A un solo día del comienzo de la Premier League, la noticia se confirmaba. Llevaba años barruntándose, había existido acercamientos varios, oportunidades diversas y aproximaciones mutuas que nunca habían llegado a buen puerto, pero al fin era una realidad: Andy Carroll vuelve al Newcastle. Casi nueve años después, el hijo pródigo regresaba a casa. ¿Los sentimientos? Encontrados ¿Las reacciones? Entre dos aguas.
Porque de su salida, Andy Carroll siempre quedó como el
villano de una película que él pensaba iba a ser una comedia romántica y
acabaría en una obra de terror. Porque corría entonces enero de 2011, el
Newcastle caminaba con paso firme en su vuelta a la Premier League tras el buen
inicio goleador de su delantero estrella, en boca de todos porque a sus 21
años estaba aterrorizando Inglaterra con sus particulares cualidades, sobre
todo en el fútbol aéreo. Era el delantero del momento.
Once goles y siete asistencias en apenas 20 partidos.
Venía de vacunar en el último mes a Liverpool, Manchester City, Chelsea y
Arsenal, entre otros, cuando tocó a la puerta de los dueños del Newcastle para
renovar su contrato. “Llegué allí para firmar mi extensión de contrato y
me fui como jugador del Liverpool. No me quería ir, pero me obligaron”,
diría el futbolista años después. La directiva del Newcastle le forzó a pedir
el Transfer Request para cubrirse las espaldas de posibles represalias,
y Carroll, ídolo de la grada, quedó como el auténtico malo malísimo de la
historia. Los 41 millones de euros que había abonado el Liverpool
fueron un caramelo que Mike Ashley no pudo dejar pasar.
Muy pocos conocen la segunda parte de la historia, la real, e
hicieron la cruz a ese delantero que era tan del Newcastle como ellos, cuyo
retorno se aceptó a regañadientes en la hinchada del Toon. “Viene un
jugador ya retirado”, “No es necesario que venga”, “Se lesiona cada semana”
y todo tipo de lindezas empapaban las redes sociales, pero cuando a Carroll,
eterno 9 del Newcastle, se le presentó la oportunidad de redebutar en su casa, solo
se oyeron aplausos.
Nacido en Gateshead, barrio a pocos kilómetros del centro
histórico de la ciudad, Andy Carroll siempre fue un Geordie,
nombre que reciben los nacidos en el Toon, que es como ellos escriben
y pronuncian Town. Y es que Newcastle, con sus cosas, es una región
muy particular. Desde su acento, que más que acento es un dialecto
propio casi ininteligible para el resto de los angloparlantes, hasta su
sentido de pertenencia. Once a Geordie, Always a Geordie.
La historia de Andy Carroll se narra de manera inconsciente
en la canción que, sin ser el himno oficial del club, suena por megafonía
antes de cada partido. Esta trata de un chico, nacido en la ciudad, que se
tiene que ir a Londres para buscar un trabajo. Que no lo encuentra, que no le
sale bien, pero que decide quedarse hasta que el Toon vuelve a llamarle. I’am
coming home Newcastle dice el estribillo de una melodía compuesta por
Ronnie Lambert, un cantautor local famoso por tocar en los pubs famosos del
lugar. Y Carroll, que tonto no es, aprovechó que su fichaje por el equipo de su
vida le había revitalizado para presentarse con esa misma canción, esa que
tarareaba de niño cuando era recogepelotas del club y que también sonó el día
de su debut en el primer equipo, allá por 2007, dos semanas después de cumplir
la mayoría de edad.
Porque Carroll, nulo en las redes sociales hasta la fecha,
reactivó sus cuentas de Twitter e Instagram, queriendo enseñarle al mundo
entero que estaba como un niño con zapatos nuevos volviendo a casa. Y quiere la
casualidad, el destino o simplemente el karma, que Carroll no haya vuelto a St.
James Park a pintar la mona. Que sus problemas de lesiones existen, que es algo
de lo que difícilmente se va a recuperar ya en la fase final de su carrera,
pero que la unión en sus caminos ha retroalimentado a las dos partes.
Porque en las últimas semanas Carroll ha vuelto a jugar
como en sus mejores días, más lento, más temeroso, menos incisivo, pero más
inteligente. Y ante las ausencias de Lascelles, Ritchie y Shelvey, todos ellos
lesionados, no dudó Steve Bruce en darle el brazalete de capitán este
fin de semana en el partido ante el Burnley por encima incluso de Paul
Dummett, que lleva 19 años en la entidad. Carroll, que nunca fue capitán en
su primera etapa, ha necesitado solo unos meses para serlo en la segunda,
cuando nadie daba ya un duro por él.
Y no se entrará aquí en demasiadas valoraciones futbolísticas
sobre el jugador. Carroll, que una vez llegó a debutar como ariete de
Inglaterra, tenía todas las condiciones del mundo para triunfar en Premier
League durante toda la década, pero le pesaron muchas cosas. Primero, un precio
exagerado para lo demostrado; segundo, un destino nada acorde al estilo del
club, pues el Liverpool no ha sido nunca de jugar con un tanque arriba;
tercero, las lesiones; y cuarto, y no menos importante, su gusto por la
cerveza, por una buena noche de alcohol y por más de un altercado fruto de
una madurez tardía.
Y es precisamente esa, otra de las cosas que dice ese
himno del Newcastle. Que uno de los motivos por los que vuelve a casa ese
hombre, además de por echar de menos la ciudad, de no ser capaz de habituarse a
la vida londinense, es porque echa de menos tomarse una buena Brown Ale,
la cerveza mundialmente conocida fabricada en Newcastle. Su papel trasciende a
lo futbolístico. Es ese familiar con el que llevas tanto sin hablar al que
rechazas por fuera, pero por dentro añoras. Entre sus funciones, la de devolver
todo a la comunidad, la de guiar a otros dos canteranos de la ciudad como los
hermanos Longstaff, que son el futuro de la entidad.
De momento, Carroll no ha marcado. Su papel está siendo
secundario, jugando como suplente de Joelinton, fichaje más caro de la
historia del club. Apenas suma 300 minutos desde su retorno, pero la
semana pasada fue crucial en las dos victorias del equipo, asistiendo en
los dos tantos que dejaron los puntos en el casillero de las urracas. Y en tan
poco tiempo, una afición que le era reacia ya ha abierto las vías oportunas
para pedirle a Joelinton, que hoy porta el dorsal 9, le ceda la camiseta a
Carroll en un futuro cercano. Porque el 9 en Newcastle, es una camiseta
sumamente especial. Es la de Malcolm MacDonald, es la de Jackie Milburn y es la
de Alan Shearer. Y una afición tan particular como la Army Toon
ya sabe que Carroll siempre será uno de los suyos.