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FC Barcelona, el día que destruimos el paraíso

Desde la ventana de la redacción, en Gran Vía nº 32, octava planta, observo la lluvia caer con el único propósito de perderme en mis pensamientos. Estos afloran sin parar, rebeldes y nostálgicos, llevándome a una época dorada, a los años en los que el Barcelona encontró el paraíso en la tierra. Una servilleta raída donde un hombre depositó su firma y su palabra para tranquilizar los nervios de un padre desquiciado, a la par que entusiasmado, con la idea de que su pequeño Lionel entrase a formar parte de las categorías inferiores del FC Barcelona, un club en mayúsculas.

El tiempo fue poniéndose de parte del rosarino, otorgándole galones y experiencia suficientes como para dar el salto al primer equipo en aquel amistoso contra la Juventus de Turín, hoy verdugo. Después vino el tanto majestuoso al Albacete con el que escribió la primera página de un libro maravilloso que, a día de hoy, no parece tener fin. Era la ‘época Messi’. Con Guardiola en el banquillo, Lio explotó como goleador, creador e ídolo. Tamaño crecimiento llevó al Barcelona a ocupar de nuevo ese lugar en el fútbol mundial que su gente, erróneamente, creía por derecho de cuna. Una infinidad de títulos y galardones a nivel personal y colectivo que amenazaba con hacer de la carrera del 10 una dictadura interminable. No importaba el rival o la competición, sólo un mal día podía hacer perder al equipo que comandaba Messi.

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Pero entonces, todo cambió. Aquella sinfonía imperecedera se vio trastocada por el inexorable paso del tiempo, circunstancia lógica en cualquier deporte, pero Messi no sólo no envejecía, sino que mejoraba con cada temporada que pasaba. Pero necesitaba compañía, la ayuda de una gestión y una planificación deportiva hasta el momento impoluta. Sin embargo, las elecciones de 2010 sembraron la semilla de los males que ahora lloramos los culés. Joan Laporta dejó la Presidencia del Barça por la puerta de atrás en el ámbito extradeportivo y por la puerta de oro y brillantes en lo meramente canchero. El primer equipo era la referencia mundial en el fútbol, la sección de baloncesto coronaba en París su segunda Euroliga, el hockey seguía brillante, el fútbol sala daba pasos hacia la élite y el balonmano vivía un proceso de metamorfosis tras la gloria de antaño.

Cuando llegó la hora de votar, el socio eligió comodidad. El ex vicepresidente del Barcelona y mano derecha de Joan Laporta durante algunos años, Sandro Rosell, arrasaba en las urnas y tomaba las riendas del club acompañado de Toni Freixa y Josep María Bartomeu. Las altas esferas vendieron la filosofía Barça al mejor postor, todo por intentar ser lo que jamás fuimos ni seremos, un club de plástico.

El Barça siempre fue y es algo especial, una conexión intangible difícil de explicar. Sufridores y perdedores hasta hace no mucho, pero siempre amantes del fútbol preciosista. El presidente apartó a Johan Cruyff del club, quitándole la presidencia honorífica, título sin poder pero emotivo para el hombre que lo empezó todo. Se enzarzó en una guerra con Guardiola, más pro Laporta, que acabó con el de Sampedor fuera de club (entre otras muchas razones). En 2013, trajo a Neymar al club engañando a toda la institución, mintiendo y falseando. Todo salió a la luz a través de Jordi Cases, un socio que tuvo la deferencia de preguntar, como parte del club, por el montante de la operación que acabó dejando al brasileño en el Camp Nou. De los 57 millones iniciales, cifra irrisoria, se comenzó a saber tramas y subtramas que elevaron el precio a la barbarie. Esto dejó al presidente imputado, posterior dimisión, y al club en calzoncillos ante el mundo del fútbol.

Txiqui, Laporta, Cruyff y Guardiola

Como esto les pareció poco, siguieron matando al club desde dentro. Tras la desgraciada y trágica muerte del Tito Vilanova, mito inmortal de los mejores años del Barcelona, la nefasta junta a los mandos de sus directores deportivos, tuvo a bien traer de entrenador a Tata Martino, personaje sin maldad ni conocimientos futbolísticos suficientes como para gobernar semejante barco. A ello le sucedieron fichajes mediocres en algunas partes tan sensibles como la zaga, donde el ridículo se sublimó contratando en 2015 a Mathieu y Vermaelen, dos centrales que no serían titulares ni en Segunda División, con todos mis respetos para los enormes jugadores y técnicos que disputan esta competición.

El Barça dejó de tener una plantilla competitiva y lo pagó muy caro. En la Champions de 2013 se perdió 7-0 ante el Bayern de Múnich en las semifinales, pero la junta salvó la papeleta ganando la Liga y esperando los tropiezos del Real Madrid en la UCL ante el Dortmund y en la final de Copa ante el Atlético (en semis ya nos había humillado el Madrid 1-3 en la vuelta). El equipo de la capital crecía sin parar. Primero con Mourinho adquirió identidad y competitividad, todo esto regado por una plantilla de gran nivel, superior a la culé. En 2014, el Barcelona más penoso perdió la Liga en casa tras tener infinidad de ocasiones para ganarla, dejó escapar la Copa del Rey y fue incapaz de meter un gol al Atlético en la vuelta de los cuartos de final de la Champions League. Mientras tanto, el Madrid de Carlo Ancelotti gana la UCL y la Copa del Rey. La era Messi ya empezaba a no serlo tanto. Los triunfos de equipo suelen beneficiar a las grandes estrellas en los premios individuales, y así fue con Cristiano Ronaldo, quien en estos años ha recortado Balones de Oro a Messi (en 2013 iban 4-1; ahora 5-4 y con altas probabilidades de que el luso se haga con su quinto galardón en enero de 2018).

