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Copa del Rey

Camisetas sin escudo

Os voy a contar algo, algo que a muchos no os debería pillar por sorpresa: cuando uno llega a los 40 años no está para muchas hostias, esa es la verdad. Y es que como decía el afamado niño aquel del vídeo de la piscina de Fuentecerrada (Teruel): «la tranquilidad es lo que más se busca».

Llega un momento vital donde ya firmas con que el día pase sin mayores sobresaltos, con que el café no esté hirviendo, no te mientan en la cara y no tengas que realizar o recibir más llamadas de las estrictamente necesarias. Solo con eso ya te das con un canto en los dientes. De ahí a mutar en el viejito de ‘Up’ hay un ligero paso, lo sé. Lo asumo.

El fútbol no deja de ser un reflejo de la vida y la sociedad, y parece innegable que de un tiempo a esta parte, los cambios en el banal mundo que rodea al balompié se suceden a una velocidad que da vértigo. Esto se lleva regular, especialmente si eres un nostálgico que añora el fútbol de la década de los ’90 como es mi caso. Un boomer de manual, lo sé. Lo asumo.

Puedo llegar a entender que en el fútbol actual los entrenadores no tengan margen de maniobra y los fulminen sin tiempo a implementar sus ideas. Comprendo que la inflación es la que es y la burbuja del fútbol es un hecho innegable, burbuja por otro lado, inflada de manera obscena por fondos de inversión, tecnocracias opacas, multimillonarios estadounidenses, oligarcas rusos y gobiernos de países de Oriente Próximo de ética cuestionable.

No todo es malo. Que el VAR entre en escena me parece bien. Uno es boomer pero no gilipollas, aunque a veces lo parezca. La injusticia y frustración que se esconde detrás de un error arbitral de bulto había que erradicarlas, o al menos intentarlo. Ahora bien, que nadie olvide que el VAR es el medio, no el fin. Detrás de esas tres letras hay personas que se equivocan y sienten presiones de diferente naturaleza al interpretar la misma acción. ¿Recordáis cuando se afirmaba con contundencia que el VAR acabaría con la polémica en el fútbol? Pues eso. A otro nivel, es como cuando al inicio de la pandemia soltábamos sin rubor que de esta saldríamos mejores. Que cada uno busque en su interior y se responda si esto es así.

Ayer jugaban Athletic Club y Valencia en San Mamés. Duelo de clubes históricos y facheritos buscando una final de Copa del Rey. Palabras mayores. En los banquillos, dos tipos delicados y con la empatía de un lunes, como son Marcelino García Toral y Pepe Bordalás. Según Santi Segurola, el técnico alicantino, ex del Getafe, abraza el bilardismo y fomenta el anti-fútbol. Omite el bueno de Santi, qué Marcelino García Toral no es que sea un discípulo aventajado de la escuela menottista precisamente.

A un servidor, que estos dos tipos aboguen en ciertos momentos por interrumpir el juego, tirar de patada viril o aspaviento bravucón, no me parece mal. Al contrario, me reconcilia con el fútbol y la vida el contemplar de vez en cuando que un partido me ofrece justo lo que imaginaba antes del choque. Aunque eso sea intensidad, cuarenta faltas, muchas protestas, canallismo envuelto en sudor, polémica y reproches en sala de prensa. Tutto a posto. Lo raro hubiera sido ver un fútbol de toque y preciosista. Y lo sabes.

Seguramente por eso, entre esa ‘vieja normalidad’ de segada va y segada viene, en esa impostada gallardía de trifulca de niñatos en el túnel de vestuarios, parecía todavía más ofensivo el ver que se cuela una camiseta de fútbol sin escudo.

Ya sé que Puma tuvo la delicada idea de sacar una 3ª equipación ‘arriesgada’, una equipación que parece más una camiseta de entrenamiento que otra cosa. Un ‘sujétame el cubata’ de manual llevado a lo textil. Pero oye, que quieres que te diga. Las aficiones, los escudos, las leyendas y los colores son sagrados. O eso pensaba. Si ya prostituimos eso, creo que es mejor que pidamos la última copa, paguemos la cuenta y cerremos el bar a machetazos. Fue bonito mientras duró.

O nos plantamos o nos pisan. Si nos despistamos en breve se acabará jugando en estadios cubiertos y los aficionados serán hologramas. No queda tanto para ese escenario distópico. El escudo siempre en el frontal de la camiseta. No cedamos ante eso. Aunque solo sea para que el jugador de turno pueda besarse el escudo si marca. Seguramente un detalle nimio para los gurús de la mercadotecnia. Religión para los nostálgicos. Son estas pequeñas cosas las que todavía nos reconcilian con la niñez y la infancia. Y sí, tal vez ese futbolista sea un héroe hoy y un mercenario mañana. Y sí, hay besos que no valen nada, lo sé. Lo asumo.



Foto cabecera: Getty Images

Papá de Miranda. Orgulloso hijo de gallego y asturiana. Dejé 13 años como abogado por fundar y dirigir Sphera Sports, con lo que ello supone. Asumo las consecuencias. Hice 'mili' en Pisa y en Bristol. Me gustan las orcas, los países escandinavos y un gol en el 90'.

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