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El primer Barça de van Gaal (parte I): 1997, llegada y planificación

La victoria por tres goles a dos en la final de Copa del Rey contra el gran Betis de Serra Ferrer, puso fin a la temporada 1996/97 para el FC Barcelona. Un Pizzi estelar como sustituto del ausente Ronaldo -estaba en la Copa de América- marcaría el gol definitivo en la prórroga, liberando la tensión acumulada. La Copa se sumaba así a la Supercopa de España arrebatada al Atleti del doblete y la Recopa de Europa, esta sí con participación y gol de Ronaldo en el 1-0 que tumbó al PSG de Raí. En Liga, el poderoso Real Madrid dirigido por Fabio Capello no dio tregua a sus rivales, dejando a los azulgrana a dos puntos y al resto -Dépor, Betis o Atlético- a vista de prismáticos.

Capello tendría problemas con Lorenzo Sanz y abandonaría. Robson correría la misma suerte. Tres títulos para el Barça, pero un modelo de juego, al parecer, no buscado por el presidente. Moltes gracies, Sir Bobby Robson, y vaya usted con Dios.

Tras la destitución de Johan Cruyff a dos jornadas del final de la 95/96 y lo que a todas luces pareció ser un puente con Robson, Josep Lluis Núñez apalabró a un entrenador en alza. Los contactos con el futuro mister frisaron lo irrespetuoso, dado que se sucedieron durante la campaña, cuando el técnico británico y los suyos aún seguían disputándose las competiciones a brazo partido. El acuerdo final dejó patente que pese a la desconfianza en Cruyff, en una relación quemada a fuego lento, Núñez no quería que con su marcha finalizase el estilo de juego que tanta gloria había dado a él y su club. No se trataba de contratar a otro holandés, sino de perseguir al que fuera partidario de la filosofía implantada por el flaco desde 1988.

La escuela holandesa del fútbol total nacida en los años setenta con el también ex azulgrana Rinus Michels, eso se perseguía. No Leo Beenhakker, tampoco Guus Hiddink. No se trataba de ganadores sobradamente preparados. O no sólo de eso, en cualquier caso. Con la rescisión de Robson se vio que se buscaba algo más. Y con ese ambicioso objetivo, el de ganar pero haciéndolo a la manera que ya lo hacía el Barça, llegó Louis van Gaal.

Van Gaal en Barcelona, amor y odio | Getty

Van Gaal, nacido en Amsterdam, venía de pasar una década en el Ajax -empezó como asistente del propio Beenhakker-, tras hacerse con el cargo en 1991. Con unas ideas y un esquema bastante parejos al de Johan, había alcanzado la cumbre, conquistado la Liga de Campeones de 1995 ante el último gran AC Milan de Capello -que el curso anterior había humillado al mismo Dream Team en la final de Atenas-. Un año después, acabaría sucumbiendo desde el punto de penalti, en la segunda final consecutiva, contra el equipo que tomaría el relevo a los rossoneri como mejor conjunto de Italia en los noventa, la Juventus dirigida por Marcelo Lippi. El Ajax, su hogar, estaba muy bien, pero claro, además de que el conjunto perdía fuelle, la posibilidad de sustituir en la historia barcelonista al neerlandés más alabado de todos los tiempos era demasiado dulce. Máxime cuando entre ambos compatriotas había alguna que otra rencilla previa, de marcado cariz vanidoso.

Finalmente, Louis van Gaal hizo las maletas con un billete de ida destinado a la Costa Dorada, no olvidándose de sus inseparables asistentes Van der Len y Frans Hoek -segundo entrenador y preparador de porteros respectivamente-, quienes le acompañarían en su nueva experiencia. Con la aspiración de triunfar en uno de los clubes más grandes de una de las ligas más importantes del mundo, abandonó Amsterdam y la Eridivisie, partiendo hacia Cataluña. Atrás dejaba su legado y mejor aval: Copa de la UEFA 1992; Liga de Campeones, Copa Intercontinental y Supercopa de Europa del año 1995; tres Eridivisie; una Copa de Holanda y tres Supercopas de los Países Bajos. Y el respeto de los aficionados.

