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Goran Suton: Un último avión que salvó su vida

 

»Me cuesta mucho acordarme de esos momentos. Es muy duro para un niño vivir situaciones así, pero a mí me tocó dos veces. Qué hubiese sido de mí si no hubiese sido por ése último avión, qué hubiese sido de mí…»

Un 11 de agosto de 1985, en un pequeño hospital de Sarajevo, Bosnia, Goran Suton llegaba al mundo. Seis años y medio más tarde, un 5 de abril de 1992, la guerra de Bosnia estallaba. Por aquél entonces, Goran era un chico pequeño, introvertido y con una infancia tranquila. Nada fuera de lo normal para un chico de su edad. Hasta que dejó de serlo, hasta que las bombas y los disparos, se interpusieron en su día a día. Se encontraba en un lugar inseguro, del que tuvo que escapar lo antes posible.

Lo hizo un 1 de mayo de 1992. Lo hizo ‘in extremis’, en un último vuelo en el que no quedaban asientos. Lleno a rebosar. Miles de personas escaparon de una guerra que dejó miles de muertos, y Goran escapó en el último segundo. Sentado en el suelo de un avión militar, con decenas de personas rodeándole. La gente respiraba aliviada en ese avión, incluso lloraban. Goran era un niño, un niño al que la guerra, lo hizo mayor de golpe.

»Cuando me senté en el suelo de ese avión, cerré los ojos aliviado pensando que ya estaba. Me había escapado. Era un niño pero en el fondo sabía qué significaba ese avión. Era mi salvación, y la de mi familia.»

Una vez en Serbia, el sufrimiento no cesaría para un Suton en el que por aquél momento, el balón de baloncesto aún no se había cruzado en su camino. Su padre, tuvo que quedarse en Bosnia para intentar proteger su casa. Una casa por la que tuvo que desistir siete meses después, cuando la situación era incontrolable.

El deporte fue la vía de escape, su instante de paz entre tanto calvario. Empezó jugando a balonmano durante cuatro años, hasta que el baloncesto se cruzó en su vida cuando tenía 11. Un baloncesto, que sin él aún saberlo, le iba a cambiar la vida.

Tras seis años de tranquilidad en Serbia y cuando parecía que todo se había acabado, las bombas y la guerra se cruzaron de nuevo en el camino de Goran. Fue en 1999. El adolescente y su familia, volvieron a ver sus vidas amenazadas por culpa de las bombas lanzadas por la OTAN. Los borrosos recuerdos de la guerra vivida en Bosnia, volvieron a la cabeza de un Goran Suton que tras pensar que no volvería a vivir nada a igual, que había escapado de la guerra, la volvía a tener a sus espaldas. La guerra lo perseguía.

La guerra lo perseguía al mismo tiempo que él se escapaba de ella. Fue un 30 de marzo de 1999, cuando la familia Suton decide volver a Bosnia. Una Bosnia destrozada. Los intentos por reformar la casa quedaron en vano cuando surgió una oportunidad única, una oportunidad que cambiaría la vida de Goran, y la de toda su familia.

20 de julio del año 2000. Un avión hacia América despegaba desde el aeropuerto de Sarajevo y en él iban sentados Goran Suton y su familia. Un avión lleno de pasajeros, pero también lleno de ilusión. Una ilusión desprendida por Goran que sabía que esta vez sí, que ese avión sí que era su salvación. Con 15 años se había convertido en un hombre con una fuerte historia a sus espaldas. Había escapado de dos guerras. Había vuelto a nacer. Se encontraba volando hacia un continente del que solo había escuchado cosas buenas.

»Viajé a América, concretamente a Langsing, cerca de Michigan, donde estaban viviendo mis abuelos y mis tíos. Ellos también huyeron de la guerra. Se fueron a Alemania, y de ahí, viajaron a América.»

Con la familia reunida de nuevo, Goran empezaba una nueva vida. Una vida donde el baloncesto decidió cruzarse de nuevo en su camino y hacer que ese sufrimiento que cargaba en su espalda, dejara de existir. En su último año en el equipo del Instituto, el Everett, el equipo del que formaba parte Goran Suton, logra ganar el campeonato contra todo pronóstico. El bosnio estallaba de felicidad, una felicidad bien merecida tras tantos años de sufrimiento.

La carrera de Goran acababa de empezar y Michigan State decide que lo quería en sus filas. Las cosas no podían irle mejor cuando en 2009, se plantan en la final de la NCAA ante North Carolina. Una final ante 72.000 personas. Una oportunidad única con la que Goran había soñado desde que entró en el equipo. Pero no pudo ser. Y no fue porque Goran no lo intentara. El bosnio fue el mejor de su equipo con 17 puntos y 11 rebotes, pero esa final no era para él.

Se levantó y siguió, como tantas otras veces había hecho a lo largo de su vida. Ese partido le catapultó al mundo profesional, y desde entonces, no hace más que hacer lo que le gusta, jugar al baloncesto. Sabe que es un privilegiado, y no sólo por dedicarse a lo que le gusta.

Es por eso que hoy en día, Goran Suton celebra cada victoria como si hubiese ganado una final. Y es que en cada canasta de Goran, se esconden años de sufrimiento, en cada rebote que pelea, se esconde un esfuerzo titánico en busca de una vida mejor. Estudiantes tiene la suerte de contar con un guerrero con una historia digna de un guión de película, una película con final feliz.

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