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Carta abierta a Abelardo

A pesar de todo, hay personas que demuestran que el fútbol aún sigue siendo un sentimiento. Hay personas en este mundo que aseguran que el amor por los colores es mucho más importante que el dinero. Y ese, señoras y señores, es él, Abelardo Fernández.

Jugador del Real Sporting de Gijón desde niño, hasta convertirse en un grande de la mano del Fútbol Club Barcelona. Pero, si en el terreno de juego se hizo con el corazón de la mayoría de aficionados al fútbol, como entrenador consiguió entrar en las casas de cualquier gijonés, como uno más. Recogió al equipo asturiano en una situación precaria, sin dinero, ahogado en deudas y con el objetivo de la permanencia en Segunda División.

Eran momentos difíciles, pero apareció él y Gijón pudo sonreír un poquito, a pesar de todo. Revolucionó el sistema y vio que, en Mareo, la ciudad deportiva, había chavales que tenían sitio en el primer equipo. Supo, como suele decirse, que no sería fácil, pero que merecería la pena.

Las dudas invadían a un Molinón crítico, cansado de la mala racha y de una serie de malas decisiones que llevaron al Sporting prácticamente a la ruina. Era 2014 y, a decir verdad, la situación estaba lejos de poder ser peor. Jugadores sin ganas, sin alma en el terreno de juego, no comprendiendo que, para Gijón, el escudo que llevan en el pecho es una de las cosas más grandes que existen. Y llegó él, el Pitu, y recordó todo lo que Manolo Preciado había enseñado, y parecía haber sido olvidado.

Abelardo, junto a 22 chavales, prácticamente niños de la cantera sportinguista, consiguieron un ascenso agónico en la temporada 2014-2015. Y eso llevó al éxtasis a toda la ciudad y quizás también a una parte de España, pues hay veces que los sueños sí se cumplen, y el de aquel ‘Sporting de los Guajes’ se había cumplido por fin.

Abelardo en la banda de El Molinón | Juan Manuel Serrano Arce/Getty Images

El año siguiente fue muy complicado. No podían fichar, debido a una sanción por las deudas que ahogaban al club, y no había otra opción que intentar conseguir la permanencia con la misma plantilla. Pero Abelardo y los suyos sabían que lo iban a conseguir y, en realidad, El Molinón también estaba seguro de ello. Quizás esa fe ciega, o esa unión que el Pitu había conseguido entre la grada y el terreno de juego fue lo que hizo que, de nuevo, el sueño se hiciese realidad. Y es que, en el último partido, con las esperanzas casi perdidas, volvió a hacer acto de presencia un milagro: el Sporting se mantendría un año más en Primera División.

Pero el mundo no para de girar por nada ni por nadie, y ahora las cosas son diferentes. Queriendo dirigirme a ti, Abelardo, sólo queda darte las gracias en nombre de El Molinón, y quizás también pedirte perdón. Todos sabemos que no son tiempos fáciles para ti. Cada día de estos últimos meses cuestionaban tus decisiones sin contar que tú sentías este club tanto como cualquier aficionado. Así que sí, perdón, porque no logramos entender lo que para ti era esto, hasta que no vimos como te rompías en rueda de prensa.

También debemos darte las gracias. Gracias por haber hecho creer a esta afición que la magia aún está presente en el fútbol. Gracias por hacernos entender que no son sólo veintidós personas corriendo tras un balón, que también es el escudo que se defiende el que prima por encima de todo. Nuestro querido Manolo Preciado nos lo había enseñado una vez, y nosotros quisimos olvidarlo cuando él se fue, dando por hecho que todo estaba perdido, hasta que apareciste tú e iluminaste de nuevo ‘’nuestro’’ estadio con ilusión ciega y tus ganas de sacarlo adelante.

Las etapas se terminan, y no somos quién a juzgarte, porque lo diste todo desde el banquillo para que las cosas saliesen bien, y tu ciudad volviese a sonreír gracias al rojiblanco. Ahora sólo nos queda decirte adiós, pero con la certeza de que simplemente será un hasta luego. Porque El Molinón sabe que tú eres uno más, y que siempre lo serás, aunque ya no te una un simple contrato.

Gijón siempre te estará agradecida por todo lo que has conseguido junto a tu equipo, porque tú, y sólo tú, fuiste capaz de hacer lo que nadie nunca habría imaginado: hacer que un equipo de fútbol profesional, y su afición, fuesen un único equipo capaz de cualquier cosa.

Gracias, y buena suerte.

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