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Fútbol sala

Adiós al mejor de todos los tiempos

Cuando Ronaldinho te pide un autógrafo, o cuando Ricardinho, ese que tiene más títulos a Mejor Jugador del mundo que tú, tiene tu nombre tatuado con tinta en su piel, uno puede afirmar sin miedo a equivocarse que es el mejor jugador de la historia. Eso le sucede a Falcao, conocido así por su parecido físico y futbolístico en su infancia con el jugador brasileño de fútbol de mismo nombre. 

Puede que a muchos le suene a chino cuando uno mencione a Alessandro Rosa Vieira, que es su nombre de pila original, pero quedan pocas dudas cuando uno se refiere al fútbol sala de Falcao. Sí, el de Youtube, el de los vídeos de chilenas, las lambrettas a porteros y los goles de rabona. El que se regateaba a todo un equipo español en un Mundial o el que asustaba con su sola presencia.

Falcao nació y creció en Sao Paulo, jugando en las calles de los barrios más pobres de la ciudad. En su día, probó suerte con el Palmeiras para jugar al fútbol once, pero le rechazaron por no tener condiciones adecuadas. Por eso, ante la calidad evidente que tenía en sus pies, decidió que aquellos que le habían dicho que no podía jugar con un balón estaban equivocados y se convirtió en el jugador más emblemático de la historia del fútbol sala.

Entró a formar parte de Corinthians desde bien pequeñito, donde se enroló en su sección de fútbol sala para acabar siendo lo que hoy conocemos. 48 títulos colectivos de equipo en 25 años de carrera profesional. Casi más cerca de los dos por temporada que de uno. Una salvajada entre las que destacan sus dos Mundiales, sus 9 Copa Libertadores y sus 9 Ligas de Brasil. 

Por el camino hasta su adiós, Falcao pasó por el General Motors Chevrolet, Atlético Mineiro, Rio de Janeiro, Sao Paulo, Esporte Clube Banespa, Malwee-Jaraguá, Santos, Intelli y Sorocoba, donde se retiró el pasado mes de diciembre. Será, a sus 41 años, su adiós definitivo, toda vez que ya amagó en más de una ocasión con las huidas esporádicas y retiradas que no se consumaban por su amor con la pelota y el parqué. Aunque con el ‘12’ nunca se sabe.

Pero esto no siempre fue así porque, espinita clavada en no haber triunfado con el balón en la hierba, en 2005, tras haber ganado su primer premio al Mejor Jugador del Mundo (2004), decidió que se pasaba a jugar con el equipo de sus amores en el fútbol de estadios grandes y hierba. Jugó seis meses en el Sao Paulo pero nunca tuvo el apoyo necesario. Dice, los compañeros le tenían algo de envidia por sus habilidades técnicas y su entrenador no dudó en afirmar que lo iba a tener muy difícil por simples temas de adaptación. Se sintió desplazado y discriminado. Falcao tenía 27 años y estaba debutando en el fútbol. Todo un reto. Su paso fue testimonial, pero formó parte de una plantilla que levantó la Copa Libertadores y el Paulista con él en la plantilla.

Le pedían esperar un tiempo que él no estaba dispuesto a aceptar cuando sabía podía estar aterrorizando todos los pabellones del mundo y decidió volver al Malwee para su segunda etapa, donde quizás vivió sus mejores años como deportista.

A Falcao siempre le ha acompañado una imagen de mal perdedor, pero también de mal ganador. La importancia de no poder ganar sacaba lo peor de él, pero era en la victoria donde muchos criticaban su actitud alegre cuando su rival estaba aún de cuerpo presente.

Esa festividad que mostraba en las celebraciones se regía por el mismo patrón que la que demostraba en el campo. Falcao, ídolo de internet, miles de millones de reproducciones de Youtube, hacía sus trucos, sus regates, su magia, fuera cual fuera el rival, la situación del partido y el torneo en cuestión. Nunca para humillar, solo para divertirse, para que niños de todo el mundo dejaran las botas de tacos e intentaran marcar un gol de tacón, hacer un regate seco a su par o controlar un balón llovido del cielo dejándolo muerto en el hombro. 

