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Atlético

Fernando Torres y Cinema Paradiso

De Pablo Albert

Este pueblo está maldito. ¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te gana la nostalgia y regresas…no me busques. No toques a mi puerta porque no te abriré. Busca algo que te guste y hazlo, ámalo como amabas de niño la cabina del Cinema Paradiso. Desde hoy, ya no quiero oírte hablar; ahora, quiero oír hablar de ti…».

            Tal vez fue Luis Aragonés, aquel Fredo de Hortaleza, quien le encañonó con la mirada y le pidió que se marchase. O el propio Vicente Calderón, a su modo, tras aquel cero a seis contra el Barcelona, quien le suplicó que se marchase, que aquel ya no era su sitio. Que aquel niño ya crecido debía buscar su camino y amarlo como amaba a su Calderón.

            Fernando Torres creció en un Atleti de postguerra, erosionado por años de gilismo, fracasos y aprietos. Debutó con el equipo casi sentenciado a sufrir otro año en segunda, porque cuando nada funciona se recurre a todo: a rezar, a la suerte o a un prometedor canterano, recién proclamado campeón y mejor jugador del Europeo sub-19, tratando de resucitar las ilusiones y probabilidades malgastadas durante la temporada. En una foto icónica, debutó sustituyendo a Kiko, emblema del club hasta ese momento, para ser el motor que recuperaba el sueño del ascenso, ganar todos los encuentros y quedar a puertas de primera división.   

En la siguiente temporada, con Luis Aragonés desde la cabina de control, Torres se consolidó en plantilla que logró el ascenso, ganando protagonismo. Cuando se estrenó en la máxima división ya era la estrella del equipo, tutelado de cerca por el de Hortaleza. Desde el banquillo, Aragonés vigilaba su carrera, porque el Sabio era uno de esos entrenadores capaces de enseñarte más fútbol con un par de silencios y una calada a un cigarrillo, que algún otro en varias temporadas. Poco después Torres ya era el capitán, conduciendo los designios de un equipo urgido de títulos e identidad, cuando apenas si tenía edad para llevar un coche. Al poco tiempo, ya era el alma del equipo.

Pero aunque el Niño se esforzó por aprender, crecer y devolver al club a su lejano estatus, el equipo se estancaba en la mediocridad. Mientras la otra orilla del río era Sunset Boulevard, plagada de estrellas, el Atleti parecía un slapstick futbolístico. Se sucedían tantos entrenadores, calamidades y apuros, que hasta los incendios mantenían su taquilla en el vestuario. Con jugadores por debajo de las expectativas y fichajes con más sospechas que una novela de Agatha Christie, Fernando nunca tuvo un equipo que le permitiera competir. Sólo un club sin personalidad ni rumbo, donde lo único que mantenía viva la ilusión era la inercia de un rubio pecoso con brazalete de capitán, que se agigantaba cada día como jugador. Torres fue tan valioso aquellos años, que sin él probablemente el Atleti habría acabado las temporadas debiendo puntos.

Convertido en emblema del equipo alcanzó la internacionalidad y creció su prestigio, mientras asimilaba que el club se le quedaba pequeño. Las ilusiones con las que iniciaba cada temporada se diluían poco después. Decepcionado por las noches de plantón, padeciendo soledad, frío y lluvia, Fernando se hastió de esperar al Atleti y digirió que había llegado el momento de separarse. El desengaño amoroso que le convenció fue una vergonzosa derrota en el Calderón ante el Barça. Ese día Torres, en medio de su frustración, vio en el marcador la media docena de goles en contra y supo que aquel ya no era su lugar. Sólo mediocridad y decadencia en un equipo sin orgullo donde ya no le quedaba recorrido y del que debía marchar sin mirar atrás. Dejar sus raíces para construir tu futuro. Pelear por su sueño, renunciando al amor de su vida.

Hiciste bien yéndote. Has logrado hacer lo que querías. Cuando te telefoneo responden siempre mujeres distintas.