La planificación

Con van Gaal y su grupo, el presidente cerró un organigrama deportivo amplio, acorde a la tremenda evolución que desde mediados de la década se estaba generando alrededor del fútbol europeo. En él tuvieron cabida varios ilustres nombres.

Robson, tras manifestar sentirse engañado por Núñez y en aparente compensación del presidente, siguió en el club como encargado de fichajes. José Mourinho continuaría como ayudante, primero de Bobby y luego del nuevo entrenador. Serra Ferrer llegaría del Betis para hacerse cargo de la coordinación de categorías inferiores, toda vez que Rexach, integrante de la directiva desde la marcha de Cruyff, se sentaría en el banquillo como tercer espada y sería nexo entre las partes. Ambos tendrían su momento en la dirección tras la marcha del holandés, con similares y decepcionantes prestaciones. Paco Seirul.lo se mantendría como preparador físico.

La planificación de la plantilla fue dificultosa, dado el marcado carácter de los equipos de Louis. La contratación y marcha de jugadores no acabó en el mercado estival, sino que fue lenta y progresiva, prolongándose durante la temporada. El proyecto estaba claro, era de presente, pero a diferencia de con Robson, miraba al futuro. Van Gaal haría cuanto antes un equipo a su medida.

En boga y alabado por la crítica internacional, el neerlandés fue presentado en honor de multitudes, vistiéndose de corto el 21 de julio de 1997. A su llegada habían sido ya contratados el francés Cristophe Dugarry (25), tras su fracaso en el Milan, y Dragan Ciric (22), proyecto de estrella yugoslava, para la media punta. El marcador derecho Michael Reiziger, también compañero de suplencias de Dugarry en tierras italianas, aterrizó a precio de saldo. Éste sí, a requerimiento de Louis, quien ya lo tuvo a sus órdenes en Amsterdam con muy buenos resultados.

Varias piezas eran indispensables para el juego de ataque y posición, presión intensiva y velocidad de balón que, sin duda, van Gaal intentaría establecer, a imagen y semejanza de su Ajax.

Ruud Hesp, la apuesta de van Gaal | Getty

En la portería, el holandés daba prioridad a la entereza del arquero sobre la agilidad. «Nosotros valoramos la personalidad en un portero», declararía el técnico en clara referencia a la demanda de un cancerbero, ante todo, sobrio. Por tanto, Vitor Baia (27), Busquets (30) y Lopetegui (31), notables en reflejos pero algo inestables, no le ilusionaban.

En la búsqueda de un nuevo Van der Sar -se abordó su fichaje de manera infructuosa-, Frans Hoek recomendó al compatriota Ruud Hesp, un portero semidesconocido pese a su dilatada carrera, quien, ya en la treintena, defendía la portería del Roda -reciente sorpresa de la Copa holandesa- y hasta la fecha únicamente había servido a equipos medios en los Países Bajos. Hesp coincidió en sus inicios con el segundo entrenador Gerard van der Lem, en el AZ Alkmaar; pero ahora la suerte estaría de su lado. La contratación no sería complicada. Sus casi dos metros de estatura estaban listos para competir contra el felino Baia, fichaje más caro bajo los palos de la historia de la Liga y actor principal del Barça de Robson. «Sé de la calidad de Baia, pero no vengo para ser suplente», diría Hesp a su llegada. E iba en serio.

Carles Busquets, de la casa y última apuesta de Cruyff por su buen juego de pies -la norma impidió cogerla con la mano tras el pase del compañero a partir de 1992, naciendo la cesión-, se quedaría, mientras que Julen Lopetegui, a quien las lesiones nunca respetaron, partiría con destino a Vallecas. La operación de Vitor aún por empezar la campaña abrió la puerta de la titularidad a Ruud, quien no la dejó escapar, dándole la razón a Hoek en cuanto a su rendimiento y convirtiéndose en el mejor portero del campeonato.

La defensa era la parte mejor servida a van Gaal. Dos marcadores, algún central fino y contundente a un tiempo y un líbero con buena salida de balón era lo necesario. El Barça tenía casi todo lo demandado en su haber.

Sergi y Ferrer, aún en plenitud de virtudes a sus 25 años, junto al fichaje Reiziger, que contaba con 24, colmarían el puesto de lateral marcador, siendo el joven Roger García (21) la otra alternativa para el flanco izquierda, ante una posible ausencia del internacional Sergi.

