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Fútbol Internacional

Fútbol moderno, petrodólares y fuga de talentos

Voz en grito con la idea de que la Supercopa de España se juegue fuera de las fronteras de nuestro país. Ponemos como ejemplo la NBA o la NFL, que juegan un puñado de partidos por curso en Europa para acercarse al público a este lado del charco, pero criticamos cuando quieren que se jueguen partidos de la Liga en Miami. El fútbol solo es del aficionado cuando nos afecta directamente. Fantaseamos con fichajes millonarios, con ser el nuestro el equipo que más dinero se ha dejado en una nueva estrella, pero consideramos que el fútbol está corrupto cuando el que ficha es el otro.

Creemos que Chelsea, Manchester City o PSG están corrompiendo el fútbol porque el dinero de los jeques árabes está mucho más sucio que el de los jeques españoles, llamados empresarios simplemente, que durante años camparon a sus anchas. 

El deporte es un negocio y, cuanto antes entendamos que la afición cada vez importa menos y el sentimentalismo quedó solo para quienes pagan religiosamente su entrada, para quienes compran anualmente su camiseta, o para quienes alientan semanalmente por sus colores, mejor irá. 

Y como negocio, busca siempre ser una bola más y más grande a costa de despedazar a otros más pequeños. En Europa, las cuatro o cinco grandes Ligas no han puesto nunca ninguna pega a este modelo de funcionamiento, dominadas por tres o cuatro equipos por campeonato, hasta que han llegado el gigante asiático y el sueño norteamericano a despertarnos. Poco importaba desflorar a equipos de Holanda, Bélgica o Portugal, por poner un ejemplo, mientras los que ya estaban arriba eran cada vez más gigantes.

El modelo siempre funcionó así y los que siempre han mirado a otro lado viendo cómo se ‘robaban’ críos de 16 años de Argentina o Brasil o cómo pocos eran los talentos con más de una Eredivisie en sus piernas, ahora se tiran de los pelos cuando algunos prefieren la Superliga China o el retiro dorado de la MLS antes que otra cosa, por no hablar de los petrodólares de los Emiratos. La fuga de talentos se ha cargado el fútbol a todos los niveles y ha potenciado al máximo la superioridad de unos cuantos afortunados que, ya en la élite, no hacen más que agigantar la bola en una situación que no tiene punto de retorno.

A día de hoy es impensable que un Estrella Roja vuelva a ser campeón de Europa, igual que es rematadamente difícil que un histórico como el Ajax de Amsterdam, por muy bien que esté, repita la hazaña lograda el año pasado. El chiringuito está formado para que el campeón salga de un conglomerado de siete u ocho equipos de los cuatro campeonatos grandes de Europa. 

Este centralismo ha terminado por destrozar a ligas menores que, como una pescadilla que se muerde la cola, ven con mucho dolor cómo sus jóvenes talentos detestan la idea de seguir jugando en ellas cuando llegan los cantos de sirena de la Premier League, Serie A, Bundesliga o Primera División. 

Nunca ha importado que el fútbol sea negocio hasta que ha llegado un pez más grande, con más dinero, que nos ha absorbido o ha empezado a hacerlo y asustarnos. Poco hemos mirado cuando, equipos milenarios como River Plate, Peñarol o Boca Juniors se han arrastrado por campeonatos internacionales y han perdido todo el lustre que una vez tuvieron porque, ahondando en las penurias que pasan sus ligas en su estructura, nos hemos encargado de saquearlos sin compasión. Porque el representante sudamericano en el Mundialito, antes temido, hoy no es más que un motivo de sorna y confianza. 

El negocio es más económico que futbolístico y, si se lleva a cabo la famosa Superliga de Naciones que planea la UEFA a nivel de clubes, la cosa será aún peor. Porque sí, tendremos 15 o 20 equipos con muchísima categoría, pero eso matará a las ligas que a día de hoy ya están siendo machacadas. Porque eso cerrará tanto el círculo que impedirá que equipos que están en el alambre puedan seguir creciendo. Será un campeonato privado donde los grandes serán cada vez más grandes, pero el resto será olvidado.

Y que no nos sorprenda si dentro de no mucho, se decide que todos los campeonatos se jueguen en solares o en desiertos adinerados como el próximo Mundial de fútbol, o allí donde para verlo, debamos trasnochar o adelantar el reloj unas seis horas, porque fuimos los primeros en levantar la mano cuando se nos dijo que esto iba a ser así y en mirar para otro lado cuando borramos del mapa al Standard de Lieja, al Olympique de Marsella o a la selección de Hungría.

Porque uno ve cómo Bélgica lidera el ranking FIFA, pero a la vez se echa las manos a la cabeza cuando comprueba que solo hay un par de futbolistas de la selección jugando en su liga o cómo los equipos punteros del país tienen que pasar tropecientas rondas previas para jugar fases finales de una Champions League o una Europa League donde van a pasar con más pena que gloria. Para hacer un paralelismo, lo que ha pasado en el fútbol es lo mismo que si en un colegio, la dirección decidiera escoger a los dos mejores alumnos de cada clase, ponerles los mejores profesores y clases particulares de avanzado nivel mientras a los demás se les ríen las gracias a la vez que se les deja morir entre el aburrimiento. Y además, para hacerlo todo mucho mejor, se les hubiera llevado a centros a miles de kilómetros de sus casas con mejores prestaciones donde los profesores puedan cobrar más. ¿Qué pasaría? Que el colegio tendría 10 o 12 alumnos muy avanzados, lo mejorcito, pero un lastre detrás de centenares de chicos y chicas olvidados. Y eso no nos ha empezado a doler hasta que hemos empezado a ser uno de los alumnos aburridos, o hasta que nos han quitado la etiqueta de colegio premium.

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