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Glory, Glory, Man United: Busby Babes y Fergie Boys

Podríamos pensar que no, pero el fútbol es un deporte lleno de casualidades, un deporte en el que un equipo como el Atlético de Madrid pierde una final en el minuto 93, con un gol de un defensa con el dorsal 4, y que justo 40 años después la historia se le vuelva a repetir. Un deporte donde dos argentinos con el 10 en la espalda son capaces de sortear a todos los rivales que salen a su paso desde el medio del campo y marcar el mejor gol del siglo, Maradona en el 1986, y Messi 20 años después. Y por último un deporte donde dos escoceses, dos hombres que convivieron con la tragedia, son capaces de hacer a un equipo, el más grande de Inglaterra.

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Matt Busby había sido un gran futbolista, leyenda del Manchester City, el otro equipo de la ciudad y gran rival del United. En 1945 cambió de bando para sentarse en el banquillo de los Red Devils, un equipo que pintaba poco en la competición inglesa, pero al que Busby le cambió su historia para siempre. El técnico escocés reunió una joven generación de jóvenes británicos: el fino y veloz extremo Berry, el zurdo Pegg, el habilidoso Whelan o el legendario Bobby Chartlon; pero había un chico en aquel equipo que destacaba por encima de todos, un chico nacido en Dudley, que con 11 años ya jugaba con los mayores. Muchos dicen que podría haber sido el mejor jugador de la historia de Inglaterra, pero una tragedia le impidió demostrarlo: su nombre era Duncan Edwards.

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Corría un 6 de Febrero de 1958 en Munich, era de noche y la plantilla del Manchester United volvía de Belgrado, felices y satisfechos por haberse clasificado para las semifinales de aquella Copa de Europa que tanto ansiaban y que tan cerca estaba. Volaban en el vuelo 609 de la compañía British Airways, un número que se volvería maldito aquella noche. Tras parar a repostar, el avión intentó despegar de forma fallida en dos ocasiones. A la tercera acabó estrellándose contra una casa, y la cabina se convirtió en un infierno. En medio del caos, el habilidoso Liam Whelan le dijo a Gregg, uno de los supervivientes: “Estoy preparado para morir, espero que lo estemos todos”. Pocos minutos después perecería entre las llamas. Tenía solo 22 años. Tristemente no fue el único que fallecería, ya que seis jugadores más morirían aquella noche: Tommy Taylor, Robert Byrne, Geoff Bent, Mark Jones, David Pegg y Eddie Coleman. Se reunirían con la plantilla del Torino, aquellos que 9 años antes morían en otro fatídico accidente cuando ya avistaban la ciudad de Turín en el horizonte. Dos semanas después, aquel chico de Birmingham que iba a cambiar la historia del fútbol inglés, fallecía en una cama de hospital, donde en sus últimos suspiros preguntaba a Murphy, ayudante de Busby: “¿El partido contra los Wolwes es las tres?”, pensando hasta el último momento en darlo todo por aquella camiseta.

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Bajo el espíritu de aquel equipo encarnado en la figura de Bobby Chartlon, el equipo conseguiría una Copa de Europa en 1968. Pasarían 30 años hasta que pudiera revalidarla: de nuevo fue un escocés, de nueva fue una generación de jóvenes valores ingleses. Fueron conocidos como los Fergie Boys, en referencia a los Busby Babes. Hace unos días se cumplían 30 años de la llegada de Sir Alex Ferguson a Old Trafford, no empezó bien su andadura, con una
derrota por 2-0 frente al Oxford, pero acabaría siendo el hombre que cogió el legado dejado por Matt Busby. Ambos vivieron una tragedia con el fútbol que los hizo más fuertes: Busby vio perecer a sus pupilos, y Sir Alex lo hizo con su maestro. Jock Stein era el entrenador más legendario de Escocia, el único capaz de hacer campeón de Europa a un equipo escocés. Era un 10 de septiembre de en Cardiff, con el estadio abarrotado. Escocia necesitaba un empate para jugar la repesca, pero el equipo llegaba plagado de bajas. Los galeses se adelantaron y fueron ganando al descanso, lo que provocaba la alteración de Stein, que sufría en cada jugada. Para más inri, el portero escocés había perdido una lentilla, lo que provocaba que no acertara en ninguna jugada. Stein no sabía que era miope y desató su ira a base de puñetazos contra las paredes del vestuario. En la segunda parte el partido se convirtió en un correcalles. Arriesgó sacando a Cooper, que marcaría el gol del empate desde los once metros. Faltaba segundos para acabar el partido, los fotógrafos se agolpaban para en el banquillo escocés. Stein creyó que ya había pitado el final y fue a dar la mano al entrenador galés. De repente su mano se retrajo hasta el corazón, y la otra la utilizó para agarrar a uno de sus auxiliares. Sir Alex miraba estupefacto. El árbitro pitaba el final, Escocia jugaría la repesca. Mientras tanto Stein en el vestuario decía: “Ya me encuentro mejor doctor”; fueron sus últimas palabras.

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Este hecho hizo más fuerte a un joven Ferguson, que se encontraba ante un proyecto titánico para un entrenador que aunque había triunfado en su país natal tenía muy poca experiencia. En Manchester el proyecto de Sir Alex fue avanzando lentamente, los títulos llegaron a principios de los 90, pero el culmen se produciría 30 años después de que los Busby Babes coronasen Europa. De nuevo, la clave del proyecto fueron los jóvenes, chicos de las categorías inferiores de los Red Devils que soñaban con vestir aquella camiseta. Eran seis: el habilidoso Ryan Giggs, los férreos hermanos Gary y Phil Neville, los incansables Paul Scholes y Nicky Butt, y el hombre con un guante en el pie, David Beckham. Juntos llevaron al Manchester United al mejor momento de su historia, con una triple corona en la temporada 98/99, que se culminaría en una de las mejores finales de la historia del fútbol.

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Sería ante el Bayern de Munich, equipo de aquella ciudad donde se quedaron las almas de ocho jóvenes que vistieron esa camiseta. El Manchester parecía abocado a la derrota: perdía 1-0 y el partido estaba a punto de acabar, cuando en un córner sacado por Beckham, Sheringham puso el empate e hizo creer en el milagro para el Manchester United. Dos minutos después llegaba la última jugada del partido, de nuevo un córner para los Red Devils. Todos subían a rematar, pero no solo Giggs, Neville o Butt, sino también Whelan, Taylor o Ducan Edwards, que ayudaron a Ole Gunnar Solskjaer a empujar a aquel balón hacia la red para hacer campeón al Manchester United y cerrar aquel círculo que se iniciaba de la mano de un escocés, y que 44 años después otro escocés terminaría de certificar, llenando al Manchester United, como reza su himno, de gloria.

1990/ Estudiante de periodismo/ Santiago-Sevilla/ “El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios… pero hay una cosa que no puede cambiar… no puede cambiar de pasión.” (El secreto de sus ojos)

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