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El abrazo de Simeone

“Me llegó la hora”. Cuatro palabras. Escueto. Una llamada de apenas unos segundos. Así cuenta Diego Pablo Simeone que le dijo a su padre aquel día que recibió la oferta para convertirse en entrenador del Atlético de Madrid, allá por un lejano diciembre de 2011, hace más de 10 años. El Cholo siempre había dicho que antes o después entrenaría al equipo del que más se veía reflejado y del que se había enamorado en su época como jugador. Lo sabía él, lo sabía su entorno y con quien más lo hablaba era con Carlos Simeone, su padre, fallecido la semana pasada en Argentina a los 80 años y que no tiene nada que ver con Carmelo Simeone, también apodado Cholo, un lateral derecho que jugó en Boca Juniors y que se fue de este mundo hace ocho años.

Más de una vez me han confundido con él. Un día estaba en la playa y vino un señor con su hijo a decirme que yo jugaba muy bien, pero que mi hijo Diego jugaba aún mejor”, tiraba Carlos Simeone a La Nación hace unos años. Carlos jugó, pero no al nivel profesional de Carmelo. De manera paradójica, Diego Simeone heredó el apodo de un Carmelo Simeone con el que no tenía ninguna vinculación y esa confusión de padres e hijos siempre estuvo ahí para la opinión popular.

El de Carlos Simeone, o simplemente Simeone, como le llama Diego Pablo (códigos de familia, pues también llama a su madre Nélida por el apellido, González) es un libro de anécdotas que puede no tener fin en la vida porque suya es la culpa de haber dado forma a una de las personalidades más importantes del fútbol argentino y del Atlético de Madrid. “Fíjate la fijación que tenía mi hijo Diego con el fútbol que su primera palabra fue gol. Ni mamá, ni papá, ni nada. Gol”, contaba con sorna. “Una vez le regalaron un juguetito de un fuerte apache y no tardó nada en desmontarlo y transformarlo en un campo de fútbol”.

La imagen de Carlos Simeone trascendió a figura pública colchonera en 2014, en el Camp Nou. El Atlético de Madrid estaba a punto de ganar LaLiga en el estadio del Barcelona, aunque posiblemente podría haberse quedado sin ella en el campo rival. Si el Barça ganaba, era campeón. Carlos Simeone viajó a España y se presentó en el feudo catalán para ver cómo su hijo lograba una gesta y se imponía ganando LaLiga al Barcelona de Messi y Neymar y al Real Madrid de la BBC. Casi nada. Si la mayoría de los focos fueron para aquel abrazo que se dieron Koke y Gabi en el centro del campo blaugrana, otros muchos no quisieron perderse ese en el que se fundían Carlos y Diego, padre e hijo, en la grada. “En casa es Diego, no es Simeone”, admitía el progenitor, de alguna manera marcando territorio. Así, Diego se acercó a los asientos y Simeone bajó hasta la primera fila para abrazas al técnico campeón de LaLiga. Un abrazo que en la parroquia rojiblanca se esperaba el pasado mayo en Pucela, pero que no se pudo dar. Y es que Carlos Simeone, a quien en la aduana del aeropuerto de Madrid siempre paraban con muchísima curiosidad al ver su apellido por si sería el padre de la criatura, no pudo viajar por su delicado estado de salud.

Me enseñaron valores, respeto, orden, todo lo que me ha ayudado en la vida”, contaba Diego Pablo para resaltar la figura de sus padres. Carlos fue su primer entrenador y su primer fan. Lo fue hasta los últimos días. Era Carlos quien le llevaba a los partidos de fútbol con siete y ocho años cuando alternaba en dos clubes distintos. También quien le hizo subir de categoría aquel día que, con solo 14 años, Carlos le llevó a jugar con el equipo de sus amigos de su edad porque les faltaba uno para completar el picado. Abonado vitalicio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA), Carlos Simeone siempre fue un hombre de fútbol. Jugaba de cinco y hasta hace muy pocos años seguía jugando partiditos con Los Alpes (apodo que se le da al equipo de veteranos de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires), aunque esas labores de jugador se fueron tornando en las de entrenador con el paso del tiempo. “Nuestra estrategia es hacer un gol y luego defender todos”, definía a su equipo.

A quien nunca dejó de dirigir fue a su hijo. Incluso de profesional, le silbaba desde la grada. “Primero lo hacía para que supiera dónde estábamos sentados, pero luego también para que supiera que había algo que estaba haciendo que no me gustaba”.

El 23 de febrero de 2000 acabó esa dinámica. Jugaba Argentina contra Inglaterra un amistoso en Wembley ante 74.008 espectadores y Carlos Simeone presumía ante amigos de que su hijo le oía siempre que le silbaba, según contaba Bielsa, seleccionador albiceleste. En un momento del partido y tras el tercer o cuarto silbido, Simeone, que aquel día llevaba el brazalete de capitán y estaba más cerca de la banda para efectuar un saque lateral, se dio la vuelta, mirando a su padre, y terminó con aquellas directrices. “Insistí tanto que me mandó a paseo. Dejate de joder, me dijo”, contaba Carlos.

Diego Simeone ha sido la extensión o casi la evolución de Carlos Simeone. De él también heredó ese puntito supersticioso que tiene el argentino. “Cuando juega el Atleti, lo tengo que ver siempre solo, sin que nadie me hable o me pregunte. Enciendo la televisión y me siento siempre en la misma silla, además del revés”, aseguraba su padre, que también tiró una premonición que afecta directamente a la parroquia colchonera. “Diego ama a la selección, pero aún no hay que meterle prisa. Yo creo que le llegará entre los 50 y los 55 años”, decía hace unos años. Hoy, Diego Simeone tiene 51. “Mi padre me ha dicho muchas veces que a ver si agarro la selección pronto, que a él ya no le queda mucho para verlo”, revelaba en el documental de Amazon que se estrenó hace un par de meses.

El anecdotario de estos dos podría ser eterno. Cuando a Maradona le cayó la sanción por dopaje en 1991 fue Simeone el que heredó la camiseta número 10 por pedido expreso de Basile y con el beneplácito de Maradona, pese a tener solo 21 años y apenas una decena de presencias en la albiceleste. Esa camiseta, con la que Argentina se proclamó campeona de América en 1991, está en el museo particular de Carlos Simeone. Cuenta Diego Pablo que se la quitó nada más terminar la final y se la dio a su padre en la misma grada. Un ‘10’ que defendió durante dos años y con el que Argentina revalidó el título en 1993. Dos consecutivos después de 32 años sin ganarlo.

El jueves, Carlos Simeone falleció en una clínica de Buenos Aires. Diego Simeone fue a acompañarle en las últimas horas y darle el último adiós. Cuatro días antes, su nieto Giuliano, jugador del Atleti B, cuajó una de sus mejores actuaciones de la temporada marcando un doblete. El domingo, el filial quiso brindarle el honor de llevar el brazalete de capitán para honrar la memoria de su abuelo Carlos. El Atleti hizo ondear su bandera del Metropolitano a media asta en señal de luto.

Imagen de cabecera: Atlético de Madrid

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