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A César lo que es del César

El 16 de diciembre de 2012 el Chelsea perdía en Yokohama la final del Mundial de Clubes ante el Corinthians de Tite. Aquel conjunto brasileño lo lideraban Ralf, Paulinho y el peruano Paolo Guerrero. Fue la última vez que un equipo sudamericano logró pasar por encima de un club europeo en esta derivada moderna y distópica de lo que un día fue la gran Copa Intercontinental.

No estaría de más volver al formato original: el Campeón de Europa contra el Campeón de América, pegándose, mentándose a la madre en la previa y clavándose alfileres en los córners a ida y vuelta. Menos dinero para FIFA pero más emoción para el espectador. No se hará, descuiden. La FIFA lo argumentará con que hay que dejar soñar a los campeones de las otras confederaciones. La única verdad es que este formato del Mundial de Clubes gusta poco, divierte menos y deja mucho dinero a Infantino y su séquito. ‘The show must go on‘ te dirán los ‘señoros’ de Zürich, aunque el show no sea tal.

En aquel Chelsea entrenado por Rafa Benítez, militaban Frank Lampard, Petr Cech, Ashley Cole, Fernando Torres, Eden Hazard y Juan Mata entre otros. No estaba Didier Drogba, killer de ébano que tras ganar desnudo al Bayern la final de la Champions 2012 en Múnich, decidió poner fin a su etapa blue y emigrar a China. El que sí estuvo y jugó unos minutos en aquella final de Yokohama fue un defensa de 23 años nacido en la periferia de Pamplona, formado en Tajonar (cantera de Osasuna) y que hacía unos meses había llegado procedente del Olympique de Marsella donde había rendido a buen nivel. César Azpilicueta. En aquel momento un español más que llegaba a la Premier.

Ese chico mutó en hombre y el hombre en capitán. Ayer, César Azpilicueta levantó el título del Mundial de Clubes para el Chelsea después que los londinenses ganaran 2-1 a Palmeiras, para sonrisa y disfrute de un Roman Abramovich, que unos años y muchos millones más tarde, por fin ha logrado lo que vino a buscar: el cetro europeo primero, la gloria mundial después.

César Azpilicueta no ha llegado a ser capitán del Chelsea por gritar mucho, ni por ser un reclamo para el marketing, ni siquiera por ser uno de los cinco mejores defensas de su Liga. No posturea y se prodiga lo justo en redes. César Azpilicueta es el capitán porque lleva una década en uno de los vestuarios más complicados del planeta remando, trabajando, cortando pases, bregando con delanteros más fuertes que él y viviendo cada córner -a favor o en contra- como si le fuera la vida en ello. Siempre sudando y bajando al fango cuando se requiere, siempre con la cabeza arriba y sin dar problemas. No recrimina el error del compañero. Lo asume como propio. El capitán ideal es eso, créanme. Entrar como becario imberbe y acabar como patriarca, y además siendo extranjero. Solo la profesionalidad, el esfuerzo, una excepcional lectura del juego y el ser buena persona te pueden conducir a eso, al menos en Inglaterra.

A sus 32 años, aquel joven navarro que muchos pensaban que sería carne de cañón en la dura y exigente Premier League, es el capitán del mejor equipo del mundo. Al menos hasta junio. Y es que en menos de cuatro meses es muy probable que el Chelsea no renueve la corona continental, y es más probable aún que César Azpilicueta cambie de aires. Debe pensar el navarro, y con razón, que si tienes que dejar un equipo, es mejor hacerlo en la cima y tras 10 años de abnegado servicio, ejemplo y militancia. Con dos Premier League, una FA Cup, una League Cup, dos Europa Leagues, una UEFA Super Cup, una Champions League y un Mundial de Clubes en tu espalda no hay mucho que demostrar ya. Al César lo que es del César. Top of the world.



Papá de Miranda. Orgulloso hijo de gallego y asturiana. Dejé 13 años como abogado por fundar y dirigir Sphera Sports, con lo que ello supone. Asumo las consecuencias. Hice 'mili' en Pisa y en Bristol. Me gustan las orcas, los países escandinavos y un gol en el 90'.

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