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Die Mannschaft: el precio de la cuarta estrella

Se acaba el hito, el milagro, la persecución de un sueño de un país. Acaba aquí la carrera para la coronación de una nación, de una manera de ver y entender el fútbol. El punto y final a un plan premeditado, a una estrategia ganadora, al gen alemán, un éxito que se ha cocido en el horno a fuego lento, saboreando cada pequeño paso hacia delante. Mimando los detalles y redondeando con mimo la escultura que se presenta en forma de Copa del mundo.

Todo se puede resumir en una imagen. En un simple momento. 23 jugadores de fútbol, recién coronados como los mejores que hay sobre el planeta, se sientan, se rinden y contemplan la grada que chilla y grita sus nombres. Una hinchada que siente como sus soldados han vuelto de la batalla con la sonrisa en los labios y alguno con una herida que sangrará y constatará la frase aquella que dice: “nos costó sudor, sangre y lágrimas”. Ahí justo en ese momento. En ese sentimiento de unión, de cohesión, se nota la idiosincrasia del pueblo germano. Esa perfección y esa efectividad que han criado desde la cuna para llegar a tocar el cielo.

 

La Deutscher Fussball-Bund ha llegado al firmamento para recoger por sí misma la cuarta estrella para su pecho, y lo ha hecho a base de construir los escalones ella solita. En un modelo del que pueden estar orgullosos.

Las canteras alemanas proporcionan a sus clubs la mayoría de sus jugadores, se buscan a los niños, se les quiere, se les mima, se les hace soñar y los mejores prosperan en un proceso dónde imperia el carácter alemán, la autodeterminación, la competitividad y el espíritu de equipo. Trabajar desde categorías inferiores para obtener a los mejores futbolistas, para incrementar el rendimiento, un modelo que la Bundesliga implementó en el 2007 y que da sus números ahora en 2014: sólo el 30% de los jugadores que han ido a Brasil con Alemania no juegan en la Bundesliga. El modelo alemán está dando sus frutos.

Pero la idea alemana del fútbol va mucho más allá de la simple formación de los jugadores. El fútbol alemán se pensó, se creó y se movió por su aficionado, por ese padre de familia que va los domingos al bar, por ese niño que juega en la calle fingiendo ser Lahm, Schweinsteiger o ahora Götze, por esa chica adolescente que se muere de ganas de encontrar un hombre tan futbolero como ella, por esos abuelos que les pagan la primera cuota de socio a sus nietos. El futbol alemán se vive a través de los aficionados. Las entradas tienen precios más que asequibles, los clubs hacen entrenos a puerta abierta para que los admiradores se congreguen a ver como sudan sus estrellas. Las Súdkurves, Nordkurves y tribunas “sin asiento” se llevan el protagonismo y rara es la vez que al acabar un partido un equipo no se postra ante sus fans y celebran o piden perdón justo delante del espectador. La unidad es clave.

Y la unidad venció, Alemania ha ganado como equipo, controlando sus egos, sabiendo cómo ganar y perder. En 2010 muchas tensiones crecieron en el equipo de Löw y se alejaron unos de otros. Esta vez la DFB ha arreglado el único error que le quedaba: el espíritu de equipo. Campo Bahía ha sido la solución perfecta, construido para fomentar la complicidad, no había momento del día en el cual nadie pudiese evitar a nadie, compartían espacios pequeños en los cuales todos tienen que colaborar, fomentando los lazos que no existían y fortaleciendo los que ya habían. Así podíamos encontrar “compartiendo piso” al bávaro Schweinsteiger con el ultra del Dortmund, Großkreutz. Ha sido una de las claves para que los germanos trabajaran todos a una, bajo un mismo objetivo: la consecución del título. Trabajar para una máxima, sin apartar la vista de la meta, empujando todos, daba igual si Löw sentaba en el banquillo a Gótze, o si Schweinsteiger perdía en favor de Khedira en los primeros partidos, o si Schürrle ha resultado ser el comodín más usado por Alemania en este mundial. Todo eso les daba igual. La selección alemana ha hecho gala a su apoyo “Die Mannschaft”. Ha sido sin duda “ÉL equipo” y eso es lo que ha primado por encima de todo. Klose lo bromeaba en rueda de prensa “seguiré arrastrando mi cadáver mientras este dé de sí”, el mismo hombre que pedía presión incansablemente en un partido de seminal en el que el National Elf ya iba ganando por cinco arriba. Esa es la esencia de los alemanes.

Alemania tiene una mentalidad, la mentalidad cuadrada, de efectividad. “Presiona arriba, sigue luchando, aún no hemos llegado, hay que seguir, hay que ganar, otro paso, otra gota de sudor”, parecía pensar Lahm incansablemente en la banda derecha del estadio de Maracaná. “No hagamos florituras, no tenemos por qué hacerlas, tenemos que hacerlo, porque es mi trabajo, es mi deber como alemán ganar” podía leerse en el gesto de Müller que bien es conocido por su poca elegancia a la hora de jugar y por su gran efectividad. Es las bases de un futbol que perdurará –si dios quiere-, los cimientos de algo más grande que una individualidad, las directrices en las que la DFB ha construido historia y con pie firma avanza hacia la posteridad. Pues no tenemos que olvidar que en el cuadro mundialista teutón hay hombres como Götze, Ginter, Kramer o Durm, que se consagran sin llegar a los 25 años de edad y que por tanto pueden continuar los testigos de los Klose, Schweinsteiger y Lahm que ven más cerca el final unas de las carreras más brillantes de la historia del fútbol alemán. Alemania rejuveneció a tiempo, conservando su espíritu, su gen, su forma de entender la vida, avanzando poco a poco, estando ahí, agazapados esperando al momento perfecto para cuajar todo lo que pusieron en marcha Lów y los suyos en 2006 al coger el relevo de Klinsmann.

La moraleja germana podría resumirse cómo: enseñémosle al mundo que trabajando como un equipo puede, que nuestro equipo puede, mostremos al mundo lo que un alemán es capaz de hacer, que vean como nosotros hemos construido nuestra propia estrella, o como le dijo Löw a Mario Götze, un joven de sólo 22 años de edad, formado bajo los brazos y la mirada de Jürgen Klopp: “muéstrale al mundo que eres mejor que Messi.”

Dortmund / Barcelona, 1992. CM de @BayernSphera. Trabajando en el Deutsches Fußballmuseum en Dortmund. "El fútbol es un juego simple: 22 hombres persiguen un balón durante 90 minutos, y al final los alemanes ganan."

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