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¡Dale, karajo!

Hay pocos lugares en el mundo del deporte más míticos que San Mamés, el estadio que alberga a Los Leones del Athletic de Bilbao. En una época donde los clubes de fútbol son emblemas de la globalización, el Athletic rescata el fútbol de barrio usando solo futbolistas vascos o con arraigo en la zona.

En el verano de 2011 llegó a Bilbao un argentino, el “Loco” le mientan, aunque su nombre sea Marcelo Bielsa, nacido en 1955 en Rosario y que solía dejar feligreses por donde pasaba. La historia no sería diferente en este caso.

Como en todas estas gestas está el hombre joven, incluso un poco apuesto, que se juega sus cartas. Tras ganar la presidencia del club en el que, no por casualidad, jugó durante toda su carrera como futbolista, Josu Urrutia decide entregar su destino al particular Marcelo.

Bielsa creó un equipo que jugaba sin descanso, ni para ellos ni para los rivales, como si cuando entraban al campo le dieran play a esa joya con la que debutaron los Arctic Monkeys, el Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not, porque seguramente así como “los monos” lo dejaban claro en el nombre de su disco aunque le llamen “Loco”, Bielsa es un tipo muy cuerdo.

A un ritmo frenético el Athletic iba dejando rivales en el camino, aunque su historia lo marque como un grande, su presente y pasado reciente le recuerda que no puede pelear con aquellos que quieren títulos, sin embargo se las arregló para llegar a dos finales. Con un destino trágico, perdiendo ambas.

Sin embargo, como ganar es un accidente, este equipo decidió ser eterno porque intentó vencer bajo sus propias reglas, por ello hoy estamos aquí recordándolos a ellos y no a aquellos que los derrotaron, igualmente grandes, pero sin una historia tan emocionante.

Un año después como esas hermosas y frenéticas historias de amor todo terminó. Bielsa tomó sus cosas y marchó a Marsella, otro destino con características similares, mientras San Mamés sigue ahí viendo epopeyas, pero añorando ese amor que le hizo sentir aquel que gritaba: “Dale, karajo” y observaba a su banda entonar con el balón una melodía que podría haber sido concebida en Sheffield por esos monos, por aquel entonces, aún frenéticos.

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