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Estilos

Fútbol,
según la RAE, es el juego entre dos equipos de once jugadores cada uno, cuyo
objetivo es hacer entrar en la portería contraria un balón que no puede ser
tocado con las manos ni con los brazos, salvo por el portero en su área de meta.
No dice cómo, no dice cómo, solo dice qué: el objetivo es meter gol.

Tampoco
existe un baremo que nos diga qué es jugar bonito, o qué es jugar bien. En un
mundo tan subjetivo y en un deporte con tantos conceptos, hay quienes aman la
posesión, quienes se emocionan con una defensa moviéndose de manera
coreográfica como un batallón y quienes contemplan por igual un sistema
ofensivo y un sistema defensivo. También va por ciclos y, como la vida misma,
por moda. Por eso, hubo un día en el que medio mundo soñó con hacer lo mismo
que la Brasil del 70 y por eso los hubo también que intentaron emular y
exportar el catenaccio italiano a sus filas. Al final, el objetivo es la
victoria, y a eso se llega, mayoritariamente, cuando uno lleva a cabo su plan.

El
domingo se midieron dos estilos totalmente radicales, opuestos, que se repelen
como el agua y el aceite. Simeone y Setién, el Atleti y el Betis. El equipo con
mayor fama de repulsa del balón (10º en la tabla de la Liga de posesión con un
48’8% de media en sus partidos) contra uno que lo adula y adora hasta límites
insospechados (2º, tras el Barcelona, con el 64’4%).

Ya
explicó Simeone en su día que él no entiende de posesión banal. Que lo suyo es
minimizar los errores y ser trascendental con el balón lo poco que pueda
disfrutar de él. Que de nada le sirve arriesgar en la salida o tocar donde no
se genera peligro a favor. Setíen, por su parte, no se escondía y recogía el
guante: él sería incapaz de practicar un fútbol como el de Simeone porque no
sería capaz de transmitírselo a sus chicos.

Hay
estilos, hay historias, hay sistemas y hay equipos. Por eso, nunca veremos a
Simeone entrenando en el Camp Nou, pero tampoco podremos ver a Guardiola en el
Metropolitano. Hay clubes que comulgan con una historia. La del Atlético atiende
al contragolpe, a la presión, a la garra y a la intensidad. Y con el argentino
se ha escrito un nuevo capítulo que es posiblemente el más brillante de su
historia. Ha conseguido que un equipo acostumbrado al dolor y al sufrimiento
por antonomasia, pueda vivir encerrado durante tres cuartas partes de un
partido sin sufrir un solo segundo.

En el
Metropolitano, el domingo, vimos dos partidos, uno en cada parte. En los
primeros 45 minutos, el Betis fue dueño de la posesión, pero nunca del partido.
El toque de los verdiblancos apenas generó una sola ocasión, un desbarajuste
rojiblanco en los primeros minutos que Loren no pudo aprovechar en su mano a
mano con Oblak, que por cierto no tuvo que intervenir en toda la tarde.

En la
segunda mitad, con el Betis siendo un quiero y no puedo, el Atlético puso una
marcha más, y sin tanta excelencia de pase pero con más garra y verticalidad,
estrelló un balón en la madera, hizo que Pau realizara tres paradones y acabó
perforando la portería verdiblanca gracias a Correa. Y todo en apenas 20
minutos. Había logrado su objetivo: guardar durante toda la primera parte,
desesperar a su rival con su sistema posicional y dar un paso adelante cuando
el partido lo requería. No es por nada el rey del unocerismo.

Hay
quien se aburre con partidos tan tácticos y hay quien lo hace en un recital de
ópera. Sobre gustos no hay nada escrito y en esto del fútbol, que a veces,
aunque pocas, es algo de azar, siempre suele ganar el que mejor lleva a cabo su
planteamiento, sea ofensivo, defensivo o una mezcla de los dos. Por eso, unos
quisieron ser jugadores de la Naranja Mecánica y otros soñaron ser entrenados
por Helenio Herrera. Y por eso, Argentina se divide en dos corrientes de
pensamiento. No son Platón y Aristóteles, son Menotti y Bilardo. Cuestión de
estilos.

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