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God Save the Gazza

Hay quien dice que Paul Gascoigne es el mejor jugador de la historia de Inglaterra. Si no el mejor en cuanto a resultados y trayectoria, sí en cuanto a talento. Porque de un lado tenemos a Bobby Charlton, Bobby Moore, Gary Lineker, Alan Shearer o Gordon Banks, pero de otro tenemos a Gazza, considerado un Dios, un Rey. Ese por cuya vida se ha estado temiendo durante años hasta tal punto que hace no mucho se consideró una ley no escrita en la Constitución no servirle ni una pizca de alcohol y ayudarle siempre que se le viera deambular por la calle en su condición de vagabundo. ¿Y si la droga y el alcohol no se hubieran cruzado en su camino?

El fútbol lo ha sido todo para mí. Cuando terminó, me pregunté qué podía hacer. Y encontré la respuesta en el alcohol y en las drogas. Bebía cuatro botellas de whisky al día y tomaba coca a todas horas. He llegado a meterme 16 rayas en un solo día”. Lo contaba, como una rutina. No se alimentaba de nada más. “Me estaba matando y creo que lo hacía a propósito”. Así contó Paul Gascoigne a una televisión británica su idilio con los excesos una vez colgó las botas. Sincero, nada natural, ojos vidriosos y alguna que otra lágrima, el que fuera en el pasado niño bonito de Inglaterra se abrió al mundo contando unos problemas que ya todos conocíamos.

Hoy Paul Gascoigne tiene 50 años y disfruta de un repunte en su vida. Más allá de que las apariencias engañan, Gazza nunca fue de esconder dentro lo que no mostraba por fuera. Y es que es en este inicio de año donde un Gascoigne bien activo en las redes parece al menos recuperado de los múltiples problemas que le asolan desde que tiene uso de razón y que le han llevado tantas veces a estar cerca de la muerte. Hace solo dos vivió uno de los episodios más oscuros de su vida, cuando The Sun le fotografió saliendo del coche del que vivía cigarrillo en boca y nada más que ataviado con una bata. Porque entonces Paul se mantenía en la cuarentena, pero su aspecto bien parecía de un señor 20 años mayor.

Gascoigne se escondió en la pelota como único método de escape en su vida. Nacido en uno de los barrios anexos a Newcastle, fueron las urracas las que con 13 años ficharon al chico mediante la recomendación de un endiosado Bobby Robson. Desde el principio mostró sus dos caras. En el Newcastle rompió registros de precocidad y se marchó varias veces de rositas cuando en el club trataron de expulsarle por sus continuas faltas disciplinarias. Una de las más graves, cuando, como encargado de limpiar las botas de la entonces estrella Kevin Keegan, no tuvo otra ocurrencia que perderlas.

Era lo que en Inglaterra se llama chav (pandillero, con tintes despectivo), un pequeño terremoto, un delincuente de poca monta capaz de liarla en los pubs y de aliarse con otros peores que él para cometer pequeños hurtos más fruto de la adrenalina que provocaba el robar unas cervezas que el propio botín en sí. Con el Newcastle debutó en 1985 a los 17 años de edad y allí se mantuvo hasta 1988. Con un trofeo a Mejor Jugador Juvenil de la Liga Inglesa y con multitud de ofertas tras su buen hacer durante tres años seguidos, le llovieron las ofertas y el Newcastle, que sabía que esa cabeza no estaba en su sitio y que nunca enderezaría el camino, decidió venderle al Tottenham.

Este chico es George Best sin cerebro”, llegó a admitir en público Stan Seymour, su entonces presidente en el Newcastle. Y es que aunque Gazza era un geordie (nombre que reciben los aficionados del Newcastle nacidos en la ciudad) de pura cepa, que acudía pulcramente a los partidos (y los siguió haciendo durante años cuando los horarios se lo permitían), el Newcastle se había quedado con él y le había aguantado sus excesos sabedor de que llegaría el momento de venderle por una jugosa cifra.

Su mejor rendimiento lo sacó bajo la tutela de Terry Venables. Se convirtió en el mejor jugador de Inglaterra, a la que lideró en el Mundial de Italia ’90, donde fue incluido incluso en el once ideal del torneo. Bajito, regordete, y con una calidad asombrosa, era de ese pequeño club de barriletes cósmicos elegidos que parecían no estar hechos para el fútbol hasta que se vestían de corto. Pero Gazza fue más allá que ninguno y, a la vez que deslumbraba con su juego de pies en el verde, no podía parar de empinar el codo en la taberna más cercana. Y su luz se apagó. Nunca superó la muerte de su padre cuando era apenas un crío, un trágico fallecimiento que se encadenó con el de un amigo de la infancia de la que fue testigo. A causa de todo ello, Gascoigne fue diagnosticado desde bien pequeño con trastorno obsesivo compulsivo que luego fue agrandado con trastorno bipolar, alcoholismo y bulimia.

