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Fútbol Español

Gol de Raúl

15 de noviembre de 2015. En el James M. Shuart Stadium de Hempstead, Nueva York, Raúl González camina serio por el césped tras ganar el título de la NASL. Mientras sus compañeros lo celebran eufóricos, apiñados en un corro y abrazando a otro mito del fútbol –Senna-, el eterno ‘7’ se dispone a felicitar a sus rivales por el esfuerzo realizado. Después, y tras unos cuantos abrazos, decide subir las escaleras que conducen hasta la megafonía de estadio. Cuando la tos de Raúl retumbó sobre el cielo estadounidense, el ambiente se inundó de un profundo silencio. Entonces dijo: «No puedo dejar el fútbol. Creía que sí, pero después del partido de hoy estoy dispuesto a jugar un año más. No me retiro». Y la afición, los jugadores, los técnicos y hasta los rivales vitorearon hasta el amanecer la mejor noticia que jamás se pudo ir en el fútbol. Volveremos a cantar un gol de Raúl.

Esto, obviamente, sólo pasó en mi cabeza. Disculpen, pero es que me niego a reconocer la realidad porque es demasiado cruel. Siempre evité la idea de que Raúl pudiera retirarse algún día. Rara vez se me pasó por la cabeza porque, en mis adentros, pensé que nunca lo haría. Que, como se dice siempre, sería eterno de verdad. Le he visto hacer tantas cosas después de enterrado, que vaticinaba un mundo idílico en el que me hacía viejo en el sofá de mi salón mientras él seguía marcando goles y besándose el anillo.

¿Cómo es posible que alguien pueda quedar tan vacío después de una noche como ésta? Nada será igual desde ahora, ni mucho menos. Raúl ha marcado mi vida como pocos lo han hecho y me hizo sentir admiración como nunca he sentido en nadie. Es muy posible que Raúl sea el culpable de que hoy sea periodista, de que ame su deporte y de que sea quien soy ahora.

 

MADRID, SPAIN - DECEMBER 01: Raul Gonzalez of Real Madrid celebrates his goal during the La Liga match between Real Madrid and Racing Santander at the Santiago Bernabeu Stadium on December 1, 2007 in Madrid, Spain. Real Madrid won the match 3-1. (Photo by Jasper Juinen/Getty Images)

 

Los que saben de la materia hablan de un jugador impresionante en sus inicios. De una verticalidad asombrosa, tenía regate, velocidad y una gama sobrenatural de recursos técnicos. Y qué golazos marcó Raúl, de todos los colores. Algunos tan importantes que han valido Copas de Europa. ¿Saben qué? Yo no recuerdo nada de eso. La mejor época del ‘7’ pasó cuando yo cumplí once años. Por entonces, agarró el brazalete de capitán tras la salida de Fernando Hierro y reubicó su posición. Ignoro si por su mayor responsabilidad, por el hecho de jugar con Ronaldo o por su falta de velocidad. Pero Raúl comenzó a pisar el centro del campo casi tanto como el área.

Y entonces, siempre según los que saben, vimos lo peor de Raúl. Fue el delantero del peor Madrid en décadas. El capitán de un barco a la deriva. El que vio cómo el Barça ganaba un sextete y tres Ligas de Campeones. El que sufrió en sus carnes el Alcorconazo y las continuas eliminaciones en octavos de Champions. El que sufrió un 2-6 de los azulgranas en el Bernabéu, el mismo año en el que Ramón Calderón dimitía de la presidencia. La misma época en la que la selección española era incapaz de demostrar que podía pelear por un título.

¿Pues saben? Fue entonces cuando me hice raulista. En los peores momentos de la historia del Madrid, Raúl, con más melena, más kilos y menos físico que nunca, elevaba a la máxima potencia lo que era ser jugador del Real Madrid. No sólo fue un capitán, fue el hombre que ejemplificó lo que significa sudar una camiseta. Corrió, se desfondó, presionó y volvió a correr. Y lo mejor de todo es que nunca dejó de meter goles.

Raúl hizo enamorarme del delantero peleón, el que lucha hasta que recupera en la frontal, el que nunca da un balón por perdido, el que se tira al rechace antes siquiera de que el balón sea rechazado, el que grita con rabia cuando la pelota besa las redes.

 

Real Madrid's Raul reacts after winning

 

Pillé muchas rabietas en aquella época. Yo era un adolescente loco por el fútbol, el Madrid y Raúl. Cuando no marcaba -rara la vez-, las críticas de algunos de mis amigos eran terribles. Cuando sí lo hacía, se burlaban de él por marcar «sin portero», «a placer» o «a bocajarro». Claro, de él esperaban que se fuera de cuatro y marcara por la escuadra. Que fuera veloz como un rayo y que firmara tantos de chilena o desde el centro del campo. Que ganara el Balón de Oro que le arrebataron en su día. Y que ganara un Mundial o una Eurocopa con una España de la que desapareció demasiado pronto.

