‘El León no pierde el sueño por la opinión de un rebaño de ovejas’ recita unos de los más célebres proverbios africanos. Lejos de ser una oda a la soberbia, esta enseñanza pone el foco en la autoconfianza y en la importancia de perseguir el objetivo sin importar el qué dirán. Ayer, mientras la noche cerrada de Yaoundé amenazaba con engullir toda esperanza senegalesa, Sadio Mané dio un paso adelante. El mejor futbolista de un país que nunca había levantado una Copa de África mirando a los ojos a la redención. La historia de Sadio Mané desde los once metros vistiendo el escudo de la selección senegalesas no es especialmente amable. En la Copa de África de 2017, falló el penalti decisivo en la tanda ante Camerún en los cuartos de final que mandó a Senegal a casa. En la siguiente edición, ya en 2019, falló dos penaltis más en la fase de grupos que, para fortuna de ‘Los Leones de Teranga’, no tuvieron mayores consecuencias. En la gran final de anoche, en el minuto 7, tuvo una nueva oportunidad. Sin embargo, delante tenía al gigante egipcio Gabaski, que recibió instrucciones de un Salah que conoce bien a Sadio. Lo atajó Gabaski en otra intervención magistral del portero de Los Faraones. Todo apuntaba a una nueva decepción senegalesa en una final, como ya ocurrió en 2002 y en 2019.
Esta edición de la Copa de África debe servir de homenaje para los espectadores que murieron en la avalancha previa al partido entre Camerún y Comoras. Una competición que empezó con poco ritmo, menos goles y muchos problemas logísticos. A medida que avanzaba la competición, la cosa se iba poniendo interesante. Hemos disfrutado mucho con los bailes de Malawi en el banderín de córner después de cada gol de Mhango. Nos emocionamos con la historia de Islas Comoras, resistiendo ante Camerún con 10 futbolistas todo el partido y con un jugador de campo como portero. Las victorias de Nzalang Nacional han despertado un sentimiento de hermandad con Guinea Ecuatorial que parecía ya olvidado. Cuatro colosos como Argelia, Ghana, Costa de Marfil y Nigeria se derrumbaron con estrépito, dejando una gran nube de dudas a su alrededor. Los Potros de Burkina Faso, siempre competitivos, volvieron a alcanzar las semifinales de un torneo que se les sigue resistiendo.
Bajo la lupa de la incomprensión del resto del mundo, el continente africano ha podido disfrutar de su gran fiesta. Un pueblo habituado a las miradas de condescendencia, se ha agarrado al balón para reivindicar su propia esencia.
Colorido en las gradas, alegría en cualquier rincón africano y, sobre todo, pasión por el balompié.
La historia del fútbol senegalés va de la mano de Aliou Cissé. ‘Los Leones de Teranga’ (típica hospitalidad senegalesa en idioma autóctono wollof) han participado en dos Mundiales y han disputado tres finales de Copa de África. En todos esos momentos aparece Aliou Cissé; bien como capitán o bien como seleccionador. Un tipo carismático, de torso imponente, gafas a juego y unas trenzas que le enraízan férreamente con su Senegal natal. Como si esa melena le mantuviera conectado con el eterno anhelo de su pueblo: levantar la bendita Copa de África de una vez por todas. Anoche, Cissé, bajo la atenta mirada de sus compañeros de tropelías en 2002 Fadiga y El Hadji Diouf desde el palco, fue agotando opciones para evitar la tanda de penaltis. Un escenario que Egipto domina. Así superaron ‘Los Faraones’ a Costa de Marfil y Camerún en esta edición. Los minutos volaban en el marcador del estadio de Yaoundé en el inexorable paso del tiempo que no espera a nadie. La ‘marea roja’ egipcia que poblaba su sector en las gradas recibió con júbilo el pitido final del colegiado en el minuto 120 de partido. La final se iba a los penaltis. Falló Abdelmonem el segundo lanzamiento egipcio y falló Bouna Sarr el tercero de los senegaleses. En el centro del campo, en dos corrillos bien diferenciados, se abrazaban egipcios y senegaleses. Todos excepto uno: Sadio Mané, que se pasó toda la tanda andando de aquí para allá, sin rumbo fijo, sabiendo que el destino le tenía reservada una nueva oportunidad. Quizá la última. Edouard Mendy paró el cuarto penalti egipcio y, ahora sí, llegaba el turno de Mané. Al igual que Salah, se había reservado el quinto lanzamiento, conscientes ambos de que es el duelo que toda África estaba esperando. Plantó el balón Mané en el círculo de cal y, extrañamente, miró al cielo, agradeciendo cualquier energía positiva que pudiera ayudarle en unos segundos que parecieron eternos. Los antecedentes jugaban en contra del 10 senegalés y muchos dudaban de su capacidad para resistir la presión, pero ‘un león no pierde el sueño por la opinión de un rebaño de ovejas’. Le miraba Gabaski desafiante, amenazando con pararle otra vez el lanzamiento. Sin embargo, Sadio Mané lo lanzó con una convicción extraordinaria, a su izquierda, pegada al poste. Inalcanzable incluso para el gigante egipcio. Un estallido de alegría sacudió a todos los senegaleses repartidos por el mundo. Lo lograron. Por fin se oyó el rugido del León.
Imagen de cabecera: @CAF_Online
Sabadell, 1984. Futbolista, colaborador en varios medios de comunicación como beIN Sports, Radio Marca o diari ARA. Analista de fútbol africano y 6 veces internacional absoluto con la Selección de Guinea Ecuatorial.
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