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Esperando a Andrew Wiggins

El Draft de 2014 fue el más esperado de los
últimos años. Con una camada llena de talento en todas las posiciones, hubo
muchos equipos que no tuvieron problema en tirar la temporada 2013-14 para
tener más opciones de elegir en los puestos altos. Sin embargo, las lesiones
han impedido que los jugadores tener la continuidad necesaria para desarrollar
todo su potencial. Joel Embiid, Jabari Parker, Dante Exum, Julius Randle… de
los prospectos top, muy pocos han tenido suerte en términos de salud.

A quien sí le han respetado las lesiones hasta
el momento es al número uno de aquel Draft, Andrew Wiggins. El alero fue
elegido por los Cleveland Cavaliers y enviado a los Minnesota Timberwolves en
el traspaso de Kevin Love. Wiggins era el jugador más deseado en años y, a
priori, Minny iba a ser un lugar ideal para desarrollar su talento. Pero hasta
el momento, el canadiense no está respondiendo a las (quizá demasiadas) altas
expectativas que generó en su llegada a la NBA.

El prospecto de la Universidad de Kansas
tenía, y sigue teniendo (no hay que olvidar que tiene 23 años todavía), unas
condiciones ideales para ser una superestrella: buen físico, facilidad para
anotar y buenas capacidades defensivas. Evidentemente, nadie nace enseñado y
Wiggins tenía sus fallos, sobre todo relacionadas con su rango de tiro desde la
media y la larga distancia.

Fijándonos única y exclusivamente en sus números, éstos no son
malos: 19’7 puntos, 4’1 rebotes y 2 asistencias de media por noche en las
cuatro temporadas que lleva como profesional. Pero en el deporte no todo son
estadísticas. El feeling es muy importante
y la sensación es que de momento sólo es un anotador individualista, no ese
mesías destinado a reinar en la NBA como se vaticinó cuando todavía estaba en
el instituto. De hecho, si uno piensa en los actuales Minnesota Timberwolves,
muy pocos se atreverían a colocar a Wiggins como la principal estrella del
equipo, sino más bien la tercera pata del big
three
que forma junto con Karl-Anthony Towns y Jimmy Butler.

La llegada de Butler tampoco es que le haya beneficiado, sino más
bien al contrario. En la recién concluida temporada 2017-18, Wiggins ha
promediado casi seis puntos menos con respecto al año anterior: de 23’6 a 17’7.
Era evidente que con una estrella consolidada como Jimmy G. Buckets tanto Wiggins como Towns iban a tener que ceder
parte de su volumen de tiros, pero el problema del 22 está en que su eficacia
ha caído en tiros de dos, en triples y hasta en tiros libres.

Encajar piezas no sólo depende de la inteligencia (el famoso IQ)
de los jugadores. Aquí entra en juego, y mucho, la labor del entrenador.
Wiggins ha tenido tres entrenadores en cuatro años: Flip Saunders, Sam Mitchell
y Tom Thibodeau. Cuando este último aterrizó en la Tierra de los 10.000 Lagos se esperaba que los Wolves mejoraran en
todos los aspectos del juego, pero sobre todo en defensa. No la ha habido: en
el bienio que Thibs lleva al frente del
equipo, Minnesota ha ocupado, vía Basketball Reference, el puesto 27 en rating
defensivo (puntos concedidos por cada cien posesiones) y tampoco se aprecia una
mejora general en los jugadores.

Se dice que para evaluar en condiciones a un jugador de la NBA hay
que esperar a que cumpla cinco años en la liga. Esto deja a Andrew Wiggins una campaña
de margen para justificar todo el hype
generado en torno a él… y también el contrato de 148 millones de dólares por
cinco temporadas que firmó en el verano de 2017. El Mesías todavía está a tiempo de llegar.

Periodismo UCM. NBA en @SpheraSports y Sporting en La Voz de Asturias (@sporting1905).

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