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El ADN groguet

En los casi 20 años de historia del Villarreal en Primera División hay un claro denominador común. Siempre se le ha identificado como un equipo que mima el balón, que lo hace suyo y sufre sin él. Manuel Pellegrini y Juan Román Riquelme colocaron esos cimientos con más fuerza que nadie y el estilo, que encandiló en Europa -a la altura de equipos como el Barça de Guardiola o el Arsenal de Wenger- se convirtió en innegociable.

Pero todo club cuestiona su identidad tras un duro varapalo. El descenso consumado en 2012 llevó al equipo groguet a sufrir una transformación lenta y dolorosa. La pérdida de Borja Valero rumbo a la Fiorentina fue irreparable. Por entonces, Senna comenzaba a decir adiós y solo resistía Bruno Soriano pese a las tentativas de mudarse al vecino. Aunque el infierno de Segunda solo duró una temporada, el Villarreal ya había cambiado de piel por una más llevadera, efectiva y, por supuesto, más acorde a los futbolistas que disponía.

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Marcelino García Toral fue el encargado de la reconstrucción, con todo lo que eso conlleva. Pasó de vagar por la zona media en Segunda a volver a competir en Europa en tan solo temporada y media. Poco después lograba la clasificación para Champions y pisaba semifinales de Europa League y de Copa del Rey por primera vez. El Submarino volvía a codearse con los mejores y poco tenía que ver con el estilo que le hizo grande antaño. Aprendió a hacer disfrutar al aficionado de otra forma: seguridad atrás y transiciones rápidas, vertiginosas. El técnico asturiano no dudó en fijarse en el Dortmund de Jürgen Klopp para conseguir su propósito. Por momentos, se le pareció bastante.

El centro del campo amarillo tuvo que adoptar otras cualidades. Menos retener el balón y más pensar rápido. La duradera lesión de Bruno le abrió las puertas al once al joven Rodri, que pronto se hizo con el timón. En un año pasó de la nada a ser el futbolista con más recuperaciones de la Liga. Debutó con la Selección y pronto lo repescó el Atlético. No es de extrañar que esta pérdida haya sido la que más ha dolido en Villarreal en los últimos años. No por sorprendente -estaba cantado-, sino porque toda su estructura había pasado a depender de este espigado jugador.

La era post-Marcelino ha sido dura, llegando incluso a temer por la salvación. Y aunque la defensa hacía aguas como nunca, el problema evidente radicaba en el centro, donde ya no había líderes. Fue entonces cuando se echó de menos que Manu Trigueros diera un paso adelante. El de Talavera de la Reina apuntaba a ser un jugador importantísimo en la posición desde el ascenso, siendo la revelación en su primer año en la élite. Jugador muy completo, de toque exquisito y movilidad continua, un Valero 2.0 al que además se le pidió rigor táctico, faceta que nunca llegó a dominar al cien por cien. Cuanto más le alejaban del área, más sufría. Y sin Bruno y Rodri, su posición fue retrasando más y más.

La 18-19 fue la peor temporada para Trigueros. El peor Villarreal en el último lustro, por sensaciones y juego, se lo estaba llevando por delante. Ni siquiera con Cáseres a su lado, centrocampista más posicional, aumentó sus prestaciones. Jugó una primera vuelta entera sin pena ni gloria y en febrero una lesión le dejó fuera durante dos meses. A su vuelta, Calleja había encontrado la fórmula y comenzaba a ver la luz. Por supuesto, Manu no entraba en los planes. Cazorla retrasó su posición y la llegada de Vicente Iborra fue una bendición. No llegó a participar en ninguna de las tres victorias consecutivas que supusieron prácticamente la permanencia. El 18 de mayo, en la última jornada y sin nada en juego, fue titular por primera vez en cinco meses.

Sería difícil recuperar el protagonismo perdido, más todavía con el ascenso de Morlanes y el poderío de Anguissa. En las diez primeras jornadas, Trigueros disputó apenas 33 minutos. Tras varios partidos sin ganar, Calleja probó en Mestalla con tres mediocentros en el once, incluyendo a Manu. El Submarino cayó con honores y el centrocampista manchego no desentonó, de ahí que se mantuviera en la alineación ante el Atlético, donde fue uno de los más destacados. Ante el Sevilla en el Pizjuán volvió a ser titular y fue clave en el gol de la victoria, la primera en seis jornadas, recibiendo un pase de espaldas en el área y asistiendo con clase a Ekambi, al más puro estilo Laudrup.

El nuevo sistema de Calleja favorece a Trigueros, pero también a sus otros dos compañeros en el centro del campo. Anguissa, Iborra y el propio Manu se caracterizan por abarcar mucho terreno, y pueden tanto empezar la jugada como acabarla sorprendiendo desde segunda línea. Además, la sobriedad defensiva aumenta. La victoria en el Pizjuán -no se ganaba allí desde 2012- debe ser el punto de partida para un Submarino con mayores aspiraciones. De nuevo, el centro del campo vuelve a ser importante en el camino, como no puede ser de otra forma. Lo lleva en su ADN.

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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