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Complicarse

¿Quién puede odiar a Carlo Ancelotti? Algún insensato habrá porque hay gente para todo: si hasta hay personas que ven las series a doble velocidad para tachar de su lista una obra de arte para ver otra con celeridad. Qué barbaridad. El caso es que el italiano, tras su despido por parte de uno de los mayores megalómanos del balompié italiano y mundial, Aurelio De Laurentiis, podría haber recorrido el carril de los placeres insondables que nos regala la vida. Ya lo ha ganado todo, ¿no? ¿Qué más queréis? Tenía un sinfín de opciones, pero optó por fichar rápidamente por una de las entidades más ciclotímicas de Europa. Se complicó.

El de Reggiolo tiene un problema: es el hombre más preparado del Everton. Nadie ha ganado más, nadie es más respetado y, seguramente, nadie sabrá más. Ya lo decía el propio Enrique Ballester: “En esta vida tienen que esperar poco de ti”. Como el ex del Milan, entre otros, es tan bueno ya nadie se espera que te gane el Aston Villa en tu campo. Por ello, uno entra en los comentarios de las redes sociales de la entidad para ver monólogos más jocosos que las peroratas de Peter Griffin. “Prefiero a David Moyes”, dicen algunos. Ay.

¿Qué hubiera sido de los toffees sin él? Es imposible de adivinar. Lo que está claro es que futbolistas como Allan o James no hubieran aterrizado en Goodison Park. El otro día, pese a las ignominias de los últimos meses, bromeaba con renovar su contrato más allá de 2024 para ver el nuevo estadio. Aunque a veces, leyendo según qué cosas, quizás los seguidores echen de menos esos tiempos en los que el propietario levantaba el teléfono, al más puro estilo Moe Szyslak, para preguntar por el señor Mis Partes. Por aquellos maravillosos años en los que quedar en media tabla gastando sin cesar era lo normal. Qué maravilla la magdalena de Proust.

Ancelotti podría haber hecho lo que quisiera: ahora, por ejemplo, estaría perfeccionando su pasta carbonara para agasajar a su nuera. Incluso, por qué no, podría ser ese señor que necesita que su piscina esté impoluta aunque no se bañe nunca; quitando mosquitos mientras echa cloro. Y, por supuesto, en esta amalgama de condicionales, podría haberse convertido en una especie de Bora Milutinović de los banquillos, con mucho más caché, y entrenar a grandes selecciones. Sin embargo, ha decidido revitalizar un proyecto que lleva muchos años con el “casi” en la boca; repleto de traumas perdidos en el tiempo. Todavía hay algún insensato que cree que igual no debería haberse complicado tanto. No lo dijo Paulo Coelho, pero es impepinable: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”.

Imagen de cabecera: Imago

Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.

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