El brasileño es mucho más que todos los títulos que ha ganado. Cuatro veces ganador del Mejor Jugador del Mundo (solo superado por los seis de Ricardinho), es él la bandera del fútbol sala, quien lo sacó del ostracismo y lo hizo mucho más atractivo para el público. Le acercó a un mercado que no tenía. Por eso, los niños como Neymar un día soñaron con ser Falcao. Y por eso, cuando ambos coincidieron en el Santos, el hoy jugador del PSG no podía más que demostrar amor por el ‘12’ brillantez de ojos incluida. El binomio, eso sí, duró poco. El fútbol siempre será el fútbol y el dinero destinado a Neymar hizo que la entidad tuviera que desviar todos sus fondos al 10 y prescindir de todas sus secciones.

A Falcao siempre se le habrá echado en cara, al menos desde España, no haber llegado nunca a la considerada mejor Liga del mundo. Como si la nuestra fuera la única Liga, como si Brasil no fuera su país, además de ser la nación del fútbol, ese que más mundiales ha ganado en la historia tanto de fútbol once como de fútbol sala. Y mira que estuvo cerca. Fue en 2004, a un mes de recibir su primer entorchado a mejor jugador del planeta, cuando el Playas de Castellón alcanzó un acuerdo para firmarle por tres años que empezarían a contar en verano de 2005. Al final, problemas de pasaporte y de fichas acabaron con el brasileño desarrollando toda su carrera en Brasil.

Puede que quizás lo que ha significado Falcao para el fútbol sala tenga su respuesta en los Mundiales de 2012 y 2016. En el último, cuando Irán despachó con algo de sorpresa a Brasil en los cuartos, la plantilla al completo iraní decidió dar un homenaje al ‘12’ en su última cita mundialista y la imagen del torneo fue ver cómo Falcao pasó de las lágrimas de tristeza a las de alegría cuando los propios rivales le mantearon al cielo.

La otra imagen, quizás más impactante, estuvo en la cita de 2012. Falcao, de 35 años y con menos ritmo de competición que sus rivales, llegó a la cita lesionado. Tanto que incluso se subió al avión rumbo a Asia sin el alta médica. Se recuperó y entre algodones jugó el primer partido… Pero a los tres minutos se retiró con una lesión en el gemelo fruto de la sobrecarga de haber forzado una lesión anterior.

Las pruebas dijeron que solo llegaría a jugar a una hipotética semifinal, pero en octavos, en un 16-0 a Panamá, se quiso probar. En cuartos, el rival se llamaba Argentina, el clásico de Sudamérica amenazaba y al crack se le sucedieron los problemas. Amaneció el día del partido con la mitad de su cuerpo paralizado por un pinzamiento muscular que le restó movilidad. Fue carne de banquillo durante casi todo el partido pero, a 8 minutos del final, con Brasil cayendo 2-0, el 12 entró al parqué. Dos minutos después, Brasil ya había empatado, con un incluido de Falcao, que en la prórroga dio el pase a las semifinales a los suyos. Su imagen era terrorífica, con un lado de la cara hinchado, una vena que le recorría toda la facha y un aspecto de haber salido de una cirugía de botox en el descanso.

El miedo que Falcao imponía a sus rivales le hacía salir victorioso en la totalidad de sus regates. Querer robarle el balón suponía quedar retratado para la eternidad en las redes sociales. En la semifinal se volvió a dosificar en la victoria de Brasil ante Colombia y ante España en la final volvió a tirar de su mágica presencia. Empató el partido cuando España ya cantaba el título y en la prórroga Neto destrozó los sueños de los de Venancio. 

El pasado 7 de diciembre, el mundo del fútbol sala lloró. Aquel que una vez fue el sueño de todos los niños del mundo jugó su último partido para no volver. Falcao, el Ginga, siempre tendrá cabida en la parte del cerebro destinada a los recuerdos. Podemos dar gracias a que, hoy día, todo queda grabado y hay miles de reproducciones con sus canalladas en la red porque, de no ser así, sería imposible contarle a nuestra descendencia lo que una vez vimos con nuestros ojos hacer a un muchacho con el ‘12’ en la espalda y nos tacharían de locos y cuentistas. Sería una fábula más, un mito. Pero no, Alessandro Rosa Vieira, Falcao, siempre será una leyenda. 

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