Todas las previas de estos partidos son lo mismo: se dice que es un envite menor. Hasta que suena el silbato del árbitro. A partir de ahí, Croacia y Marruecos batallaron por conseguir la medalla de bronce con un coraje que no entiende el discurso inicial. De hecho, solo hay que ver las celebraciones de los europeos tras su victoria ante los marroquíes. Irse con una victoria parece imperativo.
El fútbol nos quiso hacer entender que íbamos a ver un gran choque desde su arranque. Dos goles en los primeros diez minutos no son moco de pavo. Abrió la veda el escandaloso Joško Gvardiol, un central del que se hablará en la próxima década. Juega, corre, es contundente y es especial con el cuero. Olvidaos de la mítica carrera de Messi de las semifinales: él es un elegido.
Poco tardaron los marroquíes en igualar. Los de Regragui, que vive este deporte de la misma manera que canta el himno, aprovecharon una indecisión en la zaga de los de Zlatko Dalic para demostrar que no estaban de vacaciones. El balompié africano, seguro, apoyaba a los leones del atlas.
Sin embargo, los grandes campeonatos siempre tienen reservado un lugar para los actores secundarios. Mislav Oršić no ha sido titular en Croacia y su reivindicación ya es historia de su país. Aprovechó un mínimo resquicio para colocar el balón al palo largo. No llegó Bono, probablemente el mejor guardameta de estas últimas semanas. Croacia volvía a disfrutar.
En el segundo acto, los africanos dejaron su papel más conservador en pos de jugar la prórroga. Lo intentaron Youssef En-Nesyri y Ziyech, pero no acertaron. Ocurriera lo que ocurriera, tenían asegurado el mejor papel de la historia del balompié africano. Los croatas, ganadores por naturaleza, han terminado entre los tres mejores en 3 de los 6 Mundiales disputados. Es probable que Luka Modric, leyenda, no vuelva a jugar en estas lides: “Puede que sea mi último Mundial, pero no puedo decir nada. Vamos a ver qué pasa en el futuro, pero por lo menos quiero seguir hasta la Nations League”. Maestro.
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