Chile: sueño, batalla y orgullo

Alejandro CENTELLAS – Decía Di Stéfano que los goles no se merecen, los goles se meten. A Chile la faltó la segunda parte, la esencia del fútbol que no se puede medir pero que es fundamental: la estrella. Lo mereció, lo peleó, murió por la causa pero naufragó en la pura irracionalidad del fútbol. Vidal se destrozó físicamente, agotó la batería justa con la que salió desde el inicio, y Medel se retiró exhausto, después de competir con pasión, convicción y corazón. Alexis presionó en el minuto 91 del partido, cuando los músculos y el corazón entran en una disputa de razones por las que seguir o desfallecer. Chile se ganó el reconocimiento del mundo entero, puso contra las cuerdas al anfitrión, le hizo temblar como Pinilla hizo con el larguero, y a punto estuvo de tatuarse la palabra “historia” en las pieles artísticas de los chilenos.

Chile jugó a medio gas contra Australia y ganó, subió el ritmo contra España y consiguió la victoria, contra Holanda se dejó llevar con la clasificación en la mano y ante Brasil, en el dulce de todo el cuadro de octavos, dio una demostración de entrega. Los sueños se pueden disfrutar mientras suceden o se puede ir a por ellos para continuar en la nube. Chile ha ido quemando etapas hasta plantarse en octavos, hasta empalidecer a su rival, a la gran favorita, con el infortunio de un milímetro más, un milímetro menos de aquel disparo de aquel Pinilla que pudo cambiar la historia. Luego, los penaltis, defectuosos, no por falta de calidad ni precisión sino por falta de pulmón, de conexión neuronal necesaria para colocar el balón donde se quiere. En el partido de los resultados, ganó Brasil; en el de los merecimientos, lo hizo Chile. La normativa solo contempla la primera, por lo que la canarinha se va a los cuartos mientras Chile, caberza erguida y orgullo intacto, derramó las lágrimas del esfuerzo sin recompensa. Eso, la cara alegre y la cara amarga, es el fútbol.

El mundo ha visto el desgaste de un equipo compacto, que muerde en la cancha y se proyecta a los paseos sin rumbo de su técnico Sampaoli. Perder así, es ganar un poco, pensarán muchos. No son los futbolistas más altos, ni más técnicos, ni más elegantes pero su fiereza la tienen grabada a fuego en la mente. En la fase de grupos mereció el pase por méritos propios, por engrasar una máquina que se ha ido poniendo a punto con el paso del tiempo. Al final, la máquina falló en el momento final, cuando todo se decide y se quemó. En el fin del camino de Chile hubo lágrimas sobre el campo; Brasil lloraba por conseguir el pase a cuartos mientras se abrazaba a Chile por una competición en el campo que sabe a batalla histórica; Chile lloraba porque sus músculos debían liberar tensión después de una lucha incesante. Todos, al final, se fueron con orgullo torero.

En la previa ya hablamos de que una sorpresa chilena podría hacer tambalear a Brasil, al equipo y al país, y estuvo a escasos minutos de firmar el “Mineirazo”. Llevó a los brasileños hasta la tanda de penaltis, hasta el último truco del trilero para derribar a Brasil. Chile desafío a la lógica y a los favoritismos, y nos dejó en la retina algo más importante que una victoria, el mensaje de que luchar y morir por una idea es el camino para ganar en la victoria y ganar el derrota. En la fase de grupos y en el final del sendero en el partido de hoy, Chile tiene tatuada la palabra orgullo en el pecho rojo de los guerreros chilenos.

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