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Besado por Dios, la historia del mito Andy Irons

Los Juegos Olímpicos han dejado imágenes para el recuerdo, historias inenarrables, increíbles, si no fuera por el simple hecho de que sí, son verdad. El surf, uno de los deportes novatos de esta edición, se antojaba como una de las disciplinas menos atractivas debido a la escasez de buenas olas en la localidad nipona de Ichinomiya. En cambio, el tifón Nepartak agitó el mar y avivó el evento. La evolución en competición de los surfistas locales hasta luchar por las medallas le puso un poquito más de mordiente, y las medallas en categoría masculina de Ítalo Ferreira (Oro) y Owen Wright (Bronce) acabaron de cerrar un cuento de hadas por las dificultades que ambos vivieron para clasificar.

A saber, el campeón olímpico, cuando viajaba camino al evento clasificatorio para los Juegos, se encontró con que habían desvalijado su coche, le habían robado el pasaporte y no podía tomar ningún avión. Entre embajadas, detenciones (al estar indocumentado), retrasos en los vuelos por el temporal y papeleo, consiguió llegar a la playa directo desde el aeropuerto a siete minutos para el final de su manga. Vestido de calle, con vaqueros y con una tabla prestada por otro de los participantes, obró un milagro, tomó dos olas, consiguió una doble puntuación altísima y pudo conquistar ese campeonato que sirvió de preolímpico y dejó, casualmente, fuera de Tokio a su amigo Felipe Toledo, quien le había cedido sus tablas. Wright, por su parte, hace seis años estaba postrado en una cama. Un accidente mientras entrenaba en el agua le provocó una lesión cerebral. Tuvo que aprender incluso a andar de nuevo. Su hermana, su máximo apoyo, también surfista profesional, ha estado lidiando con una extraña enfermedad que le impidió tener la opción de clasificar a los Juegos Olímpicos y Wright, que sí había ganado plaza, le prometió que volvería con metal.

Esta semana, además, se han celebrado las finales del World Surf League 2021, en un nuevo formato de Final 5 que ha coronado a Gabriel Medina en categoría masculina y a Carissa Moore en la femenina. Aprovechando la irrupción del surf como un deporte cada vez más popular y con más audiencia es el momento de rescatar la vida de aquel que pudo cambiarlo todo y que durante un lustro amenazó el orden establecido.

Y es que si existe una historia que ha golpeado al mundo del surf en la época reciente es la de Andy Irons, cuya vida fue sacada a la luz en el documental Kissed Byd God, una cinta de casi dos horas con material inédito que descubrió los secretos de una vida de excesos para la que todos los protagonistas que dan su testimonio preguntaron una cosa: “¿Hasta dónde se puede contar?”. Si uno cuestiona quién es el mejor surfista de la historia, no cabe duda que recibirá una gran mayoría de respuestas que tendrán como elegido a Kelly Slater. El once veces campeón del mundo cumplirá en unos meses los 50 años, y aún sigue compitiendo temporada tras temporada en el circuito mundial. En cambio, otros muchos dirán que el mejor de siempre fue Andy Irons, que a la edad de 26 años ya tenía tres títulos mundiales (Kelly ganó su primero con 27).

Kelly Slater. (@kellyslater)

Andy Irons creció junto a su hermano menor Bruce en Hawaii. Ambos soñaban con el surf y las olas, y esa competitividad que tenían entre ellos hizo que sacaran siempre lo mejor de sí. “Para mí era mi héroe, mi ídolo, pero también mi mayor rival. En cambio, él parecía estar por encima. No me quería batir a mí, quería destrozarnos a todos”, decía Bruce. A la edad de 13 años, las marcas ya se rifaban al mayor de los Irons. Le pagábamos 120.000 dólares al año siendo un crío, y tenemos que estar orgullosos porque realmente fuimos los que menos dinero le ofrecimos”, admite el agente de Quicksilver que le llevaba la carrera.

Andy creció admirando a estrellas locales como Sunny García o Shane Dorian, pioneros del deporte hawaiano, aunque su ídolo siempre fue Kelly Slater, sin saber que pronto se convertiría en su mayor enemigo. Andy entró en el circuito en 1998 (su hermano lo hizo un año después), con 19 años y ganó su primera prueba en el año 2000, cuando ya se empezó a vislumbrar que podía ser el futuro. No iban ellos dos solos. Habían crecido rodeados de excesos. Alcohol, marihuana, algo de cocaína. “No me lo podía creer. Veía todo lo que hacían, lo que consumían y simplemente estaba atónito. En mi vida he probado ninguna sustancia. Creo que lo que hacen las drogas es todo lo contrario a lo bueno. Y esos tíos estaban ahí, hasta las cejas, a unas pocas horas antes de competir en el campeonato del mundo”, señala el propio Kelly Slater.