Sus mejores años pasaron entre la barra del bar y la enfermería, porque a Gascoigne tampoco le respetaron las lesiones. Más de diez cirugías solo en la rodilla le contemplan y la peor la sufrió a su salida de los Spurs camino de Italia. La Lazio se impuso a todos los rivales haciéndose con un jugador que había estado un año en el dique seco y allí se partió la rodilla en mil pedazos. Su recuperación no marchaba viento en popa porque su descanso y rehabilitación consistía en bares y más bares. En uno de ellos y tras una fuerte pelea con otro tipo, Gazza quedó noqueado en el suelo, sufriendo más daño aún en su rodilla en la caída y teniendo que pasar nuevamente por quirófano.

Y es que este centrocampista ofensivo tenía mucho talento pero poca cabeza. Gascoigne pasó por el Glasgow Rangers, donde se convirtió en uno de los mayores ídolos del club. Middlesbrough, Everton, Burnley antes de probar las mieles del fútbol chino. En 2004 firmó por el Boston United, un equipo semiprofesional inglés. Un accidente de coche adelantó su retirada, con 36 años. “En el camino hacia el hospital murió dos veces”, afirmaron los médicos que le llevaron de urgencia en la ambulancia. Desde entonces, una pronunciada cojera le acompaña a cada paso.

Y es que Gascoigne es el héroe muerto mil y una veces. Y otras tantas vuelto a la vida. Ha estado detenido decenas de veces e internado por su estado físico y ha probado las camas de más de un hospital ingresado por sobredosis de alcohol y drogas. Su peor recaída la sufrió en 2016, cuando se enteró del suicidio de su sobrino, que ingirió voluntariamente un bote entero de pastillas. Fue entonces cuando los medios y la voz pública se hicieron eco de una idea para salvar a una leyenda que parecía encantado con la idea de morir: “No le vendáis alcohol. Si le veis por la calle, ayudadle”. “Si estoy convencido de que no voy a volver a beber alcohol, lo acabaré haciendo”, decía él, cada vez que le metían en una clínica de desintoxicación.

En 2010 sufrió otro accidente de tráfico del que salió ileso y poco después se sinceró y buscó ayuda en la Asociación de Futbolistas Ingleses. Se había quedado sin casa, no tenía ni una sola libra y el conglomerado de futbolistas le dejó un techo bajo el que vivir. Poco antes, había intentado suicidarse en uno de los centros en los que habían tratado de limpiarle sin éxito.

Políticamente incorrecto, con facilidad para meterse en problemas (como cuando estrelló el autobús del Boro haciendo las veces de conductor para hacer la gracia) y un fijo en la prensa sensacionalista (se llegó a pegar en un pub con quien hasta aquel día fue su amigo del alma, Liam Gallagher, de Oasis), Gascoigne ha sorprendido en este inicio de año como la noticia positiva. Está limpio. Ha recuperado su vida, a su familia y es una personalidad activa en las redes sociales bajo el hashtag #GazzaIsBack.

Y es que nunca sabremos qué futbolista podría haber llegado a ser Gascoigne con una vida aseada. Si fue capaz de mostrarnos tanto talento en una cabeza tan desordenada, ¿qué podría haber hecho este pequeño regordete de rizos y sonrisa pícara? Nadie ha confiado nunca en él. Posiblemente ni él mismo. Hasta el punto que suele liderar o asomar en posiciones altas año tras año la DeathList, una famosa web de gusto macabro basada en las opiniones de la gente sobre personalidades que fallecerán en el año en cuestión.

Paul Gascoigne y David Platt | EURO ’96 vs España
Copyright: imago/WEREK

En términos meramente futbolísticos, Gascoigne jugó 468 partidos de club como profesional y marcó 110 goles. La mayoría de ellos, de bella factura, ya sea en arrancadas desde la medular dejando rivales esparcidos por el verde o con disparos a media distancia. Con Inglaterra jugó 57 partidos más, a los que sumó 10 dianas. Ganó una Copa con el Tottenham, cinco títulos con el Rangers y fue el mejor jugador de la mejor Inglaterra de la época contemporánea (4ª en el Mundial 1990). En lo individual, fue elegido Mejor Jugador Joven del año en la Liga Inglesa en su temporada con el Newcastle, acabó 4º en las votaciones al Balón de Oro en 1990, está incluido en el Hall of Fame de Inglaterra y de Escocia y tiene numerosos entorchados a Jugador del Mes, del Partido, Mejor Once de Torneos y Ligas y similares.

Una vez, alguien le dijo que había tenido una carrera poco exitosa, y él sacó a relucir todo su palmarés, que se sabía de carrerilla. Y es que Paul Gascoigne se arrepiente de cada vez que ha tomado una sola gota de alcohol. Ha recuperado su vida 50 años más tarde, pero habría hecho cualquier cosa para tomar el control cuando solo era un crío. A veces, las circunstancias de la vida, no nos dejan decidir. Gascoigne sigue siendo un ídolo, una leyenda. La Gazzamania existe desde finales de los ’80. Ha sido toda su vida un pieza, cierto, pero nadie se gana tanto cariño por nada. 

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