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Serie A

El déjà vu de Immobile

Habían transcurrido algo más de veinte meses desde el anterior gol y el anterior partido de Ciro Immobile con la elástica del Toro. Y tan sólo necesitó ocho minutos para volver a marcar con ella puesta y enlazar diez tantos en sus últimos nueve encuentros como jugador granata. Como si el tiempo no hubiese corrido, como si más de año y medio pudiera transcurrir con un mero pestañeo, Ciro Immobile pisó el césped de un entusiasmado Olímpico de Turín dispuesto a volver a empezar exactamente donde lo había dejado y la temporada 2013/14, en la que se proclamó máximo goleador de la Serie A, parecía no haber tenido fin todavía o estar disputándose de nuevo.

Su presencia en el once titular ante el Frosinone, sin apenas entrenamientos con el grupo durante la semana, supuso un empujón anímico tremendo para el Torino, una fuerza especial que se notó desde el pitido inicial hasta el minuto noventa en un equipo despojado de goles y de confianza en sus recientes compromisos. También se advirtieron enseguida sus recursos futbolísticos, útiles hasta la idoneidad para la idea de juego del Toro. Era un déjà vu. Desmarques punzantes, caídas a bandas, punta de velocidad, empeño contagioso, apoyos, remates y una sensación de peligro ya conocida en un lugar donde fallar un control o dar un mal pase nunca va a estar penado con pitos, sino con más aplausos, si eres capaz de aportar todo lo anterior y enfervorecer con ello a la grada. Immobile quería todos los balones y los galones y tanto sus compañeros como el público querían lo mismo, que para él fuesen cuero y gloria.

Una barba de varios días, un apasionado recibimiento en el aeropuerto y un número diez colgado de su espalda como sustituto extraño del dorsal nueve que todo delantero centro que se precie anhela portar y que a Immobile, en estos mesos, por poco se le olvida serlo; eran los pequeños detalles de aderezo que le delataban. A él y al tiempo. A un Immobile de regreso al lugar al que nunca debería haber tratado de volver tal y como decía la canción, a ese lugar en el que más dichoso se ha sentido como jugador, en el que más futbolista ha sido y en el que más feliz ha hecho a una hinchada. Y mientras tanto, el tiempo ya pasado empezaba a vestirse de presente.

 

Tras sus desafortunadas experiencias como titular en un Mundial de fracasos, como sustituto de un insustituible Lewandowski en Dortmund y como romperredes de un supuesto postín sin demostración palpable en Sevilla, Immobile decidió regresar al sitio mismo en el que había empezado todo. “No es un nueve de primer nivel”, decían algunos. “No está preparado para un club top”, apuntillaban otros. Y seguramente tenían y conservan la razón. Un total de cinco goles ligueros en una temporada y media entre Alemania y España no es el mejor contraargumento posible. Sin embargo, el hecho mismo de que no sea un delantero con un nivel suficiente como para asentarse y triunfar con rotundidad en un equipo grande es lo que esperan egoístamente los tifosi granata de Turín y parte del extranjero para así, poder quedárselo en casa por muchos años.

Una visión, muy probablemente, bien distinta a la del propio Immobile, que tiene en mente la Eurocopa de Francia como primera e inmediata meta y que busca, volviendo a enfundarse hasta el final de la temporada la maglia granata con la que logró poner su nombre en el panorama futbolístico global, relanzarse y, otra vez, hacer goles y más goles para que un nuevo Borussia de Dortmund de turno vuelva a apostar por él. Y que la historia, de naturaleza cíclica, dé comienzo de nuevo.

No es el fútbol de hoy un mundo amigo de los romanticismos. Mucho menos en clubes modestos que no pueden competir económicamente con los ricos de Europa y directamente con nadie si hablamos de equipos Premier. Y no hay que olvidar que Immobile sigue conservando un buen cartel como capocannoniere del Calcio que ha sido. Como lo fueron Protti, Lucarelli o Hübner pero también Vieri, Toni o Inzaghi. El único que ha tenido el Torino en casi cuarenta años.

La vida es eterna en cinco minutos cantó una vez un hombre sabio. En este caso, han sido ocho los minutos pero poco o nada sustancial cambia. Como tampoco ha cambiado desde la última vez en que Immobile celebró un gol bajo la Curva Maratona del Olímpico de Turín hasta su reciente tanto de penalti contra el Frosinone. Sólo ha pasado tiempo. Qué más da si son ocho minutos o más de un año y medio si la sensación de su duración ha sido más o menos la misma. Una continuidad inexistente pero palpable. Un empalme, un injerto, un esqueje de tiempo lineal con meses, semanas, horas, minutos y segundos vacíos y un botón de pause de por medio.

Quizá fuese eso, el tiempo mismo sin remiendos, el mejor regalo que podrían hacerse Immobile y el Torino. El privilegio de no tener que medir, ni extrañar, ni arreglar su paso y su lapso y de no parar de celebrar goles juntos hasta confundir los días en los que éstos se marcaron con los días en los que otros se hicieron. Como si Chaplin tuviese razón y el tiempo fuese el mejor autor, siempre capaz de encontrar un final perfecto. Tan perfecto como, de momento, lo ha sido el nuevo comienzo.

Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero

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