La prematura salida de un Laurent Blanc ya veterano sin duda disminuía la clarividencia en la creación de juego desde atrás, quedando como centrales Nadal (31), Fernando Couto (28) y Abelardo (27). Van Gaal no tenía especial devoción por ellos y, pese a prestar buenos servicios en determinadas parcelas defensivas, ninguno llegó a asentarse, alternando tramos de la temporada junto al fichaje invernal Winston Bogarde (27), éste sí, una petición expresa. La opción inicial elegida fue la de Miguel Ángel Nadal, quien habiendo jugado en el centro del campo la mayoría de su carrera, parte de ella a las órdenes de Cruyff, mantenía la buena interpretación del juego posicional y la correcta alternancia del pase en corto y en largo, además de un amplio bagaje internacional. Extrañamente, en la inicial línea de cuatro propuesta por Louis, la pareja defensiva de Nadal fue uno de los organizadores del equipo, el novel Celades.

El duro portugués Fernando Couto, indiscutible un año antes, llegó a sumar minutos, pero desde primera hora se le comunicó que no se contaba con él. Abelardo correría la misma suerte que venía teniendo, costándole hacerse con un puesto en el once hasta bien entrada la campaña. En síntesis, de la retaguardia de cuatro piezas usada por Robson, sólo sobreviviría Sergi.

Otra de las posiciones en que se había cimentado el Ajax era la del mediocentro único, creador y estabilizador de juego, que sería el encargado de lanzar la parte ofensiva y ordenar la presión en la zona centro. Casi nada. El doble pivote usado por Robson con la figura de Popescu primero y De la Peña después, pasaría a la historia, así la salida del rumano hacia Turquía apenas se sentiría.

Van Gaal disponía del mejor activo para la labor. Sin tener aún la jerarquía ni llegar a la capacidad física del Rijkaard ajaccied, Josep Guardiola, con 26 años pero un Dream Team a sus espaldas, aportaba todo lo que a un líder se le puede demandar, y el holandés lo sabía. Una grave lesión del capitán a punto de iniciar la campaña, que se volvería casi eterna, abrió el abanico, aprovechando la nueva oportunidad que se le presentaba a Albert Celades (22) tras su ostracismo el año anterior, convirtiéndose en fundamental. Iván De la Peña (21) también ocuparía la zona de pivote, al jugar Celades como central de circunstancias, pero no llegó a convencer a van Gaal, quien en varias de sus manifestaciones alabó sus virtudes para el pase pero nunca confió en su implicación táctica, por desgracia, en ninguna ubicación del campo. «El equipo le necesita. Tiene el mejor pase en profundidad, pero hay que cambiarle la manera de pensar«, Louis sobre el pequeño buda.

El comodín, como tantas veces en su trayectoria, volvió a ser el veterano Guillermo Amor (30). Saliendo mayoritariamente desde el banquillo cuando el equipo necesitaba un segundo hombre en el centro para controlar los partidos dominados o domar los desordenados, fue clave en los títulos. Tales fueron las aportaciones de Celades y Amor que Javier Clemente, seleccionador nacional que no había contado con ellos en sus planes recientes -pese a que Amor fue importante en la EURO ´96 de Inglaterra-, los llevó al Mundial de Francia `98 como alternativas a la inamovible pareja de medios aguerrida compuesta por Hierro y Nadal. Éste sería el último gran año profesional de ambos futbolistas.

El Barça de 1999 | Getty

De ese puesto en adelante se verían los jugadores más utilizados y reconocibles del primer Barça de van Gaal y, a juzgar por su rendimiento, los que realmente posibilitaron los tres títulos levantados.