Algo sucedió en aquel debut en 1998. La primera prueba del circuito era en Australia. Irons le pagó el viaje a todos sus amigos y su familia para que le vieran competir. Llevó un séquito de casi 100 personas al país oceánico, pero perdió en primera ronda, algo totalmente esperable para un rookie. En el viaje de vuelta, simplemente desapareció. Se perdió por el interior de Australia, se alejó de la costa y estuvo varios días sin saber nada de nadie. “Cuando regresó, le vi loco, paranoico. Se había teñido el pelo de negro, llegó, cerró todas las ventanas de casa y dijo que le estaban siguiendo. Ahí supimos que tenía un problema. Me imaginé a mi hermano el resto de su vida con una camisa de fuerza en un manicomio”, dice Bruce. Andy Irons fue diagnosticado con Trastorno Bipolar a nivel extremo. Toda su vida cambió. Podía pasar de estar perfecto, a estar completamente fuera de sí. “La gente que sufre trastorno bipolar consume drogas porque en la fase en la que está en trance es en la que siente solventado su problema. Es como si las drogas regularan realmente la enfermedad”, señala Andrew Nierenberg, director de psiquiatría de la Escuela de Médicos de Harvard, quien estuvo muy cerca de Irons.

En 2001, cuando acabó el Mundial (que fue mucho más corto de lo normal debido a las consecuencias del 11S en EEUU), viajó a Tailandia con amigos, y Andy Irons murió… Para resucitar. Estaba tan puesto, que confundió morfina y la esnifó pensando que era cocaína. Sus amigos, al darse cuenta, lo acostaron para que durmiera la mona, pero poco después dejó de respirar, su cuerpo se puso azul y tuvieron que llamar a urgencias. “Estuvo clínicamente muerto durante ocho minutos”, admiten los médicos del hospital que le atendieron. Tenía solo 21 años y había vuelto a nacer. Fue el año de su resurrección. Porque en 2002 Andy Irons ganó el Mundial. “No me lo podía creer. Hace unos meses estaba muerto, estábamos llorando porque estaba muerto, y ahora es el mejor del mundo.”, dice su hermano. No tuvo rival. La nueva estrella del surf hawaiano había nacido. Y también el enemigo de Kelly Slater. “Ese año me di cuenta que Andy iba a ser mi rival. En los últimos años, todo había estado muy igualado entre varios, pero con Andy todo cambió”, admite Slater.

Andy se metió en el papel de villano. Kelly Slater siempre iba vestido con un neopreno blanco, así que Irons decidió ir de negro absoluto. Iba a destrozar al mejor surfista de la historia. Le venció también en 2003 (en una última prueba en la que ambos llegaron a la final y el que ganara se erigiría campeón, considerada como la mejor manga de la historia) y en 2004. En 2005 el Mundial se decidió por menos de 150 puntos. Eso significa, simplemente, ganar o perder una manga cualquiera del campeonato. Y esa manga que lo decidió todo fue en J-Bay, en Sudáfrica, donde Kelly ganó a Andy pese al rechazo popular. Porque el resultado de esa final cambió el campeón al acabar el año. “Kelly sabe que no ganó aquella manga, que los jueces se la dieron. Lo sabe él y lo sabemos todos. Y todos comenzamos a silbar cuando los jueces le dieron aquella nota”, señala Mick Fanning, tres veces campeón del mundo y que en ese 2005 quedó tercero. Aquella decisión supuso un punto de inflexión porque Andy podía haber ganado su cuarto título con 27 años y ponerse a dos de Kelly, que había logrado su primer Mundial a esa misma edad de 27.

Perder aquel título por aquella decisión controvertida rompió por dentro a Andy Irons. “Perdió todo el juicio que había estado controlando durante años. Sacó lo peor de él”, admite su hermano. “Estaba tan dolido porque todo había sido tan evidente y todos se lo habían dicho, no era una opinión suya, sino generalizada. Le habían robado el Mundial”, desvela su novia Lyndie Irons, que había sido su mejor apoyo durante los últimos años. Pero todo se hundió. En 2006, Slater revalidó su título, con un Irons descontrolado siendo subcampeón y en 2007, el bajón del hawaiano fue evidente (se perdió la mitad del campeonato y no pudo luchar por él). Había comenzado a consumir pastillas de heroína. Y aquel fue su peor enemigo. Había controlado en mayor o menor medida todo tipo de drogas, pero no la heroína. Venció la cuarta prueba del campeonato con evidentes síntomas de colocón. Subió a recoger el título casi sin mantenerse en pie y nadie sabe realmente cómo pudo manejarse para ganar la prueba. Cada vez que salía del agua tenían que ir a recogerle, los compañeros le metían ‘cosas’ en los bolsillos y él se iba a descansar a su box. La imagen fue dantesca. Sus patrocinadores, la mayoría vitalicios, le obligaron a apartarse del circuito y desintoxicarse con la amenaza de romper los contratos. “Es imposible ayudar a alguien que no quiere ser ayudado”, admite su hermano Bruce. Andy aprendió la manera de inyectarse heroína. Ya no solo eran pastillas. “Me siento culpable. En aquel momento sentía que le estaba protegiendo, porque era lo que él quería hacer y ahora sé que no hice bien”, señala su mujer Lyndie, que se le encontraba en la cama, inerte después de cada pinchazo. Se casó con Lyndie y en 2009 se mudó a Australia por un simple motivo. Allí no habían llegado las pastillas y era más difícil conseguir heroína. Era una forma de huir de sus miedos. Se instaló cerca de Fanning y Parkinson, sus mejores amigos en el circuito y volvió a ver la luz. Eso parecía.