Fue como un puñetazo en la barriga la lesión en el ligamento cruzado que le dejó seis meses fuera. Fue duro ver como perdía rapidez y físico, pero lo cierto es que sus limitaciones convirtieron sus logros en hazañas. Cada gol marcado se transformaba en una heroicidad. Tuve la suerte de ver en vivo sus primeros goles con España y Real Madrid tras su vuelta. Uno ante Egipto, en el Martínez Valero. El otro, en un derby neutralizando el tanto inicial del Atlético. La próxima vez que visité el Bernabéu le hizo dos goles al Bayern, en una eliminatoria que perderían en Múnich con el gol más rápido de la historia de la Champions. Pero aquel año el Madrid ganaría la Liga con los valores que Raúl capitaneaba: luchar, luchar y luchar. A base de coraje y fe, los de Capello consiguieron un título inolvidable.

En las dos temporadas siguientes, Raúl marcó 47 goles en total, pero no volvió a ser convocado con la selección. El debate duró incluso después de ganar la Eurocopa, en la que Villa y Torres, apuestas de Luis Aragonés en lugar del madridista, resultaron decisivos. La palabra «injusticia» resonó mil y una veces en mi cabeza y llegué, por momentos, a odiar al hombre que nos hizo campeones. Perdóname, Luis.

Raúl empezó a estar muy cerca de convertirse en el máximo goleador de la historia de la Liga cuando el Tuenti estaba de moda. Entonces, a cada gol que hacia, foto suya que subía etiquetando a todo el mundo. Desgraciadamente, una lesión -la misma que no le impidió marcar su último gol con el Madrid- le privó de terminar la temporada de su despedida y se quedó a 23 tantos de Zarra. Ese fue el primer gran palo. Entonces, tampoco me lo creí, y llegué a apostar una cena con un amigo a que no se iría. Más que pagar la cena, lo que más me dolió fue ver cómo se marchaba sin homenaje, sin títulos y para no vestir la camiseta blanca nunca más.

Y fue entonces cuando decidí seguirle al fin del mundo. Si iba a jugar en el Schalke 04, me haría del equipo de la Cuenca del Ruhr. Vería sus partidos -horribles, por cierto-, me compraría su camiseta y volvería a verle en directo en Mestalla, donde viví una de las mejores experiencias de mi vida. En Valencia le tuvimos a centímetros en la puerta del hotel, recitamos los cánticos al ‘7’ con los alemanes, estuvimos a punto de morir apedreados y se nos pusieron los pelos de punta cuando Raúl celebró el gol que silenció Mestalla en nuestras mismísimas narices. Salí hasta en la prensa internacional.

 

bild

 

Lo que hizo en Alemania fue poco menos que alucinante. A sus 34 años, jugó casi cien partidos, marcó 40 goles, llevó a su equipo a las semifinales de la Champions y ganó Copa y Supercopa. La imagen del Veltins-Arena a rebosar homenajeando al mito fue simplemente maravillosa. Aunque tarde, el Bernabéu le dedicó el mismo un año después, ya en las filas del Al-Sadd, y tuve la enorme fortuna de poder vivir el último gol de Raúl -con un ‘7’ cedido por Cristiano- con la camiseta del Real Madrid. Su sexto gol en siete partidos que pude verle en directo. Nunca dio oportunidad a defraudarme.

Su marcha a Estados Unidos hasta la celebré: era más fácil ver los partidos del NY Cosmos que cualquiera de la liga de Catar. Firmó por dos años, pero antes de que acabara el primero anunció su retirada. Entonces no supe cómo reaccionar. Me derrumbé. Luego busqué los partidos que le quedaban. Dos de Liga, y como mucho, dos más de play-off. En dos de ellos marcó y fue MVP. En la final, dio una asistencia enorme para sentenciar un partido y conquistar otro título. El número 22 en su palmarés.

Pero todavía no me lo creo. Ya no volveré a escuchar o gritar una frase que se ha repetido cientos de veces: ¡Gol de Raúl! Ya fuera en el campo, en un bar, en casa, con una alerta del móvil, un tweet o un amigo que se entera antes, el final de aquella preciosa oración acababa siempre con una sonrisa.

A lo largo de estos días he pensado en cómo puedo seguir escuchando esa frase. Puedo hacer algo por ver los entrenamientos que haga en la Academia del NY Cosmos. Igual participa en algún partidillo… Pienso averiguar dónde jugará las pachangas cuando vuelva a Madrid, cuándo entrará en el equipo de veteranos, cuándo formará parte de algún encuentro benéfico… A partir de ahora, sólo jugaré con ediciones del FIFA en el que Raúl siga en activo. Pongan reposiciones en las televisiones, por favor. Y si alguna vez es entrenador del Madrid, que le den ficha para entrar al campo en caso de urgencia. Quién sabe si, ojalá, podamos volver a decir, como tantas veces… gol de Raúl.

 

BONUS: El sueño de mi vida

 

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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