Luis Enrique (27) fue la verdadera estrella. Su papel no cambió, por tanto, con respecto al de Robson: para ambos entrenadores se trataba del mejor futbolista del equipo, por su polivalencia, entrega, calidad y facilidad para ver portería. Lo que sí varió fue su nuevo puesto y las funciones asignadas. En la defensa de cuatro con dos laterales largos propuesta por Bobby Robson, Lucho actuó en el carril derecho. Ahora con van Gaal no volvería a hacerlo ahí, ya que Ferrer o Reiziger tendrían asignados marcajes fijos. Luís actuaría más adelantado, como interior o media punta, en labores más ofensivas, semejantes a las de su etapa en el Real Madrid. De inicio a fin fue superior, convirtiéndose en el futbolista español del momento y llegando a eclipsar a la mayoría de estrellas foráneas llegadas a la Liga desde un año antes, con la apertura de mercados tras la sentencia Bosman. Marcó goles trascendentales, acabando la temporada con un total de 18, uno menos que el máximo artillero Rivaldo. «El jugador que más me ha sorprendido es Luis Enrique», diría van Gaal. Aquel Barça jamás se hubiese sustentado sin su entrega, hubiese sido del todo imposible.

El último fichaje estrella de Johan Cruyff, el luso Luis Figo, cumplidos los 25 años había madurado todo lo que necesitaba para ser considerado ya uno de los mejores centrocampistas del mundo. El extremo derecho sería suyo todos y cada uno de los partidos del campeonato. Van Gaal tenía ahí su nuevo Finidi, un estilete en la derecha para penetrar las defensas pegado a la cal.

Más problemas se le presentaban a su llegada para buscar los homólogos de Litmanen en la media punta y Overmars en el costado izquierdo. El anhelo de van Gaal fue Denilson, un habilidoso extremo zurdo brasileño que despuntaba en Sao Paulo y perseguía convertirse en un referente mundial. Pero finalmente acabó fichando por el Real Betis, con un Lopera desbocado que desembolsó la estratosférica cantidad de 5.000 millones de pesetas. El ofrecimiento inicial de Núñez fue el inglés Steve McManaman, que triunfaba en el Liverpool. La respuesta del entrenador a su presidente fue clara: «sí, es un gran jugador, pero lo que necesito es un volante izquierdo y Steve juega por la derecha». Justo antes del cierre del mercado y ante la dubitativa imagen ofrecida en la fase previa de la Champions League ante el Skonto de Riga, Núñez, cargado de nervios, acató la petición del entrenador y dio un golpe de mano pagando los 3.000 millones de cláusula de rescisión del mediapunta Rivaldo, dejando al Deportivo de la Coruña con escasas posibilidades de maniobra para su reemplazo y generando el primer enfrentamiento inter-entidades de la temporada. Así, Rivo levantó el trofeo veraniego Teresa Herrera un día y al siguiente se veía vistiendo de rojo y alzando el Gamper. Pero claro, Rivaldo, pese a tener quizá la mejor zurda del momento, no era extremo. Él había revolucionado la Liga anterior actuando tras el nueve y consiguiendo veintiuna dianas. Pero van Gaal sí tenía varias piezas útiles para hacer de Litmanen y ninguna que le convenciese para la banda izquierda. Roger no cumplía los requisitos, o simplemente no gustaba al holandés, y Hristo Stoichkov quedó a un lado desde el primer momento al no ofrecer, ya con 31 años y un fútbol más cerebral, el nivel de implicación defensiva exigida por van Gaal y no tolerar sus primeras suplencias. El ídolo búlgaro acabaría rescindiendo a mitad de campaña, para el mes de marzo, dejando estas tristes palabras: «Mi relación con van Gaal era insostenible. Mi despedida estaba anunciada desde la pretemporada. Llevo medio año sin jugar y hay un Mundial, no podía seguir así». Amunike (26) empezó jugando pero cayó lesionado de gravedad, y Ciric, pese a dominar ambas piernas, era visto más como sustituto de Figo.

Un Rivaldo que con 25 años aún no era lo que llegó a ser y todavía carecía del estatus y el ego de estrella, aceptaba las decisiones de buen grado, manifestando tras los primeros meses de participaciones en la banda que él estaba allí para lo que el técnico necesitase. Pese a la presunta comprensión, como se preveía, la polémica sobre la desubicación acompañaría a van Gaal durante toda su dirección, con declaraciones y enfrentamientos tanto contra la prensa como contra el crack brasileño.

