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El complejo de Aquiles

Esa capacidad de atraer jugadores. Dos, tres, o hasta cuatro. Si es capaz de proteger el cuero y dar el pase, el rival ya ha perdido dos efectivos en defensa y juega con inferioridad. Podría ser cualquier jugada de Messi, pero fue la noche de Mbappé. También la de Verrati y Paredes. El francés puso en el escenario velocidad y técnica a raudales, desesperando a la zaga azulgrana. Se marchó del Camp Nou reinando, agigantado, ante una baja sensible como la de Neymar, con el balón debajo del brazo y la sonrisa traviesa. No la podía ocultar, en la comisura de los labios se leía un pase a cuartos muy encaminado. Algo que, por cortesía a los milagros que suceden en el fútbol, no puede darse como cerrado.  La superioridad física, táctica y mental del PSG dejaron al Barça noqueado en el primer asalto del regreso a la Champions League. Algo que hizo revivir los últimos capítulos negros de su presencia en Europa, de sudores fríos, heridas sin cicatrizar y recuerdos amargos y ásperos.  

Koeman sacó su once con la novedad del regreso de Gerard Piqué, tras casi 3 meses sin jugar, y apostó por Dest ante Mingueza, para que sufriera el acoso de l’enfant terrible a sus espaldas. Además, padeció también los insuficientes apoyos defensivos de Dembélé. El Barça quiso protegerse, dado a las fortalezas de su oponente. Con una altura precavida en los laterales, careciendo de profundidad, dudoso en la confección de sus ofensivas, e impreciso, no siendo capaz de atacar los espacios y encontrar a sus mejores aliados en posiciones favorables. Lejos de gustarse, con complejos. El conjunto parisino captó las debilidades y supo asaltar las zonas frágiles.

Gerard Piqué y Kilian Mbappé durante en el encuentro de octavos de Champions League (Lluis Gene/Getty Images)

Gerard quiso liderar y ordenar el equipo. De alentar al desquicio, en esa secuencia tan natural en el rectángulo – en el fútbol amateur termina en cerveza acabe como acabe el encuentro – y que a la misma vez evidencia como un conjunto se está saliendo del partido. Entre noveles y veteranos, la capacidad competitiva se desvaneció demasiado pronto. Acoplado a un estado de ánimo que no les permitía recordar las mejoras que habían mostrado como colectivo en una tendencia positiva de victorias consecutivas, antes de visitar Sevilla. Miraron al abismo, antagónicos a aquel funambulista que es capaz de cruzar metros pisando una cinta con los ojos tapados. Lejos de ser Danny Zuko en Grease, con la chupa puesta con gracia y el peine en la mano, más parecido a aquel adolescente acomplejado que tartamudea en la típica serie americana.

El Barça al que admiramos como un ser inmortal, con los años, terminó llegando al fin natural de los mortales. Y desde entonces, se encuentra perdido, a la espera de una transición necesaria y de un tiempo que precisa para construir y creer de nuevo. El complejo de Aquiles se refleja en un equipo que se ve obligado a tratar de disimular sus debilidades bajo un nombre heroico que suena por sí solo con certeza, aunque carezca de ella en sus grandes citas. Detrás de él está su propia vulnerabilidad e impotencia. El peor rival al que puede encontrarse sigue siendo él mismo. Despierta sus sombras, sinónimo de un miedo que paraliza. Congelados, como una imagen en la pantalla del televisor en pausa. Sin atisbos de reacción. Con el pánico interiorizado, desconectando de la intensidad y la pasión por el esférico. Europa, sin duda, sigue siendo el punto más vulnerable de su talón de Aquiles.

Imagen de cabecera: David Ramos/Getty Images

Editora en SpheraSports. Especialista en Scouting y análisis de juego por MBPSchool. Sport Social Media. Eventos Deportivos

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