Fernando subió al tren de Rafa Benítez camino de Liverpool, donde su potencia y velocidad conectaron rápidamente con Anfield. Descosido de las sospechas que siempre arrastró en Madrid por su origen, creció su estatus y sedujo a toda Europa. Aunque en España con el auge del tiki taka su estilo se quedaba sin sitio entre los que buscaban crónicas llenas de esdrújulas y humo, su juego de carreras y vértigo crecía sin parar. Y llegaron los títulos, primero con la selección y luego con el Chelsea, tras su gran traspaso. Las Eurocopas, el Mundial, la Champions, Torres amontonó trofeos instalado en la élite de los delanteros. Pero manteniendo durante todo ese viaje el regusto por dormir de prestado. El cariño y reconocimiento que recibía, no cambiaba la certeza de que la habitación de un hotel nunca se puede comparar con el hogar de tu infancia.

Mientras tanto, Simeone había rescatado un equipo decadente y año a año lo devolvía a la élite. Y el argentino creyó en el regreso de Fernando para sumarle al proyecto. La llamada que le iba a hacer regresar la recibió Torres en Milán, donde apenas llevaba unos meses. Le cogió en una de esas camas ajenas, en las que ni reconoces las sábanas. Y supo que había llegado el momento de regresar a casa.

Soñaba contigo. Aunque el tiempo pasaba, en todas las mujeres que he conocido, te buscaba sólo a ti. He sido afortunado en mi carrera, es verdad. Pero siempre me ha faltado algo…

Se marchó un Niño y regresó una leyenda. Con un currículum del que impresionaba hasta la grapa. Regresó el ídolo para comprobar que todo había cambiado y por fin el club había tenido el crecimiento que anhelaba. El recibimiento en el Calderón fue apoteósico. Y aunque Fernando ya no era el futbolista determinante que se marchó, volvió a tiempo de participar en momentos históricos del club. A tiempo de ver como se competía de tú a tú en la Liga. De vivir una derrota en una final de Champions o de despedir el Calderón, su Cinema Paradiso. De presenciar el traslado al Metropolitano y de conquistar una Europa League con el escudo de sus amores en el pecho.

            Pero fue despedirnos de Torres lo que a todos un poco mayores, algo más viejos. Fue decir adiós al niño que vimos crecer y convertirse en hombre, empapándonos del paso del tiempo y la nostalgia por los años transcurridos. Fue vernos empaquetando los juguetes de los niños para guardarlos en el trastero, y recordando los cumpleaños infantiles que quedaron atrás. Las fotos que amarillean junto a aquella bufanda que nos regaló alguien que ahora anima desde el tercer anfiteatro. Su discurso de despedida en el Metropolitano, micrófono en mano, proyectó desde nuestra memoria un carrusel de recuerdos y escenas imborrables. Nos dejó solos y hundidos en nuestra butaca, en penumbra, con los acordes del Cinema Paradiso de Morricone, con la película hecha con recortes de nuestra memoria: la estampa del Niño chocando la mano con Kiko ante el Leganés y su primer gol en Albacete. Seguida por su tanto acrobático al Betis y la celebración del primer gol en un derby. Aquel otro al Barça con pase de Ibagaza y a Luis Aragonés agarrándole la cabeza y dándole instrucciones. El Niño haciendo el arquero. El Torres desolado porque el Barça nos goleaba en el Calderón o al que nos paraba el corazón por su mala caída en Riazor. Celebrando goles que sentíamos nuestros en Inglaterra o silenciando el Campo Nou con el Chelsea. Nos emociona recordarle marcando el gol que valió una Eurocopa y celebrarlo con su bufanda del Atleti. El abrazo con Manuel Briñas y su sonrisa recorriendo el Calderón de la mano de sus hijos, de los aficionados, de su familia. Nos pone un nudo en la garganta viéndola llorar abrazado a Saúl tras Milán, el doblete al Madrid en su regreso o colocándole a Neptuno una bandera del Atleti tras la Europa League. Nos saltan las lágrimas cuando comprendemos que todo eso no volverá. Que esos momentos ya sólo se pueden disfrutar como recuerdos.

Vimos la mirada vidriosa de un Niño emocionado el día de su despedida del Atleti. La mirada de uno de los nuestros.

Imagen de cabecera: @atleti

Alter ego de Pablo Albert Martínez y José Felipe Alonso Simarro (29-12-78. Sí, los dos). Pasión por el Atletico de Madrid y el cine. Y es que las comedias, los dramas, las emociones y las tragedias siempre nos sedujeron.

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