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Capitán Guardado

Hace un año Andrés Guardado llegó
al Betis prometiendo ser un gran fichaje y acabó siendo uno todavía mejor,
porque el azteca sigue siendo de esos cada vez más escasos futbolistas que
cumplen por encima incluso de lo que prometen. Hacía mucho tiempo que eso no
pasaba en La Palmera. Bastaron tres ratos de fútbol para comprobar que aquel
petiso zurdo que había pasado por A Coruña y por Valencia pegado a la línea de
cal se había convertido en un equipo en sí mismo. «Hace falta
dosificarlo porque va a todos los lados»
, decía Setién a modo de
advertencia. No fuera a ser que el Betis se convirtiera demasiado rápido en un
gran equipo, acostumbrase a ello a propios y a extraños y luego no lo pareciese
tanto sin él, porque sencillamente no lo sería.

Las camisetas con el 18 a la
espalda comenzaron a proliferar por todo el estadio, los gritos de ‘ay, mi
mexicano’
empezaron a sentirse en la grada desde el sector más hater,
hubo incluso quien se atrevió a cambiar su clásica visera blanca con publicidad
del taller de su barrio para comprase un sombrero de charro, pero es que desde
el club debieron ir más allá y cambiar el ratonero pop electrónico de la previa
y del descanso por los corridos más clásicos y servir pulque, margaritas y
tequila en los puestos de bebida de dentro del estadio. Total, no iba salir
mucho más caro que un simple refresco vendido a precio de manjar afrodisiaco.
Aunque bien pensado, el afrodisiaco -deportivo, entiéndase- ya estaba en el
campo y tenía la forma de once buenos y complementarios futbolistas aunados en
un solo cuerpo de 169 centímetros nacido en Guadalajara. Una ciudad,
paradójicamente, hermanada con Sevilla. La casualidad, dijo el filósofo hace
muchos y muchos años atrás, no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido.

Guardado cayó de pie en el
Villamarín. Tenía la sangre caliente que siempre encandila al respetable,
tamizada por una inteligencia futbolística global al alcance de muy pocos y al
servicio del colectivo que tan imprescindible resulta para los entrenadores. Se
había convertido sin que nos diéramos cuenta en un experto en triángulos, como
Pitágoras, pero llevado a la praxis. En un armador que atraía para crear
superioridad, cosiendo con el hilo invisible de su agudo sentido táctico o
tejiendo a dos agujas con el más perceptible tejido del balón en los pies la
trama que involucraba a todos los demás futbolistas que visten con sus mismos
colores. Experto e incansable. Lucir haciendo lucir con un conocimiento
catedrático de las situaciones de juego y un gen competitivo superior de esos
que cuando no están es cuando más los echas en falta. Que los demás pinten
calaveras porque él ya se encarga de ponerle el esqueleto, los pies, las
piernas y el cerebro.

Andrés Guardado da por sí mismo
un enorme sentido de pertenencia a toda una idea de juego en un momento de su
carrera en el que ha encontrado, porque ha sabido buscarlo, aquello que
necesita tras su exilio del primer foco mediático en el PSV. Y en esta México
de Juan Carlos Osorio, la camiseta verde de su selección es directamente su
propia piel. No es casualidad, ya hemos visto que nada lo es, sino la causa
ignorada de un efecto desconocido que dos de los cinco futbolistas que han
estado presentes en cinco Mundiales sean mexicanos (Carbajal y Márquez) y que
otros dos, el propio Guardado y Memo Ochoa, tengan claros visos de igualarlos
en la próxima cita mundialista dentro de cuatro años. Aislando al mejor playmaker
del fútbol contemporáneo, lanzando primero a sus estiletes al cuello de los
campeones del mundo y luego defendiendo el propio pescuezo de los ataques de la
tetracampeona, ‘El Tri’ dejó en vulgar por un día a los que cuando practican
este deporte de once contra once siempre terminan ganando. O terminaban. Una
actuación emocionante hasta la lágrima que minutos antes de su conclusión ya
había dejado otra emotiva estampa, con la entrega del brazalete de Guardado a
Márquez cuando el bético fue sustituido. Los dos grandes líderes del fútbol
mexicano de las dos últimas décadas unidos en un abrazo que veinte minutos
después envolvería a todo un apasionado país de norte a sur y de este a oeste.

La villa originaria de
Guadalajara fue fundada en 1532 por Cristóbal de Oñate y 42 vecinos más, entre
los que se encontraban trece andaluces, como las trece barras del escudo del
Real Betis Balompié. Aunque, después de varios intentos fallidos debido al
ímpetu guerrero de los indígenas que acabó por expulsar a los pobladores hasta
en tres ocasiones, la fundación definitiva correspondería a la valerosa Doña
Beatriz Hernández más de diez años después en una cuarta distinta localización,
como cuarto es el Mundial que Andrés Guardado está disputando. «Gente,
aquí nos quedamos, por las buenas o por las malas»
, fueron las
palabras fundacionales de la mujer. Y ya nunca nadie los movió de allí.

Que México rompa por fin la
maldición de llegar al quinto partido en una Copa del Mundo tras múltiples
intentos fallidos solo lo dirá el tiempo y el fútbol, pero pase lo que pase,
‘El Tri’ ya se ha quedado ligado para siempre a la historia del Mundial de
Rusia 2018, con Andrés Guardado como capitán y paradigma de lo que es jugar,
ser y sentir como un equipo. Como si todo un equipo pudiese representar a una
sola persona. Como si una sola persona pudiese representar a todo un equipo. Y,
quinientos años después, alzando su
voz por encima del ruido, el valeroso
Don José Andrés Guardado Hernández
exclamó: «Gente, aquí nos quedamos, por las buenas o por las
malas».
Y ya nunca nadie los movió de allí.

Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero

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