas en las últimas. Era el penúltimo paso de un camino sinuoso que acababa en Wembley. Esa pena máxima, injusta, era el match point de los foxes. Knockaert, con unos números excelentes aquel curso, había dejado en el banquillo a Jamie Vardy y a Harry Kane. Ellos estaban fuera del verde, esperando una oportunidad que solo le iba a llegar al segundo. Era el galo el que había forzado ese penalti y el que iba a llevar al Leicester a la gran final. Hasta que apareció Manuel Almunia.

“¡Almunia saves again!”, exclamaba el narrador de la radio local de Watford. Si hubiéramos llevado ese penalti a la sala de la doctora Melfi lo hubiera tenido muy claro: “Ese lanzamiento está repleto de miedo”, hubiera expresado con su celebérrima calma. A Tony Soprano no le solía hacer mucha gracia, pero acataba. A Knockaert se le iba a quedar el rostro descompuesto; aceptando también que se cumplía su peor pesadilla. Desde el despeje de la defensa local, solo se pudo percibir la locura. Los anfitriones, al galope, cuajaron un contraataque sensacional. Una buena combinación en banda encontró una oportunidad de centro y ahí estaba rondando Troy Deeney: el héroe local. Kasper Schmeichel, enajenado, salió a la desesperada a tapar la dejada de cabeza al delantero inglés. Cuando quiso reaccionar, Deeney había firmado el guion de una de las mayores locuras del balompié inglés. De un penalti a un gol en contra. Venga ya.

Vicarage Road se vació en un instante. Cientos de aficionados saltaron al campo con Gianfranco Zola, técnico del Watford, resbalando en el intento de perseguir a alguno que se le cruzó. El Leicester, el curso siguiente, acabó ascendiendo y los hornets cayeron en Wembley. La mayoría ni siquiera recuerda la final, pero todos rememoran ese momento de ese encuentro como uno de los instantes más dramáticos de la historia reciente del fútbol británico. Sobre todo, como uno de esos sucesos que todos querríamos vivir como protagonistas. El francés, tras aquel penalti marrado, no consiguió cumplir con lo que prometía. Se acabó marchando de los foxes la temporada en la que consiguieron la Premier League y ahora juega en el Fulham, en el Championship. En una entrevista para The Guardian expresó todo lo que sintió tras ese penalti: “No dormí durante tres días. Fue terrible, la sensación de haber decepcionado a todos. Afortunadamente, subimos como campeones la siguiente temporada, con 102 puntos. Marqué el gol que selló el título, pero nadie lo recuerda, todos me asocian con ese penalti. Incluso hoy.»

Knockaert es uno de los primeros jugadores de la élite que se ha abierto y ha reconocido que ha tenido depresión. Todos esos problemas no estaban relacionados con el deporte. Perdió a su padre por un cáncer de estómago, casi fulminante, y se quedó solo en Inglaterra, al estar divorciado de su mujer. Aquella pareja que esperaba en el banquillo, por su parte, disfruta de una increíble carrera en la Premier League. Ambos conjuntos que protagonizan esta historia, además, están en la máxima categoría. Qué razón tenia Anderson. Todo estaba relacionado. Hoy el francés se encuentra en el Fulham peleando por otro ascenso por el que probablemente se sucedan esos perturbadores playoffs que te pueden llevar del regocijo y ánimo a la máxima desolación en segundos. Como aquel imposible encuentro entre Watford y Leicester. Como aquel lanzamiento de Anthony Knockaert que cambió las vidas de muchos.

Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.

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