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Opinión: El fútbol no traga con todo

Joan Sagués, KANTINU – Jamás gustó el fútbol de talento sin esfuerzo, de potencia sin control, de toque sin quite, de indios sin jefes, de partidos sin entrenos. Por eso el botín de Maradona en los clubes que todo le permitieron no estuvo a la altura de su descomunal talento. Por eso Ronaldinho se acabó en la primera turca dormida en el gimnasio y también por eso el mejor Barça de la historia dejó de atacar y pasó a defender cuando palco y vestuario se sublevaron contra el técnico que no dejaba de exigirles.

Desde ese momento la vía de agua no deja de crecer. Se fueron Pep, Thiago y Abidal, huyó Sandro Rosell y se marcharán pronto Puyol y Valdés, pero la peor de las huídas es la de la pasión, el hambre y la mínima dignidad exigible a unas multinacionales en calzón corto que sonríen en Twitter y se disfrazan en Instagram pero no tienen tiempo de practicar entre semana ni hablan ya en el campo. En el selfie de los valores todos salen desenfocados.

El Barça de hoy es el Club de los hechos consumados, sin más plan de prevención contra incendios que tres mangueras en un vetusto camión conducido por un pirómano que arrojan un brevaje con sospechoso tufo a gasolina. Forman también parte del paisaje ese sinfín de jubilados aplaudiendo (cuando no votando) a los bomberos con lanzallamas. Berlanga no se toca.

Los pocos (y descamisados, para qué nos vamos a engañar) que venimos denunciando que en los despachos no se preside y en el campo no se entrena hemos sido tachados de entorno maligno y destructivo por los que se apuntan hoy al pimpampum a Martino… y reactivarán el sandrista plan de acoso y derribo a Messi si el miércoles no hemos ganao la copa del meao.

Porque esa es otra. El equipo está en lona pero el combate todavía no ha terminado. Por suerte para el Barça el equipo madrileño que aguarda en la final de Copa no es el Atleti. Para su desgracia, el de la final de una Liga que se empina por momentos sí lo es.

El Barça de Sandro y Bartu, de Zubi y Tata, recoge hoy lo que lleva tiempo sembrando, paga con gravosos intereses todo lo que permitió y se queda sin lo mucho y bueno que despreció. Minusvaloró hasta aburrirlo el trabajo de Pep, su innegociable autoexigencia, y se echó a los caprichosos brazos de los jugadores permitiéndoles todo y un poquito más.

Se evaporó el "les permitiré que no acierten pero nunca que no se esfuercen" y se instauraron los entrenos a la carta, los excesos sin disimulo, los campeonatos de poker, el tú al fútbol y yo a las motos, los bailecitos en las redes, las autodeclas con cisterna y los fichajes del presidente con comisiones que son los padres. En pocos años se ha pasado de celebrar tripletes y sextetes a entronizar media hora de fútbol en Anoeta, de persistir en la excelencia a vivir por y para la coartada.

Sandro Rosell, posiblemente el mayor vendedor de humo de la centenario historia culé, el tipo que un buen día nos dio la bienvenida al mundo real, ha conseguido al fin que todo lo vivido con Guardiola nos parezca poco menos que un sueño. Y no. Ni aquello fue un sueño ni esto es una pesadilla. Es apenas el mundo real de Sandro. Un aplauso a todos los que lo hicieron (y todavía lo hacen) posible.

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