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Fútbol sudamericano

El calvario de Edinson Cavani

Eran cerca de las 22:30 del pasado lunes en Salto, ciudad uruguaya a casi 500 km de Montevideo. Luis Cavani se encontraba en una reunión de trabajo cuando se montó en la camioneta de su hijo,una Ford Raptor, para comprar cigarrillos y una botella de vino.

No era la primera vez que conducía bajo efectos del alcohol. En la reunión, los cuatro hombres que le acompañaban y el propio Luis habían destapado y acabado tres botellas de vino. De pronto, en la carretera, sintió un impacto. No se dio cuenta de lo sucedido hasta que hizo un giro en U y se encontró con un joven inmóvil en el asfalto. Le había atropellado. El chico de 19 años murió al día siguiente a causa de las lesiones y Luis era procesado en prisión, tras serle detectado 1,7 gramos de alcohol en sangre.

Su hijo, el dueño de la camioneta, es Edinson Cavani, estrella del París Saint Germain y uno de los mejores jugadores de Sudamérica. Tras una temporada productiva en goles (31) y en títulos (Ligue 1, Copa de Francia y Copa de la Liga), se perfilaba como el gran líder de la Celeste en la Copa América, mermada por la baja de su mayor goleador, Luis Suárez, quien hace cuatro años se proclamó mejor jugador de torneo, dando a su selección el título de campeones.

Edinson ya era entonces un crack reconocido en Italia. Sus 33 goles en el Nápoles le pusieron en boca de los grandes clubes que suspiraban por contratarle, y la afición uruguaya se relamía con una delantera de ensueño: Cavani-Suárez-Forlán. Sin embargo, el punta napolitano nunca se sintió cómodo y acabó cediendo el puesto: no jugó ni en cuartos, ni en semifinales. Sí disputó 27 minutos en una final ya sentenciada.

 

Nunca se ganó el verdadero reconocimiento de la hinchada, ni siquiera cuando sacrificó los goles por esfuerzo. Se le ha visto jugar hasta de lateral con Tabárez, pero nunca el liderazgo ni el instinto que le ha convertido en uno de los mejores nueves del mundo. Chile podía ser la última oportunidad para demostrar algo más, pero Cavani se fue de vacío en la fase de grupos, y en la antesala de los cuartos de final ante la anfitriona, quedó completamente en estado de shock ante la noticia de que su padre había sido arrestado por homicidio.

Meditó no jugar el partido y viajar a Uruguay para estar con su familia en momentos tan difíciles, pero habría dejado de luchar por ganarse un reconocimiento, por olvidar a Suárez y a Forlán, por ser el auténtico líder de la Celeste. No podía abandonar ahora.

Su cabeza, sin embargo, era un hervidero, una bomba a punto de estallar. Uruguay no tuvo el balón en más de 90 minutos, y cada pelota controlada por Cavani era una patada en la rodilla, en el tobillo, en la espinilla. La mayoría de ellas, muy lejos, demasiado lejos del área. De nuevo tuvo que jugar de lateral, de central, de mediocentro y de delantero. Precisamente, la primera amarilla viene en una falta sobre Vidal, que Edinson protesta al linier devorado por los nervios. La segunda, cumplida la hora de partido, llega en una disputa con Gonzalo Jara que acaba en toquecito en la cara que ve el colegiado. No ve, por contra, cómo Jara introduce su dedo corazón en el trasero del uruguayo, en una de las acciones más grotescas jamás vistas en alto nivel.

Cavani no se lo puede creer. En el partido donde debía demostrar que era el gran líder de Uruguay, dejaba a su equipo con diez con todavía media hora de encuentro por delante. Chile acabaría ganando y accediendo a semifinales gracias al gol de Isla. La Celeste, a casa con un juego más bien mediocre y dos expulsados. Uno de ellos, Edinson, el hijo de Luis. Un jugador frustado con su selección y destrozado por una situación que superaría a cualquiera. Un auténtico calvario.

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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