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El efecto Marcos Llorente

Avocado a una temporada en el ostracismo, Marcos Llorente afrontaba pasado el ecuador del curso un dilema tremendo. Había abandonado el Real Madrid, donde había estado dos años sin minutos, y se había marchado al Atlético, donde era el jugador de campo del primer equipo que menos había jugado solo tras el casi inédito Saponjic. Lo que parecía el gran fracaso del año, pues Llorente llegaba para cubrir la baja de un jugador solvente como Rodri, se ha convertido en las últimas jornadas en una nueva esperanza.

Sus minutos como pivote no convencieron. Muy lejos queda ya de aquel futbolista que hace tres temporadas cuajó un buen año en las filas del Alavés, y sí hay más de ese jugador falto de confianza para actuar en el eje de la medular.

Pero ante el sainete de bajas que el Atlético ha estado sufriendo durante toda la temporada, y debido a la necesidad sí o sí de efectuar cambios para refrescar los partidos, a Simeone se le ocurrió dar unos minutos finales a Marcos Llorente en un duelo a principios de año en una nueva demarcación. Y ante su poca confianza en él como mediocentro, le escoró a la banda. Con dos cambios ya agotados, el argentino miró al banquillo y en él solo se encontraban tres zagueros, además de la presencia del portero suplente, Adán.

Así hizo Llorente sus primeros pinitos como interior. Casi por exigencias del guion. Fue tan poco tiempo, que apenas hubo situaciones para juzgarle. Pero al cuerpo técnico se le encendió la bombilla y, debido a las constantes lesiones de Vitolo y Lemar, la levedad física de Joao y la poca confianza en los jugadores con supuesta llegada más allá de Correa, decidió probar a Llorente jugando lejos de la zona donde se ha desarrollado toda su carrera. Y fue un boom.

Que Llorente posee un físico privilegiado es innegable. Que ha trabajado al máximo para llevarlo a la perfección, también. Y que quizás, esa falta de seguridad que no sirve en una posición tan comprometida como la del pivote, puede ser un arma de doble filo jugando casi en punta. Porque lo de Llorente en Liverpool no fue un espejismo. Ya venía tiempo trabajando en la demarcación (de hecho, poco antes le había metido un gol al Valencia en su primer partido como titular en el costado) y su superioridad física sirvió para detonar un partido que el Liverpool no supo dormir cuando debería haberlo hecho. El primer gol mandaba a la lona a los ingleses, que se abrieron mucho más poniéndole una alfombra roja al nuevo ‘14’ del Atleti.

Marcos Llorente, tras marcar su segundo tanto en Anfield.

Pero tras el parón y la vuelta a la actividad física, Llorente parece no tener fisuras. Su perfeccionismo en lo físico le ha permitido llegar nada oxidado a esta minitemporada de dos meses y parece engranar las marchas mucho más rápido que el resto. Su presión en la parte alta del campo y una facilidad para marcar goles jugando más adelantado, en palabras del propio Simeone, que ha quedado encantado en los entrenamientos, le han hecho ser uno más en la rotación para jugar acompañando a un delantero o escorado a banda derecha. A sus buenos detalles por fuerza y empuje se suman también buenos recursos jugando de espaldas e interesantes pases filtrados al hueco.

Su situación recuerda a la de Raúl García, que en el Atlético pasó del pivote, donde claramente dejó más detalles negativos que positivos, a ser un gran llegador y un magnífico jugador en el juego aéreo ocupando cualquier posición del ataque. Llorente no posee el cabezazo y la corpulencia del navarro, pero en cambio tiene dos piernas que parecen torbellinos y mazos a partes iguales. Correr y chutar.

El experimento está saliendo de maravilla para un jugador que, poco antes del parón, tenía un pie fuera del Atlético. Había sido caro, no había convencido y él no se podía tirar otro año más sin jugar siendo de las últimas opciones del banquillo. Ahora, la situación es distinta. En los últimos tres partidos ha logrado tres goles y tres asistencias, mejores cifras que en toda su carrera hasta la fecha.

La duda reside en, darle la oportunidad desde el inicio, o dejar que, pleno de energía, destroce a los rivales en una media hora final que se está antojando decisiva para estos partidos que tienen menos ritmo de lo habitual y que llegan al tramo final ahogados. De momento, Simeone ha alternado las dos vías. Parece impensable que se pueda sentar a un jugador que vive de dulce, aunque lo cierto es que sus mejores detalles hasta la fecha residen en agitar los partidos en la segunda parte. Lo hizo en Arabia, lo hizo en Anfield y lo hizo en Pamplona la pasada semana. Las ocho jornadas que quedan más el bonus de la Champions decidirán si, un jugador que estaba fuera de los planes para el próximo curso, ahora se ha ganado desde el trabajo y la imprevisibilidad una nueva oportunidad.

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