Giovanni Silva (25) comenzó contando poco, pero fue ganando confianza y minutos en la parte central de la media punta. Altibajos y discusiones contra el entrenador mediante, acabaría haciéndose con el puesto y siendo parte trascendente del trío brasileño para el gol. Óscar García (24), otro de los canteranos que Cruyff tenía en alta estima, tampoco tuvo suerte en los compases iniciales, recibiendo la noticia del mister de que habían no menos de cinco jugadores delante de él. A partir de su debut en la quinta jornada con dos goles para vencer al Tenerife, van Gaal daría marcha atrás a sus intenciones primarias, permitiéndole ser partícipe de las alineaciones como primer recambio de Giovanni. Finalmente actuó en 16 partidos, 11 como titular. Los 9 goles del brasileño, los cinco de Óscar y las asistencias de cada uno, acabaron por cumplir con las exigencias mínimas de la pieza más débil del ataque del sistema. Cristophe Dugarry fue el que peor lo llevó, el más afectado de los fichajes. Louis van Gaal no había pedido un delantero de sus características, dado que para la punta de lanza necesitaba a un goleador -Cristophe nunca llegó a la decena- y para la media punta a alguien con cualidades más marcadas para la asistencia y el trabajo en equipo. Pese a todo, Dugarry comenzó la campaña de titular, pero la alegría duró poco. Tras apenas cinco encuentros pasó del césped al banquillo y de éste a la grada. Para el mes de enero ya había dejado de ser importante y pedía su traspaso, temeroso de quedar fuera de la cercana cita mundialista en su país. Marchó tras sólo medio año en el club, y sus palabras evidenciaban la situación: «Pasé seis meses preguntándome qué pintaba allí. Era surrealista, fueron meses horribles, he vivido un infierno». Acudiría al Mundial, jugaría y marcaría, y se convertiría en parte de la mítica Francia campeona del mundo.

La salida de Ronaldo hacia el Inter de Milan tras desavenencias en el contrato fue el verdadero problema que tuvo que enfrentar Núñez. La afición no toleraría explicación alguna sobre la marcha del mejor delantero del mundo tras sólo una temporada. Van Gaal pidió a Batistuta, otro de los atacantes punteros del momento, que jugaba en el Calcio bajo el escudo de la Fiorentina. Las negociaciones parecían realmente avanzadas, habiendo dado el sí el nueve argentino, pero finalmente el acuerdo quedó en agua de borrajas y el presidente tuvo que pasar al plan B. Sonny Anderson (26) era un delantero centro poco tenido en cuenta a nivel nacional en Brasil, pero con una media cercana a los 20 goles en las últimas seis temporadas en la Ligue 1. Su actual club, el Mónaco, como cabía esperar, no lo dejaría ir sin sacar gruesa tajada. El fichaje se acabó concretando por 2.500 millones de pesetas. Con esta cantidad y la invertida posteriormente en Rivaldo, se invertían las ganancias obtenidas por Ronnie. Pese a no ser Batistuta, Andersson, a quien apodaban pistolero por su característica celebración de cada gol, aportó compromiso, entrega, buenos movimientos en el área y 10 goles en su temporada inicial. Sus números le sirvieron para seguir en la plantilla aun con la futura llegada de Kluivert, otra debilidad del entrenador.

El que desde primera hora salió gravemente dañado con van Gaal fue el ariete hispano-argentino de 29 años Juan Antonio Pizzi, héroe del último título y eficaz recambio de Ronaldo meses antes. Siempre que jugaba, marcaba. De ser el máximo artillero de la Liga en la 95/96 a dejar 9 tantos la siguiente desde la suplencia, nunca fue considerado por el técnico holandés, quien en ausencia de Anderson solió preferir a Óscar o incluso adelantar a Rivaldo o Giovanni y variar el sistema. Pese a ello, Pizzi acabó siendo citado para la Copa del Mundo. Clemente y van Gaal, como podía imaginarse, estaban en la antípodas.

La plantilla quedaba lista así, con la mayoría de puestos doblados, una media de edad de 25 años donde únicamente Busquets, Hesp -32 años y jugador más veterano-, Nadal, Amor y Stoichkov pasaban de los 30, y una mezcla de talento -lo que más-, pasión -lo que menos- y experiencia nada desdeñable. En manos de van Gaal el sacar provecho de ello.

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