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Guardiola, el gran fracasado

Josep Guardiola ha vuelto a fracasar. Después de su aventura en Barcelona, donde saldó su fracaso con 14 títulos en cuatro temporadas, y su paso por el banquillo del Bayern de Múnich, donde solo alzó siete copas en tres años, Guardiola ha vuelto a fracasar estrepitosamente ganando solamente 21 partidos consecutivos con su Manchester City.

Dicen que el dinero lo puede todo. Que construir un equipo con un cheque en blanco no tiene mérito alguno. También dicen que Guardiola fracasa año tras año porque no levanta la Champions desde hace una década, a pesar de haber ganado 29 títulos en las 11 campañas completas que ha ejercido de entrenador. Permítanme oponerme a todos los que juntan las palabras Guardiola y fracaso, pero no creo que ambos conceptos puedan ir de la mano.

El fútbol y su impacto mediático han evolucionado en un deporte esclavo de la inmediatez y del resultadismo. Si ganas el domingo estás en el cielo, pero si pierdes el miércoles bajas al infierno. Y si encadenas tres derrotas seguidas, agárrate que vienen curvas. La vara de medir de Guardiola es otra. Excede de los goles, los partidos y los títulos. La huella que Pep está dejando en el balón es mucho más profunda.

El pasado 21 de noviembre el Tottenham venció al Manchester City en la novena jornada de la Premier League. Tras la derrota liguera, el bando azul de Manchester estuvo 106 días consecutivos sin perder. Más de tres meses. 28 partidos sin conocer el sabor amargo de la derrota y en los que consiguió una racha de 21 victorias seguidas, algo nunca visto en la élite del fútbol británico. Del mismo modo que en el balompié español y en el alemán, Josep Guardiola figura como el director de orquesta de los equipos más ganadores en los respectivos países. 

Dejando los números a un lado, lo que hace especial a los equipos de Guardiola es el cómo. El Manchester City ya es a su totalidad un equipo de autor que desprende aroma “guardiolista”. Una máquina perfecta que Pep ha diseñado para dominar y someter a los rivales y a la que ha ampliado los registros, convirtiendo al equipo en un bloque mucho más sólido que en raras ocasiones concede. El fichaje de Rúben Dias el pasado verano terminó por completar un puzzle que cuenta con un abanico de posibilidades inacabables y que dispone de soluciones para cualquier tipo de situación.

Durante las cuatro temporadas y media que lleva en Inglaterra, Guardiola ha plantado la semilla de un estilo atípico en la Premier League y que centra todas sus fuerzas en mimar el balón. En un país acostumbrado al juego físico con un ritmo frenético, Pep ha logrado que la pelota sea la protagonista del espectáculo y, por si a alguien se le olvida, lo ha hecho cosechando éxitos, levantando títulos y rompiendo récords sin parar. Al igual que hizo en Barcelona y en Múnich, el técnico catalán ha cambiado el paradigma existente para instaurar su propio modelo. 

En un tiempo en el que el fútbol requiere cada vez más de una intensidad al límite y de unas capacidades físicas de élite, Guardiola ha sabido adaptar su plan para seguir venciendo. Con el Manchester City cabalgando sin oposición hacia una nueva consecución del título liguero, metido en los cuartos de final de la FA Cup y ya en la final de la Carabao Cup, las sirenas del fracaso volverán a sonar si Guardiola no es capaz de levantar la Champions, el torneo de clubes por excelencia. Si la gana, los petrodólares serán la causa y Guardiola será el simple conductor de un equipo que se maneja solo. Si la pierde, el fracaso del técnico de Santpedor será el que se lleve las portadas. 

Dentro de unos años, cuando la motivación se convierta en cansancio, Guardiola dejará el fútbol de élite a un lado. Desde la óptica del paso del tiempo, que todo lo aclara, podremos valorar la huella de Pep. Más allá de sus títulos, de las mejores victorias y de las peores derrotas, hablaremos del impacto de Guardiola en un deporte que ha cambiado desde que él se puso el traje para sentarse en el banquillo del Camp Nou por primera vez en aquel lejano 31 de agosto de 2008. El día que lo deje, la pelota se quedará huérfana de una de las personas que mejor la ha tratado. Será este el momento en el que no volveremos a escuchar la palabra fracaso cerca del nombre de Josep Guardiola y Sala.

Ah, por cierto. Todo esto lo hace luciendo una sudadera de ‘Open Arms’.


Imagen de cabecera: Imago

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