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En los muros del Hotel Kolovare

El Hotel Kolovare se recorta en
el horizonte frente a una playa con el mismo nombre. Las aguas del Adriático
bañan la arena de este soleado punto del sur de Croacia. Los muros del hotel
ven pasar cada día oleadas de turistas que buscan en las playas de la costa
Dálmata la paz que en otros tiempos no reinaba en la antigua ciudad de Zadar.

Si primero fueron los constantes
bombardeos aliados al acabar la Segunda Guerra Mundial, a comienzos de los
noventa la ciudad de Zadar fue objeto de continuos ataques, antes y después del
control serbio de la localidad durante la Guerra de los Balcanes. Sus muros,
repletos de historias, seguro conservan la imagen de un muchacho flaco, rubio y
callado. Acompañado por sus padres, el joven Luka (nombre heredado de su
abuelo) tuvo que vivir en el Kolovare junto a otros muchos desplazados croatas
durante los primeros años de la guerra. Esos mismos muros que miran hoy las
idas y venidas de aquellos turistas que visitan la belleza de las costas de Croacia,
sufrieron en alguna ocasión los primeros pasos de Luka y su gran afición: pegarle
al balón.

El fútbol, como todo juego, hace
que cada minuto se acelere en nuestra cabeza, haciéndonos, en muchos casos,
olvidar lo que sucede alrededor. Fruto de su afición, aun estando en el hotel,
al joven Luka le invitaron a formar parte de un equipo local que utilizaba el
fútbol como herramienta de distracción para esos niños que, como él, se habían
visto envueltos en el conflicto. A medida que pasaba el tiempo entre pases,
goles y fintas, el joven Luka progresó hasta el punto de ser ofrecido a su
equipo del alma, el Hajduk Split.

En toda la zona de Zadar, la
influencia del club blanco se hace notar en cada habitante. Es muy normal que
quienes viven en la zona vibren con sus partidos y por sus colores, al ser el
principal equipo de la región de Dalmacia. Sin embargo, no estaba el club
dálmata por la labor de apostar por el joven de Zadar y no supo ver más allá de
las flacas piernas y el escaso tamaño del muchacho, que tuvo que probar suerte
en su eterno rival, el Dinamo de Zagreb. Como equipo más laureado del país, no
se lo iba a poner fácil para lograr triunfar con la camiseta del primer equipo,
pero fue ahí donde, a pesar de su escaso tamaño y la sensación de debilidad, el
fútbol de Luka enamoró a los aficionados. Su calidad y su buen hacer en el
campo le hicieron viajar de nuevo, esta vez rumbo a las islas británicas.

Esa era la segunda vez que el
fútbol lo alejaba de su país (estuvo cedido en el Zrinjski Mostar, de Bosnia),
pero la Premier League era otro nivel. Con White Hart Lane como nuevo hogar,
hizo del Tottenham Hotspurs un equipo más completo y junto a otras figuras como
Gareth Bale, mostró todo lo que tenía dentro: Velocidad, lectura del juego,
posicionamiento, polivalencia, seguridad, golpeo con ambas piernas, último
pase… El joven nacido en Zadar había resultado ser un diamante en bruto, un
elegido para la práctica del fútbol. Su calidad e inteligencia, ya incluso en
la Selección Nacional de Croacia, hizo que, en 2012, diecisiete años tras el
final de la Guerra de los Balcanes, le llegara la llamada del Real Madrid. En
seis temporadas en el equipo blanco ha ganado una Liga, una Copa del Rey, dos
Supercopas de España, cuatro Champions League, tres Supercopas de Europa y tres
Mundiales de Clubes. Además, en el Mundial de Rusia 2018, lideró a Croacia en
la mejor actuación de la historia del país, disputando la final del campeonato
contra Francia en el Estadio Luzhnikí de Moscú.

Y todo empezó en alguna de esas paredes
que hoy reflejan la luz del Sol en la costa adriática, en la localidad de Zadar.
Todo empezó con ese salvavidas llamado deporte, con ese magnetismo que tiene el
balón para llevar felicidad donde parece imposible. Seguro que esos muros
recibieron, sin saberlo, los primeros pelotazos del que hoy, 25 años más tarde,
es el nuevo Balón de Oro. Es curioso cómo la vida nos lleva por senderos en los
que creíamos que jamás nos encontraríamos. Seguro que el joven Luka Modric,
tras sufrir los desastres de la guerra y verse obligado a huir con su familia a
ese hotel, no se imaginaba dando los pasos que, hasta hoy, le han llevado a
levantar el ansiado trofeo de la revista “France Football”, así como los
grandes títulos logrados en los clubes en los que ha jugado. Ese niño que
correteaba por los pasillos de un hotel turístico convertido en centro de
refugiados, es hoy el mejor jugador del año 2018.

Hoy, esta historia, la suya, que
aún no ha finalizado, nos viene a contar que todos los sueños son dignos de ser
soñados, que no hay objetivos demasiado altos si se trabaja en ellos y que no
hay historias, por difíciles que parezcan, que acaben antes de haber empezado.

Valladolid, 1988. Social media. Periodismo por vocación y afición. Con el fútbol como vía para contar grandes historias. Apasionado del fútbol internacional y "vintage".

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