Llegó para cambiar lo asentado, a pesar de la opinión popular. No es fácil arribar a una Selección como la argentina, que llegó (a los tropezones) a la final de un Mundial tras 24 años y que, a los pocos días de tremendo logro, perdió al presidente de la Federación.
Sin embargo, Gerardo Martino no se achicó y aceptó el reto: tras su paso en falso en Barcelona, se calzó el buzo de la subcampeona del mundo e hizo borrón y cuenta nueva. Afuera el fútbol conservador de Alejandro Sabella, bienvenido el riesgo, el juego en conjunto y la pelota como principal arma.
El arranque no pudo haber sido mejor. El paso argentino por la Copa América brindó más certezas que dudas, pero el cierre no fue el esperado: la derrota con Chile caló hondo en el ánimo del plantel, al que le costó haber desperdiciado dos oportunidades de cortar la larga sequía de títulos.
Y encima arrancaron las Eliminatorias: con un plantel bajoneado, con una cúpula dirigencial que lo eligió más por homenaje a Julio Grondona que por convencimiento y, como si fuera poco, sin Lionel Messi, Argentina comenzó su recorrido mundialista.
Los malos desempeños ante Ecuador y Paraguay dejaron en jaque al técnico rosarino, que miró de reojo cómo comenzaban a bajar la palanca de la silla eléctrica mientras asomaba la sombra de Sabella.
Pero, tesudo y con las convicciones firmes, se inclinó por reafirmar la idea, cambiando características: abandonó la contradictoria decisión de controlar bien la pelota juntando jugadores verticales como Di María, Correa y Lavezzi; aprovechó la lesión de Pastore y rearmó un mediocampo más equilibrado, que combina recuperación e inteligencia a la hora de atacar.
El tridente Biglia-Mascherano-Banega lo tiene todo: sacrificio y recuperación con Mascherano, y precisión, inteligencia y regularidad (algo de lo que Pastore carece) con Banega. Biglia es la frutilla del postre: combina las mejores cualidades de cada uno para convertirse en el jugador clave de la mitad de cancha que también tiene peso en el área rival.
Más a favor de Martino, la solidez que mostró la dupla central compuesta por Otamendi y Funes Mori y el criterio de Rojo y Mercado para controlar cuándo subir y cuándo aguantar, le quitaron responsabilidad a Mascherano, que por primera vez en las Eliminatorias pudo estar más cerca del mediocampo que de los defensores.
La alternancia de movimientos de Di María y Lavezzi, con el peso del regreso de Higuaín en la delantera, le dio un poco de aire fresco a una Selección que había padecido, hasta acá, la rigidez de su entrenador, quien insistía con otorgarle a algunos jugadores roles que ya no sienten, pero que demostró que sabe cuándo (y cómo) cambiar.
El primer tiempo con Brasil ilusionó y los 90 minutos en Barranquilla ratificaron. Independientemente de los resultados, Argentina comenzó a encontrar el camino del cambio, de la mejora.
Con el cuestionamiento de la prensa, con las elecciones en la Asociación del Fútbol Argentino a la vuelta de la esquina (y la danza de posibles sucesores que implica un cambio de mandato) y con la opinión pública en contra, Martino debe dar el siguiente paso, que es ni más ni menos que lograr acomodar a Messi en un equipo, de a ratos, demostró poder convivir sin él.
Mientras, el Tata sacó a flote un proyecto que, en una sociedad futbolera exitista que reclama proyectos a largo plazo pero luego no los apoya, está destinado al fracaso.
Buenos Aires, 1990. Periodista deportivo. Apasionado del fútbol y la táctica. Aprendiendo y analizando constantemente. Bielsista. Soñando con dirigir. Blog: matinavarrogarcia.wordpress.com