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Esperando a Arda Turan

Hace casi cuatro años, el Atlético dejó marchar a Arda
Turan. Una oferta del Barcelona, donde el turco siempre “había soñado jugar”,
derivó en que aquel malabarista del balón, que cuatro años antes siempre “había
soñado jugar en el Atleti”, abandonara las rayas rojas y blancas y se vistiera
de blaugrana. Quizás, la salida, a años vista, haya sido una rentabilísima
operación, viendo los caminos que han tomado uno y otro. Devaluado en la Liga
de Turquía y con la cabeza más para allá que para acá, mientras el Atlético
pelea con lo mismo y por lo mismo que cuando el otomano estaba en sus filas.

No es menos cierto, que desde que Simeone perdió a su 10,
ese jugador que tenía una culebra en la cintura al que el argentino transformó
en un perfecto soldado para la guerra, el Atlético ha tratado por todos los
medios buscar un reemplazo sin éxito. Y es que siendo la defensa la vieja
guardia del Cholo, los cambios siempre han ido más enfocados en el ataque.
Falcao, Diego Costa, Mandzukic, Torres, Villa o Griezmann han ido más o menos
sacando las castañas del fuego a la hora del gol. Rodri y Saúl están sabiendo
recoger el testigo de los Tiago, Gabi y Mario Suárez y es ese nexo entre la
medular y el ataque el que nunca acaba de funcionar.

El primero en intentarlo fue Óliver Torres, al que incluso
se le reservó el 10 que abandonaba el turco, pero el canterano nunca estuvo por
la labor de ser importante. Tampoco pudo Nico Gaitán, petición expresa del
cuerpo técnico durante años y que decidió que eso de correr no iba con él en
cuanto aterrizó en la capital española. Son, quizás por condiciones, los
jugadores que más se podían asemejar al turco.

Lo intentó el Atlético con Correa, que ya desde su llegada a
Madrid y sin ficha por aquel problema de corazón entrenó desde el primer día
como alternativa a Turan en la banda derecha para la incredulidad de aquellos
que aseguraban que “si alguien conoce a Simeone sabrá que Correa nunca jugará
en banda”. Pero Correa, todo desparpajo, es más un agitador que un canalizador.

Y lo hizo con juego de extremos. Con Carrasco primero, pura
adrenalina sin control. Un caballo desbocado cuyo único problema fue quizás más
por lo individual que por lo colectivo. Y lo intentó con Vitolo, con algo más
de pausa que el belga y con más motivos para asentarse en la posición huérfana,
pero las lesiones han sido el mayor enemigo del canario.

El turno es ahora de Lemar. El internacional francés no ha
empezado con buen pie. Hay quien asegura que las oportunidades brindadas son
tantas por el peso de su etiqueta, de unos 70-75 millones. Lo cierto es que el
galo está muy lejos a día de hoy de las expectativas creadas.

Sin Arda, el Atlético ha perdido la pausa de darle el balón
en un compromiso a un jugador cuando al resto le quema. Era el turco un
analista de juego bárbaro, con unas condiciones difícilmente equiparables,
haciendo gala de una técnica prodigiosa, de una inteligencia suprema y
aderezado todo ello con unas dosis de sacrificio necesarias para triunfar con
Simeone.

A veces es Griezmann quien se atreve a dar ese servicio,
pero al ‘7’ no le sale natural como sí emanaba el turco, por no decir que
pierde su impacto cara al gol, que es lo que lleva sosteniendo al Atlético toda
la temporada.

El triángulo ofensivo que formaba con Filipe Luis y Koke
suponía la mayoría de las jugadas ofensivas del equipo y acababa derivando casi
siempre en gol. Con él, la posesión nunca era banal. A veces, incluso era
superior y con sentido.

Desde que no esta Arda, cada saque de banda es un suplicio
que acaba en córners sacados con la mano con un índice nulo de éxito o en
pérdidas de balón por el simple hecho de no saber recibir de espaldas con
presión en posiciones adelantadas.

Tiene el Atlético muchas virtudes que le acompañan durante
algo más del último lustro. Posee incluso algunas cualidades reforzadas. Sigue
teniendo jugadores culebreros capaces de definir un partido en chispazos. Pero
ha perdido ese nexo de unión que daba Arda Turan. Ese enlace que lograba la
excelencia. La que hace falta a un equipo de notable alto para acabar siendo de
sobresaliente. 

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