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Dani Ceballos en la mirilla

En apenas tres meses de
competición, Dani Ceballos ya ha jugado tantos minutos en el Real Madrid como
los que disputó durante toda la temporada pasada al completo y, en el camino de
la acumulación de ese merecido mayor peso en el conjunto blanco, ha debutado
con la selección española absoluta y se ha convertido, con solamente tres
partidos, en uno de los nombres que ya parecen incondicionales para Luis
Enrique dentro de su renovación nominal y estilística y de su inyección de aire
fresco. Mucho se criticó el curso anterior la decisión del utrerano de no
querer salir cedido de vuelta al Betis y de permanecer en el club del Santiago
Bernabéu aun cuando, tras la primera parte de la campaña, ya había comprobado
que con Zidane su participación iba a ser meramente testimonial. Sin embargo,
sin esa resiliencia, sin esa confianza desbordante en las posibilidades de su
fútbol, sin esa espera, quizá no hubiese estado en disposición todavía de dar ese
nuevo salto adelante en su carrera y en su dimensión que está llevando a cabo
ahora de una forma tan abrupta con respecto a su estatus reciente. “Su debut
con la absoluta está al alcance de muy pocos jugadores. Es un futbolista
especial, diferente, de los que no hay muchos en el fútbol”,
afirmó Luis
Enrique tras su estreno ante Croacia.

Evitar escenas absurdas,
derivadas de piques o de exageraciones innecesarias, y dejar de lado un toque
de menos, especialmente de tres cuartos de cancha en adelante, eran dos de las
circunstancias más palpables que Dani Ceballos tenía que abandonar para
consolidarse en la élite y parece que la segunda de ellas, pese a su intrínseca
hiperactividad cuando está el balón de por medio, ya la ha pulido con mimo y
sin perder un ápice de esa tremenda naturalidad en la circulación fluida de la
pelota y de ese desparpajo y despliegue asombrosos que lo definen como
futbolista. Las actuales dudas, por llamarlas de algún modo, en el Real Madrid
y en la selección ya no residen en si el centrocampista andaluz tiene lo que
hay que tener para brillar en la cumbre de la exigencia, sino qué posición es
la ideal tanto para los sistemas de Lopetegui y de Luis Enrique como para su
futuro como centrocampista. Y, en parte, debería plantearse la cuestión al
revés con un futbolista cuyo porcentaje de acierto de pase en La Liga es
superior al de Toni Kroos y que es el segundo jugador, después de Marcelo, que
más pases que preceden a un disparo realiza por partido de todo el equipo
blanco en lo que llevamos de competición doméstica.

Debería ser el sistema el que, en
este momento de su carrera de pura frescura e intensidad física abrumadora, se
pregunte cómo asimilar de la mejor forma posible su manera actual de entender
el fútbol, siendo consciente de que no es un organizador para ejercer en la
base de la jugada, ni tampoco un hombre de último tercio, enfocado al último
pase o a pisar área asiduamente, porque si de algo carece Ceballos es de una
capacidad de producción directa que influya sobre el marcador. Es un creador de
juego, no de ocasiones, ni tampoco un gestor. Al menos no todavía. Él influye
sobre el partido con su mezcla de conducciones, pases profundos, asociaciones
varias, tirando paredes, acercándose y alejándose del pico del área, arrimándose
a la media luna, juntándose con el bueno, acompañando a un extremo contiguo que
busque el arco, bajando a recibir para situar por sí mismo al bloque en campo
contrario, siendo el mejor socio para un lateral largo… Es decir, haciendo
muchas cosas para todos y sobre todo para uno, el equipo. Su ratio de acción
es, precisamente, la zona que va desde el círculo central hasta los últimos
veinte metros de la jugada y sus movimientos predilectos, con uno de los
carriles como guía para no generar demasiado desorden –hasta el momento,
preferentemente el izquierdo-, son todos los posibles en ese espacio, yendo y
viniendo, compensando con su dinamismo punzante y su finura agresiva las
eventuales descompensaciones de su falta de poso posicional, llenando todo de fútbol
a su paso y sin perder jamás de vista la referencia del balón y del compañero,
permitiendo así una continuidad tremenda en los ataques de su equipo.

Dani Ceballos ya estaba preparado
el año pasado y, además, estaba preparado donde quería estarlo. En la más
absoluta élite. Esperando su momento. Y su momento es ahora. Él lo sabe y lo
transmite en cada partido. Ha nacido para jugar durante toda su carrera rodeado
de los mejores, a su lado y enfrente. Su combinación de talento bestial, con un
gen competitivo bestial y una ambición de triunfar en los más grandes
escenarios también bestial siempre termina imponiéndose y ya ha empezado a
hacerlo en el más alto nivel. No ha tenido ni que llamar a la puerta. Todos
saben que ya está ahí, encima del felpudo, donde ya se ha borrado casi la
palabra bienvenido, esperando a que le den las llaves de la vivienda, la
oportunidad, aunque sea progresiva, de asentarse como un asiduo titular en un
aspirante permanente a la Champions League y en una selección favorita en cada
torneo en el que participe. Y si alguien decide no abrirle e invitarle a pasar,
él mismo acabará derribándola a base de la tremenda personalidad futbolística
que se crece incluso cuando vienen mal dadas, como dejó patente ante Inglaterra
haciéndose el eje del intento de remontada de España y como lleva demostrando
desde que debutase en el Betis con el 46 a la espalda en Segunda División. Es
el dueño del escenario que pise y eso, a veces, choca hasta a sus propios
compañeros, sean quienes sean, cuando levantan la cabeza y ahí está él,
reclamándoles que le entreguen el balón, siempre llamando al timbre con
insistencia. Con la insistencia del que sabe al cien por cien que, tarde un
poco más o un poco menos, acabará entrando donde le pertenece estar. Del otro lado
de la mirilla.

Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero

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