Bartomeu

Zubizarreta, Bartomeu, Luis Enrique y Jordi Mestre

La temporada siguiente amenazaba con ser igual, pero un arreón de los jugadores tras la tormenta de Anoeta desembocó en el segundo triplete. ¿Culpa de la junta? No, ellos pusieron a Douglas al lado de Messi para ganarlo todo. Los juicios se siguieron perdiendo y el club se siguió deshaciendo. Y, como no sólo de fútbol vive el hombre, abandonaron hasta la muerte las secciones de baloncesto y fútbol sala, donde en apenas 3 años hemos pasado de ser la referencia al hazmerreír, entre otras cosas, por no poner el dinero suficiente y dejar que el Madrid rodeara a Laso de unas plantillas maravillosas.

Vienen curvas. Con la MSN en plenitud, la junta dejó de lado la planificación y el estilo, hipotecando el club al acierto de tres hombres, extraordinarios futbolistas, pero mortales al fin y al cabo (el 10 no es tan mortal), y se dejó escapar a los grandes jugadores que se podían adaptar al estilo culé. El más sangrante quizá sea Isco, quien no sólo era barcelonista, sino que tenía una cláusula ‘tirada’. Mientras tanto, el Real Madrid en la sombra creaba un equipo de época. Al mejor goleador que veremos, Cristiano Ronaldo, le acompañaron de peloteros y cirujanos para hacer de su decadencia física una metamorfosis perfecta: sólo necesitaba su bien más preciado, el instinto goleador. Al título europeo de 2014 casi le acompaña otra nueva final, esa que evitó Morata con dos goles de potrero, pero en 2016 no perdonó. Campeón ante el Atlético en la tanda de penaltis, dejando en insignificante el doblete de un Barça estéril en Europa, incapaz de eliminar al Atlético. La era Messi ya parecía una utopía. En los años de apogeo del mejor jugador de la Historia, el Barcelona había ganado cuatro Champions League (aunque en 2006 participó mucho menos, en parte por lesiones), y el Madrid ya llevaba dos en tres años. Gracias, junta.

Suárez, Neymar y Messi

Desperté de mi letargo por el ruido de un trueno, para mirar a la pantalla y ver como, por desgracia, el Real Madrid volvía a jugar con todo merecimiento la 15º final de su Historia, apeando a ese Atlético incapaz de vencer a su bestia negra pero dotado de armas para privarnos de más gloria en 2014 y 2016. ¿Culpa del Atlético? En parte, por supuesto. El trabajo de los colchoneros fue enorme, pero la segunda unidad del Barcelona y la falta de jugadores que pusieran en escena el juego culé mataron las aspiraciones de gloria. Oigo las quejas de los culés, esos que tan peligrosamente han abrazado los lloros, conspiraciones y quejas. Esos que evitan la auto crítica y quitan mérito a lo rivales alegando que no tienen estilo. Cada equipo tiene su librillo, y ahí reside su grandeza. La diferencia es una dirección deportiva que nutra del tipo jugadores que realmente hacen falta. No vale con fichar jugadores de medio pelo como Arda Turan, André Gomes, Mathieu, etc, etc, etc…

Una junta directiva tramposa, una prensa afín cómplice y un rival en su máximo pico de gloria están siendo las claves para tirar por la borda la era Messi, esa época que amenazaba con llenar las vitrinas todavía más de lo que está haciendo. Una junta que ha hecho encuestas sobre si es bueno o necesario vender a Messi, una junta que en las elecciones de 2015 se presentó con el eslogan de ‘Tridente y Triplete’… dejándonos tan solo con lo primero. Una junta que va 1-2 en el balance de UCL ganadas por el Barcelona y conquistadas por el Madrid. Una junta que deja escapar jugadores como Thiago por culpa de contratos que rebajan la cláusula hasta dejar que se vayan a precio fábrica. Una fanfarria.

Estamos, o mejor dicho, están a tiempo de darle la vuelta a esto. Rodeen a Lionel de jugadores a su altura, pero primero márchense. No podemos permitir estar gobernados por gente como ustedes. Con directores deportivos como Andoni Zubizarreta o Robert Fernández, con tipos como Albert Soler que sólo delegan en personas incompetentes, con gente como Ariedo Braida, el fichador que no ficha pero cobra. Y, sobre todo, con un presidente que ya debería estar fuera y al que la Historia de este club le viene muy grande. No dejen marchitarse a Leo, pues no habrá más que uno y, cuando se acabe, desgraciadamente volveremos a la mediocridad existencial propia del deporte. No destruyamos el paraíso.

 

Periodismo. Hablo de baloncesto casi todo el tiempo. He visto jugar a Stockton, Navarro y LeBron, poco más le puedo pedir a la vida. Balonmano, fútbol, boxeo y ajedrez completan mi existencia.

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