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Atlético

Homogéneo

El debate de estilos se ha colado en nuestras mentes. Incesante, en bucle. Obstinado en hacernos elegir. Como si las diversas formas de ver el fútbol no fueran válidas. Persistente en querer convencer de que solo hay una auténtica verdad. Como si la estrategia no formara parte de este tinglado y que eso de la pelota no tuviera su complejidad. Que se lo cuenten al que le han plantado esas líneas defensivas con las que tropiezas una y otra vez, desgastando esa creatividad que no halla escapatoria. O al que le oprimen con una presión alta que le obliga a retrasar los talones, sin encontrar la manera de salir de allí. Perdiendo balones en campo propio y sudando la gota gorda en cada zona comprometida. Todo es válido, todo es fútbol. Aunque no te guste del mismo modo. Que no te la intenten colar.

Miramos a Simeone y Guardiola como dos piezas antagónicas, que a su misma vez resultan tan semejantes. En su diversidad se mezclan sus similitudes. Entusiastas de su zona técnica. El énfasis en la comisura de los labios. Gritos, aspavientos. Dos mentes inagotables. Un pensamiento perpetuo que baila al límite a agarrones, entre lo pasional y lo enfermizo. Unidos al discurso y la convicción. Fehacientes de su interpretación. De un ejercicio exhaustivo, innegociable y sacrificado. Vivirlo al límite, abrigo negro, y ¡a ver quién sale vivo de ésta!

Simeone tenía un plan: el suyo. Y le sirve para competirle al que, a priori, parece que haya exhibido mejor carta de presentación. Mismo vuelo, mismo hotel y mismo jugador en rueda de prensa en Manchester, tres semanas más tarde. Un ritual medido a la perfección. No toques lo que funciona y añade un puntito de superstición, por si la magia existe. Dentro de esa aparente inferioridad del juicio de los favoritos, el argentino desplegó sus cartas. No hace trampas, aunque se empecinen a decir que lo suyo sea menos digno. Es probable que no se hayan parado a pensar en todo el trabajo que le ha llevado preparar esta partida y escoger la mejor mano para meterle el freno al oponente. Discípulos del sacrificio. Rudo, obligado a mantener su fama. A ser ese equipo que se te puede atragantar en un cruce. Si alguien le hizo perder la claridad al City y hacerle más previsible, ese fue el Atleti. Más allá de si el planteamiento, y sin colmillo, fue menos atrevido, puso el partido dónde quiso. Casi le sale.

Sin embargo, Guardiola es paciente por naturaleza. Lo lleva escrito su juego, estoico. Estético y exuberante, gratificante y vistoso. Un conjunto disciplinado y dispuesto a fluir, siendo cómplice e inseparable del balón. Una ruta escrita con la posesión y el toque. Prudente y concentrado para no permitir el despliegue de las contras rojiblancas. En la conformidad de intentar construir una y otra vez, con la entereza y la esperanza de que la inventiva encuentre ese pasillo para no acallar al cuero y dejar que siga expresando. Y hacerlo sin caer en la desesperación. La única forma pasaba por encontrar una chispa que todo lo encendiera. El ingenio de Foden cambió el guion, desordenó los conceptos establecidos. Lo puso todo patas arriba, agitando todo argumento.

Diego Pablo Simeone y Pep Guardiola. Ambos reposan de agotadora escenificación, a sabiendas de que deben intentar leer cada paso del rival con excelencia para plantear cómo procede este espectáculo. Elegir atrezzo y protagonistas. El escenario ya está preparado y no es otro que el de una parroquia que atiende a los mandamientos del Cholo, dispuesto siempre a ser un infierno que incomode a los ángeles. Algunos dicen que la Champions la gana el mejor de Europa, otros creen que la vence el que mejor llega a las eliminatorias. Ambos saben que esto va más allá del Etihad. Conocen perfectamente que todo esto dura 180 minutos. En sus diferencias, la mismísima homogeneidad.

Imagen de cabecera: @ChampionsLeague

Editora en SpheraSports. Especialista en Scouting y análisis de juego por MBPSchool. Sport Social Media. Eventos Deportivos

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