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Real Madrid

El juicio a Benzema, a piel abierta

 

El periodismo deportivo español, con un instinto depredador formidable, mantiene en los últimos tiempos dos tesis generalizadas. Una, consistente en el olvido. Otra, en la que periodistas cuya notoriedad se basa en la defensa a ultranza de un ente o individuo. Y estos polos tan distintos a la par que perniciosos, más allá de atraerse, perjudican. La reseña principal es que la mayoría se decantan por uno u otro extremo de manera totalmente polarizados y tras analizar una serie de variables que le supongan un beneficio propio. Cada caso es distinto. Un doble rasero casi inverosímil. Donde dije digo, digo Diego. Chimpúm. El show, listo.

El último caso en saltar a la palestra mediática y al juicio de ciertos ilustrados ha sido el de Karim Benzema, aunque no ha sido el único. Muchos dicen que el nueve del Real Madrid ha de ser puro, goleador, de área, sin estar exento de una lucha constante y aguerrida, apartando con un retweet fácil lo verdaderamente esencial. Otros abogan, en un desesperado intento por justificar lo inexcusable, que el astro francés sufre situaciones paranormales en el césped –que solamente lo ven ellos- e inventan unos medidores un tanto dispares. Cuando de pequeño te dicen que ningún extremo es bueno, por favor, acéptalo. No hay nada más ingenuo para una persona que creer estar con la posesión de la verdad absoluta desde el narcisismo y la ignorancia –en este caso consciente-.

Los últimos partidos de Monsieur Benzema han sido desastrosos. En asociación, en movimiento, en gol, en asistencias… en actitud. Es esta la clave del rendimiento que, enigmáticamente, parece ser obviada. El joven y diferenciado delantero que llegó a Madrid hace ocho años es, personalmente, el mismo, si no más curtido. Estéticamente indolente, sin la capacidad de convertirse en el hostigador de los centrales sin cansancio, aparentemente tímido. La talla de jugador que es le condena a que se le exija lo máximo. Y lo máximo de Karim se ve cuando está enchufado.

Nadie debería caer en el victimismo: ahora que a Karim no le salen las cosas no es ético reprocharle lo que nos ha cautivado durante años. A estas alturas es bochornoso inyectarle dotes de Pokemon a Benzema para que se transforme. Su juego, como él dice, no se basa en meter goles. Juega para el equipo. Sin explotar el cuentakilómetros, pero con una inteligencia brutal en cuanto al tacto con la pelota y a la elaboración de huecos se refiere. Con la elegancia propia de Karim. La que nos enamora. Y la que parece que, a algunos, le tapa la boca tras su exhibición ante el Nápoles.

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Como he dicho, lo que desaprueba al ex del Lyon verdaderamente no es, ni de lejos, que no asfixie durante los noventa minutos a la zaga. Ni lo ha hecho, ni lo hace ni lo hará. Y, probablemente, sea un bendito defecto de Karim. Benzema ha pecado de relajación y lo ha pagado en el Bernabéu. Todas las leyendas madridistas, en el afán del público por ver deslumbrar a sus estrellas en el ámbito técnico o táctico, han sufrido un tirón de orejas. Forma parte del personalismo perenne de generaciones que han convertido, indudablemente, al Real Madrid en el club con más exigencia y, por ente, en el más laureado de la historia del fútbol. Pero lo que tampoco se puede hacer es intentar demostrar –digo intentar porque queda en eso, en el intento- algo que es insostenible.

La autocrítica ha de estar pegada como una lapa al argumentario de cualquier persona y flaco favor se hace al cegarse con una bufanda en los ojos. El potencial del francés, en este caso, ha de rayar al máximo siempre. No porque lo diga yo, sino porque las aptitudes de él lo hacen creer y porque en el club de fútbol por antonomasia la actitud es lo principal y el relevo puede atacarte. La falta de actitud imposibilita a cualquiera, pero si Benzema es capaz de mantener una regularidad, ni su propia sombra puede competirle.

Es totalmente compatible un sentimiento con la praxis de la autocrítica. Así pues, ningún nombre ni apellido tiene que estar dependiente a que personas interesadas con fluctuaciones en su vara de medir sujeten el adalid de su carrera. No olviden que la verdad absoluta no se encuentra en ningún extremo: se va construyendo a partir del intercambio de visiones.

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