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Fútbol sudamericano

Condenados a perder

¿Qué haces si el destino ya está escrito? ¿Si no hay nada que puedas hacer para evitarlo? En el caso de Uruguay, no hay ninguna duda. El corazón celeste late más fuerte que el de ningún otro ser humano, y crece cuanto mayor es la adversidad a la que se enfrenta. Rodeado de infortunios, obstáculos y hostilidades, la selección charrúa se propuso cambiar su sino, costara lo que costara.

Porque al descanso del México-Uruguay correspondiente a la primera jornada de la Copa América Centenario, nadie salvo Tabárez y compañía creyeron en una remontada celeste. La lista de razones empezaba con Luis Suárez, bota de oro con 40 goles, en el banquillo, incapaz de salir al campo por una lesión inoportunísima. Pisaron los uruguayos el césped del Estadio de la Universidad de Phoenix y se vio rodeado de miles y miles de aficionados de verde, como si el Azteca se hubiera trasladado al completo. No había empezado el encuentro y México ya era espoleado por una impresionante marea y por el mismísimo Ronaldinho Gaucho. Uruguay, sin Luis Suárez.

 

Si hay algo que hace más fuerte a un equipo como el uruguayo es escuchar el himno antes del pitido inicial. No hay nada más reconfortante que luchar por ese himno y por ese emblema que representa a tu país. Pero las caras de Godín, Giménez, Arévalo Ríos y compañía se volvieron mustias cuando escucharon una melodía muy diferente a la que habrían querido escuchar: ¡Era el himno de Chile!

 

Sí, Uruguay empezó el partido sin Suárez, sin afición y sin himno. También sin esa garra que le caracteriza y que provocó 45 minutos de angustia al tiempo que México jugaba a su máximo placer. No había transcurrido ni cuatro minutos cuando un certero centro desde la izquierda lo remató Álvaro Pereira en su propia portería. Si lo de Uruguay en este partido era un cúmulo de desgracias, el mayor protagonista no podía ser otro. ‘Palito’, en menos de medio año ha sufrido una larga sanción en Argentina, una lesión que le tuvo meses en el dique seco, un descenso con el Getafe (y fue expulsado en su debut) y ahora un autogol a los cuatro minutos de arrancar en Copa América.

 

Así que Uruguay empezó el partido sin Suárez, sin afición, sin himno y con el marcador en contra por un gol en propia. Solo faltaba una expulsión, la de Matías Vecino, que llegó al filo del descanso. En el momento perfecto para hundirse y querer irse corriendo a casa. No fue así, porque Uruguay no entiende de enterrar la cabeza ni de esconderse. Se trago todos los infortunios como si fuera un coladero y se levantó con una furia impropia, sacando fuerza de flaqueza de donde no parece que haya nada. No solo se comió a México en la segunda parte jugando con uno menos y en terreno hostil: logró empatar en el 74′ con un cabezazo de Godín -máximo representante de Simeone en el Atlético y de toda Uruguay en su selección- en la misma falta donde fue expulsado Guardado. 10 vs 10 y los celestes eran más que superiores.

 

Pero el destino estaba escrito. Rafa Márquez (37 años) marcaría el 2-1 minutos después, y Herrera pondría la guinda en un contraataque. El partido lo perdió Uruguay, pero lo ganó en su interior. Lo ganó para el resto de los mortales, conscientes de que era imposible ganar y aun así lo intentaron. Jugando como lo hicieron en esos 45 minutos, levantar la Copa América no es tan utópico.

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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