Andy Irons. (@donostisurfsnow)

2010 debía ser el año del retorno del gran Andy Irons. Su mujer estaba embarazada. Iba a tener su primer hijo y había vuelto a tener una regularidad y un buen nivel de surf. Se impuso en la cuarta prueba del mundial, después de tres años sin haber ganado ninguna. A finales de octubre, Andy viajaba con el resto de los rivales a Puerto Rico, para el penúltimo evento del año. Llevaba días diciéndole a su mujer que sentía un fuerte dolor en el pecho. Ella creía que simplemente podría tratarse de uno de sus recurrentes episodios de ansiedad, pero Andy afirmaba que era más fuerte. Fue a ver a un doctor y acordaron que en cuanto volviera de Puerto Rico le harían un examen más profundo para ver qué sucedía.

Andy viajó solo. Su mujer estaba a tres semanas de salir de cuentas. Habían acordado que simplemente haría el viaje, entraría al agua y volvería. No iba a competir, pero había contratos que le obligaban a estar allí. “Solo tocaré el agua en la orilla (necesario para considerarte participante) y me iré”, prometió. Andy Irons no se presentó a su primera serie, pero no quedó eliminado, sino que accedió a una fase de repesca en la que tampoco compareció. “Había tratado de calmar todo ese malestar y esa presión del pecho consumiendo. El médico le había dado un par de soluciones salinas y decía que se sentía mejor. Después nos enteramos que había cogido un vuelo a Miami y que estaba tratando de llegar a casa”, cuenta su hermano. Su primera escala coincidió con la noche de Halloween, donde aprovechó las horas de espera para disfrutar de una pequeña fiesta donde hubo de todo. De ahí, voló a Dallas, la que sería última parada antes de poder volar a casa, pero no pudo embarcar. A Andy le habían sacado en silla de ruedas del avión antes de su despegue y llevado a un hotel. Estaba muy débil. Entonces, le dejó un mensaje en el teléfono a su mujer. “Estoy en Dallas. Me encuentro muy mal. Me siento muy enfermo. No tengo fuerzas. No he podido embarcar. Acabo de llegar al hotel Hyatt, y estoy en la habitación 324, voy a intentar dormir todo el día y mañana cogeré un vuelo. Esto no está funcionando. No puedo con ello. Por favor, llámame. Te quiero. Adiós”. Se durmió y nunca despertó.

Tenemos asociado el Trastorno Bipolar con una enfermedad cerebral, pero hoy sabemos que no es solo eso, que afecta a todo el organismo y en concreto, acelera mucho el envejecimiento del corazón”, desvela Andrew Nierenberg. Andy Irons falleció el 2 de noviembre en la habitación 324 del Hotel Hyatt debido a la combinación de un ataque al corazón y el consumo de drogas. Tenía 32 años. Ese mismo día, Kelly Slater ganaba su undécimo título mundial. La mujer de Andy dio a luz a su primer hijo, Andy Axel Irons, solo un mes después de su fallecimiento. Concretamente, el 8 de diciembre de 2010, el día que, de manera paralela, comenzaba la última prueba del Mundial en Pipeline, Hawaii, la prueba preferida de Andy, su ola favorita, allí donde recibió un sentido homenaje. Doce días después de su muerte, un funeral Paddle out se celebró en su memoria. Más de 200 personas sacaron sus tablas y sus collares hawaianos para dar el último adiós a la leyenda de la isla mientras su mujer echaba sus cenizas al mar donde siempre descansará. Cada 13 de febrero en Hawaii celebra el Día Nacional de Andy Irons. Hoy, su hijo Axel, de 10 años, sigue sus pasos y ya cabalga por las mismas olas donde su padre se convirtió en un mito.

Imagen de cabecera: Red Bull

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